Elisa es una rosarina de 102 años, con una entereza envidiable, dientes brillantes y uñas en perfecto estado. Las arrugas de su cuerpo cuentan historias, pero no pueden esconder su tez blanca. Con su cuello sostiene una cadena de oro con un dije en forma de corazón que no tardó en abrir: “Él es Roberto Juan, mi compañero de vida”. Elisa y Roberto estuvieron casados 27 años y establecieron una unión que a más de medio siglo de que la vida los separó sigue intacta. “Él era muy amable, me abrazaba y tuve una suerte bárbara”, dijo con la emoción perpetuada por la foto de ambos unidas por ese corazón dorado, accesorio utilizado en ocasiones especiales.
Una mesa con un mantel rojo contenía a Elisa de salir a la pista. Sobre la mesa los platos dulces se mezclaban con los salados. Alfajores y tortas, pizzas, sandwiches y empanadas, vasos llenos de jugo o gaseosa. “Ella puede comer cualquier cosa”, remarcó Adriana, una de sus hijas, que custodiaba el “trono” improvisado de la cumpleañera.
“Le falta a él”, indicó mientras señalada con el dedo el vaso vacío dejando en claro que además de cumpleañera era anfitriona. Elisa está en todas, no se pierde de nada y sabe disfrutar cada rincón de su cumpleaños. Siempre con la música como ritmo de una tarde agradable en el verano rosarino.
Videollamada con sus cinco nietos y nueve bisnietos. Torta de chocolate de por medio y una vela para soplar. “Estoy bien, y con todo esto, más todavía”, respondió a la primera pregunta del otro lado del teléfono y lanzó un beso. Elisa sigue llorando al recordar a Mariano, hijo de Mabel y el primer nieto que le tocó cuidar. Es su debilidad y hoy viviendo en el exterior parece ser lo único que extraña. También lo reconoce en la pantalla, a pesar de su edad las entiende, se acomoda ante cada “foto” que se escucha y se preocupa por mostrarse entera y reluciente.
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Para Elisa
La celebración estuvo acompañada por un show musical. Las palabras danzarinas del cantante hacían que Elisa, casi sin darse cuenta, comience a moverse y aplaudir en cada tema. “Usted” de Luis Miguel fue el disparador.
Quienes conocieron a Elisa pueden recordar cómo era la primera en salir a pista cada vez que los parlantes comenzaban a sonar. Roberto se quedaba atrás, pero poco le importaba. Así como abría cumpleaños de 15, graduaciones o festejos en general, no se quedó atrás en su cumpleaños 102 y su ‘metro sesenta’ se hizo presente sobre las baldosas blancas, que hacían de pista central.
Empujó la mesa y asistida por Adriana, de 71 años, salió al ruedo con “La Copa Rota” de José Feliciano de fondo. El resto se contagió. La imagen de madre e hija bailando entro en una amorosa confusión: si era Elisa la que se aferraba a Adriana, o era la madre la que sostenía a la hija. La mirada hacia abajo de Adriana siguiendo a su madre evidenciaban la sorpresa por la cantidad de pasos. “Qué bien que tiene los pies”, deslizó con sorpresa.
Pero justo cuando estaba por terminar el tema se abrió una luz en el camino e irrumpió Mabel, su otra hija de 76 años. Abrazando a su madre quedó anonadaba por la situación y lanzó: “Empezó antes, ¡che!”. Ella fue la encargada, con su cámara digital aún vigente, de registrar las fotos.
“Tengo dos hijas que son un amor”, dijo Elisa con una sonrisa imborrable, escoltadas por ambas y en sus ojos verdosos se veían las primeras lágrimas que aclaraban pupilas. Lagrimas que una vez que se dejaron mostrar, se fueron renovando minuto a minuto. La alegría de la mujer de 102 años desborda desde su rostro.
La fiesta continuó y “Sin nos dejan”, canción de Nucho Leal popularizada por Luis Miguel fue otra pieza que hizo mover a Elisa. Un pequeño parate para comer no impidió que siguiera con una sonrisa, surcos de lágrimas y las palmas con “Te vas”, de Américo. “Estoy muy contenta, lo voy a llevar en mi corazón”, se pudo escuchar cuando la música se tomaba un respiro de Elisa.
Llegó el momento de la cumbia y fue impulsada nuevamente hacia la pista olvidándose de los 102 años, sus achaques y el resto de los presentes. “Por primera vez”, de Los Palmeras, la llevó nuevamente a mover los pies, está vez acompañada por Mabel, pero con una salvedad: Elisa invitó a su hija. El tema de la banda icónica de la movida tropical entró en su estribillo y el ‘trencito’ encabezado por la misma Elisa se repitió, como cada vez que las melodías ingresan al geriátrico. Aunque los boleros y las cumbias la hacían bailar, el folclore es su género preferido.
Terminó el tema y se caía de maduro: “¿Estás cansada?”, se animó a preguntar Mabel, pero como una guillotina que corta en seco lo que tenga por delante, dijo: “No”. Ella no quería dejar la pista, allí se movió, se sintió, se expresó, se reconoció. Allí, Elisa fue Elisa.
Siguió “Te va a gustar” y “La suavecita”, con sus hijas formaron un triángulo de baile que quedará en el recuerdo de las tres. Las manos entrelazadas formaron un círculo perfecto, por ellas parecía pasar una energía especial, una conexión singular. Miradas y sonrisas, aunque ellas no lo sepan, es su lenguaje cómplice. Y las lágrimas lejos están de ser de tristeza.
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Una vida
Elisa nació el 27 de enero de 1923 en el Hospital Centenario, es la menor de 13 hermanos e hija de inmigrantes italianos provenientes de la región de Udine. Pasó la mayor parte de su vida en Arroyito -siguió durante muchos años a Central por la radio- y fue vecina de su hermana Regina Séptima, que vivió hasta los 100 años, el resto de sus hermanos superó cómodamente los 87. “Un tiempo estuviste en calle San Juan”, disparó su yerno José, que acompañó el festejo. “Sí, pero poco tiempo. No cuenta”, respondió rápidamente en la entrada de su lugar de residencia. Su entereza se asemeja con las piedras del frente del hogar y dejan en claro su tozudez.
“Es un montón 102 años. Estoy bien, puedo hablar y caminar y la cabeza todavía me funciona”, remarcó en la puerta del residencial de la zona norte. ¿Cuál es la clave para llegar a tal cifra? “No sé, sigo igual. Vivo normal”, dijo sin preocupaciones y con una mansa postura, la que supo mantener durante toda la vida, aunque una vez se vio perturbada por una pizza.
Sus hijas la recuerdan como una gran cocinera y una madre “que nunca se enojaba, salvo esa vez”. Los canelones eran su especialidad y la banana con nueces no podían faltar para terminar el día. Sin embargo, una pizza mal hecha la sacó de su centro: “Nunca me salían bien y ese día la revoleé contra la pared”, se ríe al recordar aquel momento fatídico en la cocina.
Su principal competidora era ella misma, aunque se reconoce competitiva y continúa apretando su puño al lamentar una derrota en un partido de básquet hace más de 80 años: “Jugaba en Náutico y me mandaron a jugar para otro club que no recuerdo. Perdimos y todavía tengo bronca”.
Elisa toma alrededor de cinco pastillas por día. Nada en especial. Entiende todo y no se pierde de nada. Al momento de regresar a la fiesta sus hijas se apostaron sobre su madre para acompañarla en la caminata, entrelazaron sus brazos, pero ella, con 102 años, se las quitó de encima y se paró sola. ¿Apareciste alguna vez en el diario? “No, a menos que me haya robado algo”, cerró con gracia y saludó. Sin darse cuenta, reveló uno de sus secretos para la longevidad: mantener el sentido del humor intacto.