La deriva de nuestro trabajo con niños y niñas en los espacios de atención pública de la Cátedra de Psiquiatría Infanto-Juvenil de la Facultad de Ciencias Médicas, nos muestra presentaciones sintomáticas sobre las que se montan discursos que merecen un análisis detenido y un claro posicionamiento teórico y ético.
Los destinatarios de las prácticas y políticas son sujetos de derecho, tanto más si hablamos de niños y niñas. La medicina social y la salud colectiva -paradigma que nos guía- tiene como pilares la centralidad y participación de los usuarios. El campo de la salud mental con infancias conlleva un plus de complejidad, ya que dialoga con las disciplinas de la educación.
A partir de la década del 90, el uso de psicofármacos en niños aumenta exponencialmente junto con la difusión masiva del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Al ritmo del “engorde” de las nuevas ediciones del Manuel Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) se multiplicaron diagnósticos. Rápidamente toda dificultad de aprendizaje comenzó a ser leída en los términos de la nosografía psiquiátrica: ADD, TDAH, TGD.
La resistencia empezó a organizarse; colectivos de profesionales de distintas disciplinas y agentes que provenían de campos de saberes formales y no formales comenzaron a dar voces de alerta. La medicalización y la patologización de las infancias se había convertido en un fenómeno de interés mundial. Agrupaciones de Italia, España, Brasil, Francia, México, Uruguay, Colombia, EE. UU. y Argentina comenzaron a estudiar, investigar y realizar difusión académica y comunitaria para visibilizar los procesos de patologización de las infancias.
La problemática ya está instalada como un problema social de salud. El streaming y la televisión suman su aporte. Así vemos a Bart Simpson tomando Focusyn a raíz de un diagnóstico de THDA. El episodio denuncia los efectos secundarios del metilfenidato. También la exitosa serie de Netflix, New Amsterdam, desarrolla el cruce entre salud y educación en un capítulo en el que neurólogo y psicólogo ayudan a un niño polimedicado que no podía expresar su malestar. En la misma plataforma está Take yours pills, un documental realizado en EE. UU. que busca concientizar y alertar sobre el consumo de la combinación de dextroanfetamina y anfetamina, droga de nombre comercial muy conocido utilizada para el TDAH y para potenciar el rendimiento cognitivo y deportivo.
Potenciar, rendir, no parar, gozar, disfrutar son los significantes imperativos de la época. Sobre ellos la medicalización y patologización ejecuta la operación política por la cual los problemas propios de la condición humana como la tristeza, la inclusión de las infancias en el mundo, los cambios de la adolescencia; el nacimiento, la vejez o la muerte son tomados por el paradigma médico para explicarlos y tratarlos. Se ofrece una única respuesta, también médica y una solución, mayormente farmacológica.
La traducción en términos de patología y la definición del tratamiento bajo la matriz del discurso médico hegemónico tiene consecuencias. Los efectos secundarios de la ingesta de fármacos en niños son graves: pérdida de peso, retraso en el crecimiento, alteraciones cardíacas, náuseas, irritabilidad. Pero existe algo aún más injusto y nocivo para las infancias: la mirada psiquiatrizante hace recaer sobre el cuerpo del niño responsabilidades que corresponden a los adultos. Los procesos de medicalización han gestado formas discursivas de des-implicación. Si un niño está “enfermo” no hay que hacer más que llevarlo al médico; no se trata ya ni de cuidados, ni crianza, ni de hacernos responsables como sociedad sobre qué futuro dejamos a las nuevas generaciones.
¿Es que acaso los teóricos y expertos en educación no tienen nada para decir sobre el hecho de que hoy los niños no permanezcan obedientemente sentados en sus pupitres como antaño? ¿Por qué hablan cómo dibujitos y no toleran límites? ¿Por qué apuestan compulsivamente y pasan horas en la play? ¿Y por qué será que tempranamente se inician en el consumo de sustancias legales e ilegales? ¿Y los adultos, nos estamos haciendo cargo de nuestras formas de gozar y de nuestro rol y función? ¿Es que nada tenemos que ver con la niñez sumergida en la miseria, utilizada como objeto de trata y goce sexual de los adultos, explotados como fuerza de trabajo?
Sin dudas hay aparatos poderosos que penetran las subjetividades y las capturan. ¿Cómo salir de esa encerrona? En primer lugar, estar atentos a no abonar a la mirada patologizante ante aquello que expresa un niño. Cuando la causa es social se desplaza al plano individual del cuerpo del niño y no se interroga el contexto y el lugar de los adultos se corre el eje de la responsabilidad.
Otra cara de la desresponsabilización es la victimización de los adultos en función de cuidado. Como profesionales debemos estar a la altura de las demandas y no usurpar el lugar de las verdaderas víctimas: niños, niñas y adolescentes a los que les debemos un futuro.
*Docente de la Facultad de Ciencias Médicas UNR. Exposición en la Jornada “Mirada desde las ciencias sociales sobre la salud. Un espacio de debate y reflexión”, organizada por UNR y el Observatorio de Pacientes. [email protected]