Sobre finales de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, el remo rosarino tuvo su época de oro. El punto culminante fue en 1970, cuando Alberto Demiddi ganó el campeonato del mundo en Saint Catharines, en single scull, pero antes y después de esa cita remeros de la Cuna de Bandera daban cuenta de su valía en botes de conjunto.
El Campeonato Panamericano de 1967 organizado en Winnipeg, Canadá, permitió ver a un joven Demiddi de apenas 23 años en lo más alto del podio, logrando el primer lugar entre sus pares. Su figura comenzaba a familiarizarse con los éxitos.
En 1968 volvió a consagrarse campeón sudamericano (como lo hizo en 1964 y 1965, y repetiría en 1970). Pero sin dudas lo que resaltaría más en esos años fue la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de México, los primeros que se realizaron en Latinoamérica.
Un año después se coronó campeón europeo en Austria. En la competencia mantuvo el ritmo de 32 golpes por minuto, desde el comienzo hasta el final, sin dar muestras de agotamiento, algo que llevó a decir a su rival de Alemania Oriental Karl Heinz von Brodeck: “Luego de esta demostración, Demiddi debe ser considerado el favorito para el título olímpico de 1972”.
Por esos años nada calmaba la ambición de Demiddi, remaba para desplazar a los mejores y convertirse en el mejor. Muchas veces lo hizo sabiendo que no corría en las mismas condiciones. Eso alguna vez lo llevó a escribir: “Pido que se olvide de una vez la falsa idea de lo que debe ser el amateurismo que, tal como se lo concibe en estos momentos, sólo llevará a la lenta asfixia de todos los que deseen practicarlo; que el atleta no requiera sueldos por su actividad, sólo facilidades para realizar, con relativa comodidad, su deporte predilecto”.
Lo que pasó en ese campeonato europeo en la ciudad austríaca de Klagenfurt fue el preludio del campeonato mundial que obtendría en Saint Catharines, el gran objetivo de Alberto en 1970. El día de la regata hizo 40 grados, un calor inusual en Canadá y un factor extra para los competidores.
Demiddi salió en punta y soportó el asedio de sus rivales hasta los 1200 metros. El clima complicó un poco las cosas, pero no impidió que el rosarino por adopción (nació en Buenos Aires) ganara con cierta holgura. Ese día, el 6 de septiembre de 1970, confirmó en el lago Ontario lo que venía insinuando: ser el mejor del mundo. Fue tanto el brillo de esa conquista, que hasta eclipsó al mundo futbolero.
Muy lejos de las aguas canadienses, la prueba se siguió por radio y uno de los lugares donde más gente se juntó para escuchar las alternativas fue en el Club de Regatas Rosario que, por esas horas, vio alterado su ritmo normal. Así, a través del aparato se entremezclaron las ansias con la tensión, la que aflojó recién cuando se escuchó la noticia: “Ganó Demiddi. Tenemos un nuevo campeón mundial”.
De esa competencia, Demiddi recordó en la última entrevista que ofreció al Diario La Capital: “Antes de las eliminatorias del Mundial, el presidente de la Federación Internacional vino a entregarme el diploma por el campeonato de Europa que había logrado un año antes y que me debían, pero le dije medio en broma que esperaba que me lo diera el domingo junto con el título mundial. No le gustó ni medio, porque era muy estricto. Pero cuando gané, junto con el trofeo, me entregó los dos diplomas”.
Otra anécdota, que lo pinta de cuerpo entero, ocurrió cuando regresó con el título de Campeón del Mundo Senior bajo su brazo. Tras la consagración fue recibido en Casa Rosada por el entonces presidente de facto Roberto Marcelo Levingston, quien entre felicitaciones lo retó diciéndole: “Usted tiene las patillas demasiado largas en tiempos que las preocupaciones capilares abundan”. Lejos de amilanarse, Alberto recogió el guante y con cara de pocos amigos y el ceño fruncido le dijo al dictador: “Mire que San Martín también las tenía”, lo que dejó a Levingston totalmente descolocado.
Sin dejarse llevar por el conformismo, Demiddi siguió aferrado a su libreto. Ningún título lo llevó aburguesarse y continuó fiel con sus rutinas, esas que le implicaban, en cuatro viajes diarios, por ejemplo, a trasladarse de barrio Belgrano hasta Regatas Rosario en bicicleta, y siempre tomando el camino más largo.
En 1971, después de desplegar un verdadero arsenal técnico sobre las aguas del Támesis, salió primero en la Regata Henley, un lugar que hasta ahí se había mostrado esquivo a su coronación. Para Alberto “la tercera fue la vencida”. En ese magnífico escenario superó al norteamericano Jim Dietz y conquistó la cumbre del remo.
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Rulos al viento, Demiddi fue el símbolo de Regatas al mundo,
Esta victoria situó indudablemente a Demiddi en la cumbre del deporte. Sus títulos de campeón europeo, mundial y sudamericano avalaban el triunfo de Henley, que puede medirse en lo comparativo con otras actividades deportivas, como una victoria en Wimbledon o en Indianápolis”.
Aquel 1971 vio también a Alberto ocupando el primer puesto en el Campeonato Europeo disputado en Dinamarca, con un registro de 6 minutos 57.99 segundos que batió la marca de 6m 58.14s establecido el día anterior por el alemán Goetz Draegerdía, que en la final quedó segundo.
También fue campeón, por partida doble en el Panamericano de Cali, Colombia, ganando en single scull y en el ocho junto a Hugo Aberastegui (stroke), Alfredo Martín, Oscar Villarruel, Ignacio Ruiz Díaz, Guillermo Segurado, Ricardo Rodríguez, Alejo Del Cano y Raúl Mazerati (timonel)
Todos estos últimos triunfos, en Henley, el Campeonato Europeo y el Panamericano, hacían pensar que Demiddi no tenía barreras. Y en un punto era cierto. Ya no había límites sino un solo objetivo: la medalla de oro olímpica, el único título que le faltaba. Para ello su sueño tenía como sustento el empecinamiento y estaba revestido de un conmovedor ejemplo de tenacidad.
Con 27 años, Demiddi pensaba que ya no era joven y que era tiempo de coronar una meta que nunca ocultó: ganar los Juegos Olímpicos de Munich.
Se preparó como nunca porque la medalla dorada era su obsesión, pero las cosas no salieron como él esperaba y arribó segundo a la meta. Se quedó con la presea de plata y también sin consuelo, al punto que fue algo que siempre se reprochó. El ciclo de oro del remo argentino, con Demiddi a la cabeza, había llegado a su fin.