El 2 de junio de 1974, Newell's se abrió camino en el escenario grande del fútbol argentino. Por atrevimiento, se ganó su lugar. Con determinación, comprendiendo los señalamientos de sus mandatos naturales y con merecimientos apuntalados por el peso específico de un equipo de juego elegante y vistoso.
Con vocación ofensiva irrenunciable, se consagró campeón del Metropolitano de ese año. Su primer título importante, ante Central y en Arroyito. Una gesta inolvidable, de carácter fundacional, que atravesó los tiempos, se eternizó en el bronce de los reconocimientos y se transformó en cuestión de orgullo.
Por el rival, por el escenario, y por el trascendental valor de lo obtenido, el destino parece haberle guardado a la institución rojinegra un marco de irrupción privilegiado, una referencia distintiva, reservada para pocos. Una conjunción mágica que le otorgó un espesor místico diferencial y le agregó condimentos muy particulares y representativos a los ritos folclóricos que siguen girando alrededor de su recorrido, sus logros y sus celebraciones.
En ese choque decisivo, aquel Newell’s sabía que era su hora, que había llegado el momento de dar el gran salto, en un clásico y en esa cancha que potenciaba el poder de expansión emocional de la proeza.
Por eso, desde los recursos viscerales que surgieron de su valentía y de su fortaleza interna, protagonizó escenas de reacción que exhibieron ribetes épicos y quedaron grabadas como postales indelebles en la memoria colectiva de los hinchas leprosos.
La remontada
Tras ir en desventaja 2 a 0 (por tantos de Arias, de penal, y de Carlos Aimar) forjó una respuesta oportuna que derivó en igualdad con goles de Armando Capurro de cabeza (o de nuca) y con el sublime zurdazo de Mario Zanabria, en la última fecha del torneo que se definió con un cuadrangular del que también participaron Huracán y Boca.
A menos de 10’ del final de ese duelo, Marito se inspiró, a su manera, con su sello, honrando la 10 que llevaba en su espalda. Creó una auténtica obra de arte que tiñó de rojo y negro la definición de ese campeonato. Aquel remate se clavó en el ángulo superior izquierdo del arco que defendía Carlos Biasutto, en el viejo estadio canalla. Y por su relevancia superó el paso del tiempo vestido de leyenda.
Ese empate 2 a 2 le alcanzó para adjudicarse ese certamen que lo elevó de condición, lo ubicó en otro sitial de consideración y lo metió en las conversaciones importantes del fútbol argentino.
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La formación de Newell’s en la tarde inolvidable del 2 de junio de 1974 en Arroyito.
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Con aquella hazaña, Newell’s comenzó a escribir los capítulos más gloriosos de su historia futbolística. Estableció un confiable manual de dirección que destacó con claridad los caminos a seguir. Se animó a ofrecer testimonios inequívocos en primera persona y con otro nivel de registros, apelando a su osadía y a su espíritu de lucha para imponerse sobre cualquier rival, en cualquier cancha.
Fueron conmovedoras huellas de lo andado, señales que exponían sus ambiciones de crecimiento, rasgos que fueron tejiendo los primeros mojones de identidad.
Aquella exhalación representó una llave que abrió las puertas a una nueva era. A partir de ese momento, cada aspiración de Newell’s en el escenario principal del fútbol argentino empezaba a estar respaldada por antecedentes tangibles y títulos. Desde aquella auténtica cruzada, todos lo comenzaron a mirar y a valorar de una manera muy diferente. Desde ahí, fue uno más sentado en la mesa grande. Uno que debía ser escuchado y tenido en cuenta.
Un título con extraordinarios intérpretes
Y fue Zanabria, la figura, el estratega y el estandarte de aquel equipo que alcanzó un rango expresivo de orden superior, en lo individual y en lo colectivo, mostrando a Newell’s con intenciones iniciales que de a poco se fueron convirtiendo en pautas de escuela.
Del talento de su milagrosa zurda nació aquella histórica consagración. Y por eso el simpatizante leproso le tributa en cada oportunidad agradecimientos y gestos de reverencia eternos.
Por eso, como recuerdo folclórico, la entidad guarda en sus instalaciones el arco donde Marito clavó aquel golazo, y en cada aniversario es utilizado como colorida referencia.
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Y fue Juan Carlos Montes el autor intelectual de aquella gesta con sello propio. Fue quien le enseñó a gritar fuerte campeón a un club que hasta ese momento no conocía ese tipo de celebraciones, de esa dimensión, el que supo transmitir la convicción y otorgó las herramientas y los atributos para animarse a ubicar las vueltas olímpicas en el horizonte de las metas posibles.
Ese equipo es recordado por su idea de ataque como bandera inalterable, con el toque como principal argumento colectivo, con Zanabria como manija y gran generador, muy bien rodeado por Cucurucho Santamaría, Alfredo Obberti y Juan Ramón Rocha. Le sobraba talento y apetito goleador en sus hombres de arriba.
Tras disputar 18 partidos en los que cosechó 10 triunfos, 4 empates y 4 derrotas, Newell’s fue de menos a más, salió primero en su zona y clasificó a la ronda final.
En ese minitorneo, que se disputó íntegramente en sedes neutrales, la Lepra le ganó 3 a 2 a Huracán con goles de Ribeca, Santamaría y Obberti, en cancha de Central. Luego, venció 1 a 0 a Boca en el estadio de Huracán, con tanto de Obberti. Y, el 2 de junio de 1974, tras ir perdiendo 2 a 0, terminó igualando 2 a 2 con Central en Arroyito, con goles de Capurro y Zanabria, y consiguió abrazar ese título, tan esperado.
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En aquella jornada, el elenco rojinegro formó con Alberto Carrasco; Andrés Rebottaro, José Luis Pavoni, Armando Capurro y Osvaldo Pastor Barreiro; Carlos Picerni, José Berta y Mario Zanabria; Santiago Santamaría, Alfredo Obberti (84’ Arsenio Ribeca) y Juan Ramón Rocha (69’ Manuel Magán).
Ahora, 50 años después, aquel bautismo de gloria se transformó en reminiscencia inmortal para toda la feligresía leprosa. En hito de referencia ineludible. En un justo reconocimiento para aquel equipo que se llenó de fútbol y coraje para hacerse un lugar entre los grandes, para tutear a todos, de igual a igual, por méritos (y títulos) propios.