Mario Bunge ha atacado vigorosamente al psicoanálisis y a la psicoterapia en numerosas
oportunidades. Las razones que ha ofrecido pueden agruparse en dos tipos: razones metodológicas y
pruebas empíricas. Las primeras constituyen una crítica al modo de proceder de los investigadores
que han desarrollado el psicoanálisis, desde Freud hasta nuestros días. Ese modo de proceder,
afirma Bunge, está reñido con los requisitos mínimos aceptados por la comunidad científica
internacional para considerar que una investigación es científica. En otras palabras, los
psicoanalistas no utilizan la estrategia general de indagación conocida como método científico. Las
razones del segundo tipo muestran que los datos no apoyan las ideas psicoanalíticas. Bunge
considera que el psicoanálisis es una pseudociencia.
Las razones metodológicas que Bunge ofrece pueden resumirse así:
El psicoanálisis contiene hipótesis irrefutables. La ciencia intenta describir y explicar cómo
es el mundo y lo hace a través de datos, hipótesis, modelos y teorías. Los científicos ponen a
prueba sus ideas (hipótesis, modelos y teorías) acerca de la realidad utilizando dos tipos
principales de control: el más conocido de ellos es el control empírico, vale decir la puesta a
prueba de las ideas por medio de datos empíricos.
Para poder ser sometida a contrastación empírica una idea debe ser refutable. Es decir, ha de
ser posible imaginar un dato empírico que, si resultase verdadero, refutaría la idea en cuestión.
Pues bien, una de las críticas al psicoanálisis más difundidas -y que Bunge comparte- es que gran
parte de sus hipótesis son irrefutables. Estas hipótesis están formuladas de tal modo que, por
principio, no puede haber datos que las pongan en entredicho. Bunge provee el ejemplo de la
hipótesis del contenido sexual -manifiesto o latente- de los sueños.
Esta hipótesis es irrefutable porque si un sueño determinado contiene elementos sexuales está
claro que la hipótesis se confirma. Pero también ocurre que cuando el sueño no contiene ningún
elemento sexual ostensible, el psicoanalista lo da por supuesto y justifica su actitud recurriendo
al supuesto de que el contenido sexual está latente. Desde luego, lo latente es muy difícil de
registrar empíricamente.
Otro ejemplo es el de la atracción sexual de los niños por los padres del sexo opuesto y la
correspondiente represión. Para el psicoanálisis, sostiene Bunge, tanto da que uno haga A o B. Si
hace A, es prueba de que se siente atraído sexualmente por, digamos, su madre. Si hace B, no
significa que la atracción no exista, simplemente está reprimida. Claramente, la latencia y la
represión funcionan inmunizando contra la experiencia a las hipótesis del contenido sexual de los
sueños y la atracción por el padre del sexo opuesto respectivamente. O sea, no hay ningún dato
imaginable que pueda refutar estas hipótesis psicoanalíticas.
Contra lo que suele pensarse, la principal crítica de Bunge al psicoanálisis no es que éste sea
irrefutable (la crítica de, por ejemplo, Karl Popper), sino que, a diferencia de las disciplinas
científicas genuinas, el psicoanálisis no cumple el importante requisito de consistencia externa.
Las diferentes disciplinas científicas interactúan apoyándose las unas a las otras tanto en sus
aspectos teóricos como empíricos. La intensidad de estas interacciones, obviamente, varía según los
campos de los cuales se trate, pero hay un mínimo: las ideas científicas tienen que ser compatibles
(consistentes, congruentes) con el grueso del conocimiento confiable pertinente.
El grave problema del psicoanálisis, sostiene Bunge, es que se trata de una disciplina aislada
del resto del conocimiento (no interactúa con disciplinas obviamente pertinentes, tales como la
psicología experimental y la neurociencia cognitiva). Más aún, el psicoanálisis no es congruente
con las ideas desarrolladas por estas disciplinas. Según Bunge, la biopsicología (término con el
que engloba las disciplinas científicas mencionadas) no ha hallado nada que pueda apoyar al
psicoanálisis, sino que más bien ha provisto información que lo contradice (por ejemplo, que los
niños no tienen su órgano sexual más importante —el cerebro— lo suficientemente
desarrollado como para experimentar los deseos que el psicoanálisis les atribuye).