En una esquina céntrica de la ciudad de Washington se encuentra el “Little gay pub” un pintoresco lugar cuyas ventanas se encuentran completamente cubiertas por la figura de Kamala Harris, como si de un comité partidario demócrata se tratase. Un par de cuadras más adelante se pueden ver puestos en la calle donde, entre otras cosas, se venden remeras con la figura de la candidata demócrata como si fuera una estrella de rock o un deportista famoso.
Esto no debiera sorprender en un estado donde históricamente jamás en la historia reciente ha ganado un candidato republicano pero si, no deja de sorprender, ese nivel de adhesión que tiene más que ver con el repudio a la figura de Donald Trump que con la adhesión que genera la candidata demócrata.
Leslie, un joven becario que trabaja en la Casa Blanca nos cuenta que el quiere que gane Kamala pero que ve muy probable que gane Trump, un taxista afroamericano, nos cuenta que está registrado para votar y que va a ir a votar a la candidata demócrata, ante la pregunta sobre si es responsable también de la gestión actual de Biden nos contesta que los vicepresidentes no pueden hacer nada y que ahora que será presidenta cambiarán las cosas.
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Sin embargo, y más allá de lo que sucede en la ciudad capital del país, la sensación general de los analistas y periodistas es incertidumbre. Nadie quiere arriesgar, a ciencia cierta, quién se alzará con la suma de más de 270 electores para ser consagrado primer mandatario del país del norte.
Las elección de presidente en Estados Unidos se hace de manera indirecta, es decir aquellos ciudadanos que se hayan registrado para votar, irán este próximo 5 de noviembre a decidir, si los electores correspondientes a su estado, se sumarán a las filas del conteo del candidato republicano o de la candidata demócrata.
Independientemente de que la cantidad de electores que aportan cada estado varía según la densidad demográfica del mismo, este sistema hace que cada uno de los estados sea importante, lo cual obliga a los candidatos a hacer campaña en la totalidad de los 50 estados que componen el suelo norteamericano.
Toda una novedad para nuestro país donde, en muchas oportunidades, los candidatos concentran sus esfuerzos en las grandes urbes (especialmente provincia de Buenos Aires) porque saben que allí se concentra gran parte del electorado y que una buena elección allí bien compensa perder en varias provincias “chicas”.
Es tal la importancia de cada uno de los estados que, como suele suceder en las últimas elecciones son 7 estados (sobre 50) los que terminarán de inclinar la balanza a favor de uno u otro candidato. Estos son Michigan, Wisconsin, Georgia, Carolina del Norte, Arizona, Nevada y Pensilvania.
Estos estados que se conocen como estados pendulares (swing states) pueden votar tanto por un candidato republicano en una elección como por un candidato demócrata en la próxima, cuestión que sería impensable en otros estados que históricamente, y elección tras elección, se visten de azul demócrata (como Nueva York y California) o rojo republicano (Texas). Allí es donde están cerrando sus campañas los candidatos tratando de lograr que, aunque sea por un voto, ese estado sume al conteo de electores de uno u otro partido.
Será cuestión de un análisis posterior cuál fue el pensamiento y sentimiento que primó en la cabeza y el corazón del votante estadounidense, si la añoranza de una mejor economía nacional donde la inflación no sea una preocupación como lo es ahora para muchos, o si prima el desgastado cliché de “la democracia está en peligro” tratando de traer a la memoria del electorado los lamentables sucesos en los que manifestantes irrumpieron en el capitolio.
Los dardos de uno u otro lado fueron certeros, así como los errores no forzados que ambos tuvieron. Un comediante en un mitín de Trump en Nueva York llamó “isla flotante de basura” al país de Puerto Rico generando el repudio del multitudinario electorado latino, lo cual generó que el magnate inmobiliario saliera a despegarse de tales aseveraciones, y, tras cartón, en un cierre de campaña de Harris, Joe Biden (si, el actual presidente de Estados Unidos) dijo que quienes eran basura eran aquellos que voten a Trump como primer mandatarios, lo cual también generó que la candidata demócrata también saliera a despegarse de tales dichos.
Lo único cierto es que la moneda está en el aire, en una campaña donde prevaleció la crítica al otro y la chicana muy por encima de la presentación de propuestas, el próximo 5 de noviembre, o los días posteriores, si la elección es pareja, sabremos si Donald Trump se convierte en el 47° presidente de Norteamérica o si, por el contrario, Kamala Harris se erige como tal siendo la primer presidenta mujer de la historia de ese país. El tiempo lo dirá