Cuentan que la han visto caminar por los rincones de la mansión y hasta la oyeron llorar en el
sótano. Que la llenaba de pena la posibilidad de que demolieran su majestuosa morada en Alberdi y
que desde el más allá hizo lo imposible para protegerla. Dicen que el fantasma de María Hortensia
de Echesortu supo encarnarse en una medium. Que se cansó de prender y apagar luces cuando la
mansión estaba abandonada y sin energía eléctrica y que, aún ahora que en la casona de Warnes 1917
donde funciona el Centro Municipal de Distrito Norte, los guardias nocturnos suelen ver pasear a
“alguien” por los jardines. Creer o
reventar.
El espectro de Villa Hortensia parece no ser él único que pugna por
seguir presente en la ciudad. Múltiples voces de ayer y de hoy aseguran haber sido testigos de
apariciones en casas y casonas, en el museo Castagnino, en el teatro El Círculo, en los cementerios
y en otros tantos rincones. Son verdaderas leyendas que describen a la ciudad tanto como a su
gente. Y se instalan en sus calles, archivos, guías turísticas, fotos y reseñas en internet. Hay
quienes han dejado escritos algunos de estos relatos que apasionan hasta los más descreídos; otros
los han filmado, mientras el resto se encarga de narrarlos oralmente y compilarlos a la vez. Pasen
y vean otra forma de conocer Rosario.
El primer largometraje íntegramente de animación realizado en la ciudad
da cuenta justamente de la “Rosario misteriosa”. El año pasado, el filme se exhibió en
dos cines de la ciudad, se donaron 900 copias a las escuelas, lo bajaron 7 mil personas de la web
(www.larosariomisteriosa.com) y se “vende muy bien, a 20 pesos, en la librería Buchín y en el
Monumento”, afirma Pablo Rodríguez Jáuregui, coordinador de la Escuela de Animadores que
funciona en La Isla de los Inventos y donde se creó la película.
“A la historia de Villa Hortensia me la habían contado hace más de
20 años cuando llegué a estudiar cine a Rosario y me volví a topar con ella por la película. Luego
surgieron otras tantas como la de Luisito, el boletero del teatro La Opera que luego fue El
Círculo. Dicen que el hombre no tenía casa y vivió ahí hasta su muerte; y que desde que reabrió el
teatro hasta hoy recorre el sector del paraíso. Son relatos fascinantes que se transmiten de
generación en generación como los cuentos clásicos sin que queden excentos del morbo y las
situaciones extremas”, dijo Rodríguez Jáuregui refiriéndose a esta especie de Fantasma de la
Opera vernáculo.
Arquitectos, libreros, fotógrafos, comentarios de gente común y una guía
que invita a recorrer rincones misteriosos de París sirvieron para hacer estos dibujitos animados
de Rosario. El relato describe también al fantasma de un frustrado pintor no reconocido por los
artistas de su época que se deja ver ante los mortales y con sentido de venganza en el museo
Castagnino.
Entre las historias que quedaron fuera de la película están la del
teatro Colón, de Corrientes y Urquiza, y la de la torre del correo. El primero se demolió y se
transformó en un baldío donde solían levantar sus carpas los circos que llegaban a Rosario. Cuentan
los visitantes que en los carromatos “desaparecían” cosas. El mirador del edificio
postal, que comenzó a construir Angel Guido, el arquitecto del Monumento a la Bandera, se derrumbó
porque, entre otras versiones, era una obra más alta que la Catedral. En el actual edificio
supuestamente también suceden “cosas raras”.
Ante la demolición. A fantasmas y duendes parecen no gustarles nada las demoliciones y
derrumbes. Aparecen en simultáneo con la amenaza de mover los ladrillos de lugar en alguna vivienda
y se transforman en guardas celosos del statu quo de una época, su ambiente y su cultura. Basta
escuchar el testimonio del secretario de Diseño y Artes Urbanas del municipio, Dante Taparelli,
sobre su propia casa. En el inmueble de 1857, ubicado sobre la avenida Belgrano, de estilo
italianizante, cuatro patios, aljibe y fuente, vivieron una mujer ilustre y sus dos hijitas.
Taparelli recordó que hace tres años tuvo que tirar abajo algunas paredes y aseguró que en ese
momento “apareció una mujer vestida de largo con dos nenitas, una en cada mano: fueron
segundos de una imagen como en diapositiva”.
El escritor Rafael Ielpi, basándose en datos que le supo brindar el
fallecido historiador Vladimir Mikielevich, publicó en su libro “Rosario, del 900 a la década
infame” el misterio que sobrevuela a la casa de descanso que tuvo Justo José de Urquiza en
Alberdi 1040. “Urquiza tenía el saladero 11 de Septiembre en el ex barrio Refinería y esta
casa donde los vecinos aseguraban oír sonidos de cadenas, lo que impedía alquilarla”,
sostuvo. Otra casa embrujada fue la del mariscal Santa Cruz en el pasaje que lleva su nombre, pero
que ya se demolió; y una más era la de la mansión de Juan Canals, la vieja casa ubicada en Rioja y
Moreno. “Se decía que se escuchaban aullidos y llantos de dos personajes folclóricos como el
chancho y la viuda. Pero eran malandras que asustaban y les robaban las pertenencias a los que
pasaban”, contó Ielpi. Y aclaró que estas leyendas o mitos urbanos no son patrimonio de
ninguna ciudad (ver página 10). “Existen en todos lados. Y cuando se escuchan ruidos se
reeditan las historias. Es una lástima que no sean verdad”, lamentó.
Cuenteros. Cuentistas, cuenteros o cuentacuentos. Cualquiera de las acepciones viene bien
para identificar a los integrantes del Movimiento Rosarino de Tradición Oral (Moronao): narradores,
titiriteros y actores que llegan a escuelas y vecinales de la ciudad para contarles, a chicos y
grandes, estas y otras historias y escuchar y compilar las que les relatan en cada lugar.
En la página del grupo (www.moronao.blogspot.com) se puede leer
“Túneles fantasmas”, la historia que refiere a los pasadizos secretos que creó la mafia
en la bajada Sargento Cabral, en conexión con el puerto. Dicen que “la maldad de estos
hombres” sembró de muertos y de quejidos espeluznantes y fantasmales a esos túneles.
“Nos hemos encontrado con lindas sorpresas como las narraciones de
un grupo de chicos del suroeste quienes nos contaron la historia del Monte Caballero, donde
supuestamente existió un pozo y un túnel en el sucedían cosas misteriosas y apariciones. También
nos contaron la de la Laguna de Mandinga, que supo existir donde se ubica el shopping de Junín
(Alto Rosario). Los vecinos aseguran que se arremolinaban las aguas y salía humo porque el diablo
estaba allí”, subrayó la narradora Adriana
Felisia.
Para ella, “rescatar las leyendas de los distintos barrios o
zonas” es trabajar con un “importante y sensible aspecto de la cultura como es el de la
oralidad”. Felisia no deja de contar que en la sala de teatro de Amigos del Arte, de 3 de
Febrero al 700, no son pocos los que han visto seres extraños y han escuchado silbidos de un
subsuelo “totalmente vacío”. Relató una experiencia personal escalofriante en la
escalera caracol de una mansión de Alem y San Luis y aseguró que su casa estilo campo, ubicada en
barrio Echesortu y cuyo antiguo morador supuestamente fue Carlos Casado del Alisal (fundador de la
localidad de Casilda), guarda vivencias fantásticas entre sus muros. Por eso, a esta altura se hace
inevitable la frase: “Las brujas no existen, pero que las hay las hay”.