En su última sesión, el Concejo le encomendó al Departamento Ejecutivo que interceda ante el gobierno provincial para que transfiera al municipio el deteriorado inmueble de la EPE situado en San Martín y Catamarca y allí se instale, previo estudio de factibilidad, un mercado de horticultores, fruticultores y pescadores, entre otros productores regionales. El proyecto aprobado se venía presentando desde 2019 y ahora su sanción abre varios interrogantes en caso de que el terreno sea efectivamente cedido, desde la preservación del complejo arquitectónico (catalogado por su valor patrimonial) al funcionamiento en pleno centro de una feria de alimentos, en una ciudad que a lo largo del siglo XX demolió casi todos sus mercados.
En el extenso predio vallado por carteles de publicidad –la ochava noroeste del punto donde confluyen las calles San Martín, Catamarca y Belgrano- sobresalen construcciones antiguas con muros llenos de grafitis y plantas. La Empresa Provincial de la Energía denomina a esa sede Bajo Catamarca y la utiliza para alojar transformadores y otros equipos. En 1888 el solar fue escenario del nacimiento de la luz eléctrica en Rosario: lo eligieron para instalar el primer generador y luego la central conocida como Usina San Martín, activa hasta octubre de 1913.
Entonces la zona era portuaria y extramuros, hoy tiene una ubicación estratégica y es frecuentada incluso por turistas por su cercanía con el río, el parque España y el Monumento a la Bandera. A su vez, vecinos de las cuadras aledañas denuncian que por el escaso movimiento son comunes los hechos de arrebato, la privatización del espacio público por un grupo de cuidacoches y la presencia de familias enteras sin hogar que pernoctan en las veredas.
Cuidar el patrimonio
El arquitecto Pablo Mercado, especialista en patrimonio local, explica que la vieja usina es una nave industrial, pero que siempre se trató de un edificio pensado para ser visto, es decir que la fachada constituye una construcción urbana. Consultado por La Capital, considera que sería bueno que pudiera utilizarse nuevamente, “disfrutada por los rosarinos”, así como discutidos sus usos. Desde un museo a un complejo ferial de arte o de alimentos, o varios destinos a través del tiempo.
“Lo importante es que el complejo quede en manos de la ciudad y ponerlo en valor desde el punto de vista de la conservación del patrimonio, pensando que quizás hoy es mercado y en el futuro otra cosa. Eso debe quedar claro en una eventual licitación para que no se pierdan elementos”, señala el especialista y recuerda el caso de la estación de trenes Rosario Central, donde no se respetaron ciertos criterios en relación a la preservación de rejas y aberturas, afirma. En ese sentido, insiste en que las remodelaciones no condicionen el edificio a un solo uso, que sean “reversibles” ya que “lo que tiene valor patrimonial es para varias generaciones”. De hecho, el inmueble que mandó a construir la Compañía de Luz Eléctrica y Tracción del Río de la Plata en 1902 está protegido por ordenanza municipal.
La propuesta de crear allí una gran feria de productos regionales “para emprendedores” y “evitando intermediarios” surgió en 2019 del edil Alejandro Rosselló (Unión Pro-Juntos por el Cambio), autor del proyecto que acaba de aprobar el Concejo. Lo cierto es que en las últimas décadas Rosario fue perdiendo sus tradicionales zocos bajo techo, y el único símil del rubro en la actualidad podría ser el Mercado del Patio en el ex Patio de la Madera, inaugurado en 2017 en instalaciones originalmente ferroviarias.
El arquitecto Mercado explica que en el período 1750/1880 la vivienda castellana no incorporaba comercios porque incluso estaba mal visto. “Los primeros que empiezan a poner locales son los italianos, ponían la vivienda arriba y abajo el negocio. Pero todo lo que fuera con olores se hacía en un lugar apartado (carne, pescado, verdura, pollo), porque no existía la cámara frigorífica. Antes de que se hiciera el matadero en zona sur, en los mercados se carnearía ahí nomás. Y para productos frescos la gente tenía en gran medida huerta y gallineros”, rememora el experto.
Son ejemplos de mercados que ya no están el de San Luis y San Martín, hoy plaza Montenegro y centro cultural Roberto Fontanarrosa; el de Mitre y Tucumán, donde se ubicó la plaza de la Cooperación; el de 1º de mayo y Mendoza, también plaza seca en el barrio Martin, o el del Abasto, que le dio nombre al barrio para luego transformarse en la plaza Libertad. Otras ciudades sí conservaron los edificios que habían sido construidos especialmente para albergar puestos en su interior y en la actualidad los aprovechan con los mismos u otros fines, como el Mercado de la Abundancia y el del Puerto en Montevideo.
Rodeados de río, no de pescados
“En el centro no hay acceso directo al pescado, a pesar de que en el Paraná tenemos de todo, no sólo boga y sábalo. Por ahí se comen más pescados de mar que de agua dulce, frescos, que son los que aportan nutrientes y generan defensas, vitalidad”, dice por su parte Stella Maris Ledesma, referenta de los pescadores del barrio La Florida, quien no duda en afirmar que les encantaría ser parte de un eventual mercado en el área central para beneficio de las familias trabajadoras, los rosarinos y los turistas. Otro punto al que se puede recurrir para conseguir carne de pescado directamente es la zona del Mangrullo, en el extremo sur de la ciudad.
“La presencia de la economía popular en un mercado popular no es novedosa, es la rueda del mundo. Es lo que se ve en los países de Europa y a lo que Rosario tiene que volver: los pescadores somos cooperativistas desde los años 80; además se le enseña a la gente a consumir lo que se produce en territorio”, se entusiasma La Gringa, de 65 años, y señala que “hoy la clase media y la alta sociedad busca alimentarse con buenos productos, sanos, o cambiar su ropa que ya no usa”.
“Hay que saber para vender pescado, tampoco es fácil pescar. Es un arte. El otro día un chico se ahogó porque el río no es para cualquiera: es importante que haya capacitaciones y que los productos se puedan vender a través de las cooperativas de pescadores”, insiste Ledesma, que se define como “una mujer de la costa, de la naturaleza” con 50 años en el oficio. “Siempre hemos pedido que miren al río, que lo valoren, porque el río es cultura, historia”, finaliza, problematizando un aspecto clave, más allá de la suerte que corra en particular el terreno de la vieja usina.