El dato de inflación de diciembre no fue bueno. El gobierno invocó estacionalidad para relativizar la aceleración del índice de precios al 2,7% mensual, pese a que en el mismo período el consumo masivo se derrumbó 18%. Pero al mismo tiempo pareció tomar nota del alerta y reaccionó redoblando la apuesta.
En esa lógica, adelantó la desaceleración del ritmo de devaluación mensual al 1%, aun cuando no se cumplieron las condiciones que el propio presidente Javier Milei había puesto para dar ese paso. Por ejemplo, que la inflación fuera menor al 2,5%.
Viejo gurú de la city, el ministro de Economía, Luis Caputo, apostó a reforzar las expectativas para renovar la confianza en el carry trade. El “combate final” a la inflación es el argumento para profundizar la apreciación del tipo de cambio. La decisión del Banco Central de sostener la tasa de interés es la herramienta práctica.
Expectativa y carry trade
El trasfondo es el de un mercado cambiario que no termina de estabilizarse desde que los paralelos retomaron su presión alcista en el final del año pasado. Las reservas están al límite tras el pago de vencimientos de deuda y el famoso crédito del FMI parece ser la apuesta excluyente para recuperar tranquilidad. El organismo mezcla elogios a Milei y proyecciones venturosas sobre la economía con firmes prescripciones de política económica, entre ellas liberar el dólar.
Por razones de política en general, dentro de lo cual el capítulo electoral es más que relevante, la lucha contra la inflación es omnipresente. Y lejos de esperar que actúe la mano invisible, el gobierno nacional activa fijando el precio del dólar pero también los salarios, a través de una intervención intensa para topear las paritarias. En paralelo acelera la apertura importadora. El flanco más reciente fue la flexibilización del régimen antidumping, que protege a las industrias de la competencia internacional a precios predatorios.
La fórmula para anclar expectativas tensiona a la economía real. Los datos de producción industrial, consumo, construcción, empleo y otros ligados a la actividad muestran que aquellos pequeños brotes verdes que algunos quisieron ver en el tercer trimestre de 2024, se marchitaron en el cuarto.
Más allá de algún tractor que permita mejorar las estadísticas oficiales, como la buena cosecha de trigo, el cambio de año no llegó con buenas noticias en ese sentido. Cierre de plantas industriales, despidos masivos, default en grandes compañías del agro y hasta una temporada turística magra dan cuenta de la aspereza del terreno.
Verano caliente
Apenas arrancó el año, los conflictos de Acindar, Vicentin, Randon y Euro expusieron la amplia gama de disputas que friccionan sobre el mercado laboral de la región: crisis productivas, cesantías, pelea salarial, disciplinamiento y presiones para imponer la última reforma laboral en el interior de las unidades productivas.
Con alguna excepción, estas disrupciones no permean en la política santafesina ya que la doxa gubernamental de la Región Centro limita cada vez más el concepto de defensa de la producción a la defensa del agronegocio.
Pero también desde ese sector, el que más sensibiliza a las autoridades locales, soplan vientos de crisis. Al ya conocido combo de bajos precios, dólar planchado y retenciones inamovibles se sumaron la onda expansiva de los default y la sequía, que ya bajó el techo esperado de la cosecha de maíz.
A esa delicada tarima se subieron los gobernadores y los referentes de la mesa de enlace para susurrar admoniciones al gobierno nacional, cuya promesa incumplida respecto de los derechos de exportación pone a prueba el amor con su hinchada más selecta. Pero más allá de la lectura electoral, el riesgo que esta combinación de sucesos complicados encierra en términos de actividad es el de una crisis extendida, con algunos rasgos parecidos a la de los últimos años de la convertibilidad.