Nos encontramos en un momento crucial de la historia humana. La evidencia científica resuena con una claridad ineludible: el cambio climático es una realidad, y sus impactos se manifiestan con una fuerza cada vez más devastadora. La Tierra, nuestro hogar compartido, se enfrenta a una encrucijada crítica, y la humanidad parece avanzar con los ojos vendados hacia un precipicio donde la destrucción de los servicios ecosistémicos amenaza la esencia misma de la vida tal como la conocemos. Aún así, frente a las advertencias, en el año 2024 las emisiones antropogénicas alcanzaron un récord histórico y fueron un 1% mayores que las del 2023.
Las tensiones geopolíticas, ecos de los capítulos más oscuros de nuestro pasado, resurgen con una intensidad preocupante, obstaculizando la cooperación global que se erige como pilar fundamental para enfrentar este desafío colosal. La polarización política, alimentada por liderazgos populistas, los intereses corporativos y la inmediatez algorítmica de las redes sociales, erosiona el debate racional y la búsqueda de soluciones a largo plazo.
La codicia, la comodidad y la desinformación continúan nublando el juicio de quienes ostentan el poder. Los líderes políticos, en su mayoría, priorizan intereses cortoplacistas y cálculos electorales por encima del bienestar del planeta y de las generaciones venideras. ¿Pero qué responsabilidad recae sobre nosotros, los ciudadanos de a pie? ¿No somos nosotros quienes elegimos a estos líderes? ¿No somos nosotros quienes, en nuestra vida cotidiana, contribuimos a la crisis climática a través de nuestros hábitos de consumo?
Paradójicamente, en medio de la oscuridad, vislumbramos un rayo de esperanza pues, muchas de las soluciones para mitigar el cambio climático no sólo son viables desde el punto de vista económico, sino que también generan oportunidades de empleo y desarrollo sostenible. La transición hacia la eficiencia energética, las energías renovables, la agricultura sostenible y la economía circular se presenta como un camino hacia un futuro más próspero y equitativo.
Ante el desafío climático que nos afecta a todos y a la inacción, han surgido en el año 2017, las Alianzas para la Acción Climática (ACAs), con el objetivo de unir a diversos actores subnacionales (provincias y municipios), instituciones del sector privado y de la sociedad civil en un esfuerzo conjunto para impulsar la acción climática. En el mundo existen 11 ACAs: EE.UU., Japón, México, Brasil, Chile, Sudáfrica, Unión de Emiratos Árabes, Vietnam, Australia y Argentina desde 2018.
La Alianza para la Acción Climática Argentina (AACA) reúne a más de 20 organizaciones comprometidas con este propósito. La constituyen provincias, municipios, empresas, bancos, cámaras empresariales, asociaciones del sector agropecuario, academia y ONGs. El trabajo que realiza es apoyar las políticas climáticas, impulsando su ambición e implementación, acercando propuestas de soluciones desde los signatarios de las AACA, y difundir la temática ambiental.
La catástrofe climática no es inevitable. Todavía estamos a tiempo de cambiar el rumbo, pero para lograrlo, se requiere un cambio profundo en nuestros valores y mentalidad, que se traduzca en acciones concretas a nivel gubernamental, institucional e individual.
Es imperativo exigir a nuestros líderes acciones ambiciosas y urgentes, con políticas y compromisos concretos. Es fundamental transformar nuestros hábitos de consumo y adoptar un estilo de vida más sostenible, reduciendo el derroche y el consumo innecesario. Es esencial informarnos y educar a otros sobre la importancia de proteger nuestro planeta, en todos los niveles educativos y urgentemente en los funcionarios de gobierno.
La responsabilidad es colectiva, y sólo a través de la acción conjunta podremos construir un futuro climático resiliente para todos.