Los guardias de la Capilla Sixtina chistan, piden una y otra vez silencio a los turistas, reclaman incansablemente que no saquen fotos. Sin dejar de apuntar la vista al techo abovedado, la muchedumbre agolpada y maravillada obedece por un instante, pero en seguida vuelve a brotar un murmullo que crece hasta que retumba otra vez el llamado a silencio. Y también se escucha el clic del disparo de una cámara de fotos, escondida en algún inaccesible rincón de esa multitud apretujada.
En torno a los frescos laterales nacidos del trazo de Sandro Botticelli y Domenico Ghirlandaio, y sobre todo bajo la monumental obra de Miguel Ángel Buonarroti que decora la bóveda y la pared del altar, la escena se repite minuto a minuto todos los días del año. Pero la Capilla Sixtina, una de las grandes joyas del Vaticano, ahora se tomará un descanso o, al menos, cambiará sus visitantes: por un tiempo no habrá gorras con visera ni camisas floreadas, pero sí birretes de cuatro puntas y sotanas rojo escarlata. Es momento del cónclave; salen los turistas, entran los cardenales.
El Vaticano ya cerró la Capilla Sixtina para que se celebre, desde el próximo miércoles 7, el cónclave que designará al nuevo Papa, tras la muerte de Francisco el 21 de abril. Y se repetirá jornada tras jornada el ritual que todos conocemos: fumata nera los días que la votación no alcance los dos tercios necesarios para consagrar al nuevo obispo de Roma. Y finalmente la fumata bianca para desatar el repique de campanas y la algarabía popular en la plaza San Pedro, momentos antes de que se escuche desde el balcón: habemus papam.
Es por eso que una de las tareas fundamentales de los trabajos que se llevarán a cabo en estos días es la puesta a punto de la estufa donde se quemarán las papeletas después de las votaciones.
Cantos gregorianos y votación secreta
Cuando comience el cónclave, los cardenales entrarán solemnemente y, bajo la mano extendida de Dios en "La Creación de Adán" que pintó Miguel Ángel, participarán de un proceso secreto guiado por el espíritu santo que resultará en la selección del próximo líder de la Iglesia católica de 1.400 millones de fieles.
Cuando comience el cónclave, los cardenales cantarán la "Letanía de los Santos", el solemne y místico canto gregoriano que implora por la intercesión divina, mientras desfilan hacia la capilla y prestan un juramento de secreto. Las gruesas puertas dobles de la capilla se cerrarán y el maestro de liturgia dirá a viva voz: “Extra omnes” (todos afuera).
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La elección determinará si el próximo pontífice continuará con las reformas de Francisco, con su enfoque en los pobres y marginados y el medio ambiente, o si elegirán a un Papa más cercano en estilo a predecesores conservadores como Benedicto XVI, centrado en la doctrina.
Hasta entonces, los turistas no podrá integrar la estadística de esos cinco millones de visitantes anuales que recibe la Capilla Sixtina, y deberán conformarse con sumarse en la paciente espera diaria por el humo negro o el humo blanco, en medio de la multitud que colmará la plaza San Pedro, de frente a la grandiosa fachada de la basílica diseñada por Carlo Maderno o contenidos por el "abrazo" de la columnata de Gian Lorenzo Bernini.
Este domingo, después de que salió el último grupo de visitantes, la Capilla Sixtina quedó cerrada. “Creo que nos sentimos muy afortunados de poder ser el último grupo de visitantes en entrar. Nuestro viaje no habría estado completo sin ver este hermoso lugar”, dijo Sumon Khan, quien llegó desde Estados Unidos para encontrar una Roma convulsionada y un Vaticano que escribe una nueva página en su historia.