Un punteadito rápido que surge de una charla casi de pasillo entre un par de cuarentones, uno que pinta canas y le está dando la bienvenida a los 60, y un pibe que aún no llegó a los 30 y mira incrédulo, pone sobre la escena más de 35 boliches. Depurarlo es un tire y afloja titánico que lleva el número a 10, y a algunas caras largas en consecuencia.
Con la subjetividad marcada por el grupo etario y los gustos de época, Contrabando, Luna, Madame, Space y Satchmo arman en lote que pica en punta.
Contrabando sigue ahí
El inmueble mantiene prácticamente la misma fachada. Está rodeado de los adoquines de Sargento Cabral que, fundamentalmente para el público femenino, significaban todo un desafío. Casi tan arduo como "escalar" la subido cuando ya arrancaba la cuenta regresiva para que el sol vuelva a asomar. Tampoco está el bar Trueque, que estaba casi adentro.
Quizás puertas adentro sigan firmes esa suerte de islas que formaban los parlantes en la pista central y que mucho usaron de tarima para ensayar pasos de baile. Pensar en las callecitas laterales, la zona alta donde estaban las barras y los distintos sectores de túneles que se fueron habilitando con el paso de los años es apelar a los recuerdos que muchos atesoran. Y quizás algunos los revivan cuando atraviesan el túnel Arturo Illía.
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Algunos detalles, esos tarjetones que repartían los tarjeteros mientras escribían sus nombres en birome, el logo de la estrella y esa noche que abrió después de muchos años para luego volver a cerrar.
Después de 35 años, se fue Luna
Luna estaba a vuelta. Por Tucumán. Abrió sus puertas en los 80 y cerró en julio de 2015. Tenía una mística incuestionable. En muchos casos dos generaciones coinciden en rememorar esos espacios que se mantuvieron firmes por décadas. Primero un par de escalones, después el pasillo con acceso a las dos salas del frente, en una de ellas había una mesa de pool. También la primera barra. Al fondo, los baños. Estaba claro que ahí se abría el juego.
El centro del local con el imborrable árbol y la escalera con la luna pintada en el primer descanso que invitaba al sector más "movido", de donde la lluvia sacó corriendo a más de uno. Arriba, por supuesto, también se podía comprar alcohol.
Los que aún andan por la zona suelen detenerse a mirar el edificio que se levantó donde estaba la hoy "casi leyenda rosarina". Para muchos esa construcción no tiene código postal. Simplemente es "el edificio de donde estaba Luna".
Las despedidas de soltero, en Satchmo
Si desde Luna se iba por la costanera, apuntando a la locomotora que está enclavada en el cantero central de la avenida Del Valle, se llegaba a la estación Rosario Norte. Ese es una zona de la ciudad que durante un par de años se impuso como un sector de bares y boliches. Pero el que marcó época fue Satchmo, como se conoció de arranque. Si bien el cartel del frente sigue ahí. Con el correr de los años fue cambiando de nombre y de fisonomía puerta adentro. Incluso dependiendo el día de la semana.
"Era un pelotero gigante de la joda", acotó un hombre maduro que levantó la oreja y no se quiso quedar afuera de la charla. Le brillaban los ojos y sus dientes asomaban ante la sonrisa cómplice. Como si se hubiera teletransportado.
De a ratos se convirtió en el epicentro de las despedidas de solteros. En otros, convocó con cenas cuyas mesas y sillas desaparecían prácticamente por arte de magia cuando llegaba la hora del boliche. Y en ese sentido, fue uno de los pioneros en convocar con "presentaciones" de famosos sobre una suerte de escenario. Generalmente eran los mismos que venían a la ciudad con alguna obra de teatro.
La experiencia Madame/Punta Brown fue incomparable
Hoy Satchmo está rodeado de construcción de torres que reflejan cabalmente el desarrollo inmobiliario de vista al río. Y su zona está copada por bares cerveceros. Los mismos que podrían servir para trazar un recorrido hacia Madame o Punta Brown. Otra vez dependiendo del público. En la esquina de avenida Francia y Brown funcionó un boliche incomparable. En primer lugar, por su tamaño. Era gigante. Se vendía como "el más grande de América latina".
Una pista central, varias más con un estilo de música característica, sectores vips, un par de subsuelos, el sector de la pileta, balcones, escaleras y más escaleras.
Disco MADAME - La última noche - Abril de 2017
Era prácticamente un laberinto. En la época que no había celulares, si te perdías de tus amigos la misión de encontrarlos resultaba inalcanzable.
Hoy el monstruoso galpón en el que coincidieron miles sigue ahí. Con las chimeneas antiguas que parecen cascos de gladiadores que están custodiando las vías del tren y el parque Scalabrini Ortiz.
El Bajo, un verdadero pionero
El Bajo fue pionero. La vieja casona de Belgrano entre Tucumán y Sargento Cabral le mostró el camino a la mayoría de los locales bailables de la zona. Incluso, es recordado por ser un espacio los que entraban en la adolescencia cuando abrió El Bajo Kids.
Durante años intercambió momentos cumbre y no tan buenos. Por eso su entrada y salida de la movida nocturna es considerado una de sus principales características.
Al igual que otros locales, sigue ahí. Un poco alterado su frente, que hoy tiene como característica a un par de enredaderas gigantes y el deterioro desencadenado por el abandono.
Los fascinantes lásers de Space
En barrio Echesortu todavía retumban los recuerdos de la música de Space. El emblemático boliche de Mendoza y Alsina, sin dudas marcó a toda una generación que atravesó su adolescencia a mediados de los 80, en los albores del regreso de la democracia.
“Algún día, todas las disco serán como Space”, rezaba el slogan de su publicidad. No era para menos. Se trataba del boliche que arrancaba la noche con un show láser que tenía a todos embobados mirando cómo esa línea de color verde intenso creaba figuras sobre el fondo negro, hasta que el gran Droopy Faiola arremetía con “La última cuenta regresiva” de Europe desde la cabina del DJ, situada en el primer piso.
Boliche Space imágenes exclusivas
Space se había montado en las instalaciones del viejo cine Echesortu, por eso al ingresar tras superar la celosa mirada de los patovicas (siempre vestidos de estricto saco y corbata) se pagaba la entrada en la vieja boletería del cine y se accedía al “templo”, como todos lo llamaban por entonces.
Pista central gigante (en el espacio donde alguna vez estuvieron las butacas del cine), barras a los costados, pantalla al frente y las gradas que se convertían en reservados (para las nuevas generaciones, espacios más oscuros donde las parejas intercambiaban mimos lejos de miradas indiscretas) en el primer piso, donde también había una barra que era la excusa perfecta para la propuesta devenida casi en cliché: “Tomamos algo arriba que es más cómodo?”.
Miles de anécdotas y romances se forjaron en la que fue tal vez una de las discos más emblemáticas de la Rosario de los 80. Hoy en el lugar funciona un supermercado y en lo que fue la pista está el estacionamiento. No obstante, para quienes alguna vez pasaron una noche de su adolescencia allí, volver aunque sea para hacer las compras remite mágicamente a aquellos días. A escuchar aquella voz que anunciaba: “Algún día, todas las disco serán como Space”.
La City de María
En aquellos tiempos, el reducto de los adolescentes de clase media fue La City, el boliche que estaba situado en Santa Fe entre Paraguay y Presidente Roca. Muchos de ellos eran jugadores de rugby y jugadoras de hockey. Una casona de techos bajos situada sobre la vereda de los impares, paredes blancas y techo rojo, en la que funcionó una disco pequeña donde básicamente casi todos se conocían.
Por esos días se imponía para los varones llegar con zapatillas botita con el pantalón celosamente apretado por la lengüeta, que se dejaba afuera al estilo del personaje de Michael Fox en Volver al Futuro.
En ellas era clave el jopo, bien alto y parado con spray. Una vez que se franqueaba la cuestionada selección del patovica se accedía a un pasillo donde se abonaba la entrada y luego a otro algo más amplio que daba a un patio. La pista estaba a la derecha y sobre el final la pared estaba cubierta de espejos donde se podía chequear permanentemente que el look no mutara a pesar de los frenéticos bailes al ritmo de la música que imponía Erasure, banda mítica que se escuchaba mientras se bailaba con un pasito de piernas hacia delante y atrás y brazos meneados al compás.
La City, que algunos conocieron como María, era el boliche céntrico por excelencia, aunque Arrow (Balcarce y Tucumán) intentó disputarle la supremacía. Algunas noches aparecían estrellas de fútbol de Central y Newells, y la mayoría de las miradas femeninas se las llevaba el legendario dos de la lepra del Loco Bielsa, Fernando “El Negro” Gamboa, que imponía tendencia con pelo largo y vincha blanca y ellas suspiraban al verlo estacionar por Santa Fe su Peugeot 205 blanco descapotable.
Timotea llevó la noche al río
¿Quién no fue a Timotea? Esa fue una de las preguntas que marcó el pulso de la conversación durante un largo rato. Es cierto, durante más de una década, la noche rosarina estaba ahí, a la vera del río.
Timotea era el boliche que se imponía en el verano. Situado sobre la costanera, antes del llegar al club Bancario y al lado de una guardería náutica. Era sinónimo de cerrar bailando un día de sol y río. Largas colas en la puerta y un boliche amplio donde todos se movían al ritmo de Los Fabulosos Cadillacs y Los Pericos con “El ritual de la banana”.
Lo más lindo era que se podía salir a un amplio patio que daba sobre el río y disfrutar tragos en una barra externa mientras se contemplaba el Paraná. Fue una de las discos más utilizadas para las graduaciones y cuando la extensa noche culminaba se plasmaba la tradicional postal de adolescentes caminando por la zona del serrucho con rumbo hacia el centro. Tiempos donde la inseguridad no era una preocupación y se podía volver desde allí sin ningún temor.
En el primer piso estaba el VIP, ese lugar donde quien entraba se sentía que pertenecía a un sector privilegiado, aunque en realidad no era más que un sitio donde se podía tomar algo sin que un codazo te hiciera tirar el trago encima, y se podía bailar más cómodo, ya que como toda disco amplia solía estar repleta de gente.
Sin dudas Timotea fue sinónimo de verano, motos en la puerta, autos tuneados para la ocasión y camisas floreadas. La disco que se impuso en la Rosario que comenzó a mirar al río después de años de darle la espalda.
Marcó época, y también un destino. Porque con el correr de los años fue rodeado por otras “atracciones” nocturnas. Pero su protagonismo fue disminuyendo. Uno de los argumentos más fuertes de los que se ponen es la mesa es que “quedaba muy lejos” y eso resultó un condicionamiento cuando aparecieron los controles de alcoholemia.
El estilo de La Casa del Bajo
Volviendo al centro y avanzando bastante en el calendario, nos encontramos con La Casa del Bajo, es de esos “lugares” difíciles de catalogar. Para algunos fue un canto bar, para otros un boliche, y algunos lo consideran simplemente un bar. Es que dependía el día y el horario en el que cada uno acuda.
Adentro de esa casona que hoy fue reemplazada por un edificio existían distintos universos. Pero el más característico era el que protagonizaba la banda Los Extranjeros, con el Pelado como frontman de mini recitales y de momentos de karaoke.
La Casa del Bajo tenía una particularidad que siempre la diferenció del resto. Cuando entrabas de daban una tarjeta que para muchos fue un dolor de cabeza. Ahí te anotaban lo que consumías a lo largo de la noche, y debías abonarla antes de irte. Te escribían una “Q” enorme cuando pedías una cerveza. Y perderla… Eso te obligaba a pagar una suma determinada. En un momento fue de 50 pesos. Imposible pensar cuál sería el valor hoy.
Una noche en La Casa del Bajo -Parte 1
Varela, Gas, La Loca: siempre de chapa
Varela sigue ahí. Por los menos su caparazón. Ese frente de chapa característico sobre la mano derecha de Corrientes, entre Urquiza y Tucumán, aún puede divisarse. Sus paredes encierran miles de noches a lo largo de muchos años. Con aperturas, cierres y reaperturas.
Uno de sus aspectos distintivos y convocantes estaba marcado a fuego los jueves. Ese día abría la puerta para darle lugar a la peña de Flash Vaca, que organizaba la facultad de Agronomía.
Algunos no lo conocieron como Varela, fueron cuando era Gas y hasta disfrutaron un recital de Pablo Granados cuando era Macaferri y Asociados. Otros fueron cuando se llamaba La Loca.
Los lentos y la previa de Atlantic
Atlantic también fue un clásico del centro. Con un impronta distinta. Porque se convirtió en un clásico de la ciudad por el alto impacto que tuvo cuando en los abrió las puertas en los inicio de los 90, y las cerró un puñado de años después.
Estaba enclavado en pleno centro. Sarmiento entre Urquiza y San Lorenzo. En esa antiquísima construcción de dos pisos, donde hoy está del depósito de una cadena de supermercados local. Bien enfrente a la histórica cochera Apolo.
Como todo clásico, Atlantic tuvo su sello. En su caso, un par. Quienes fueron recuerdan con claridad el peso específico que tenían “sus lentos”, también que “la previa” se hacía en el bar del hotel Savoy.
Y tienen marcado a fuego lo que sucedía cuando el reloj marcaba las 3 de la madrugada. “Ponían el jingle de Mac Perro, el mismo que, por la televisión, invitaba a los chicos a irse a dormir. Una originalidad para la época", cuenta uno sus habitués que no concibió la posibilidad de que Atlantic quede afuera del recorrido de los boliches emblemáticos de la ciudad que hoy ya no están de las tres últimas décadas.
El mundo bizarro de Gótika
No puede queda afuera del recorrido el boliche Gótika. Ya el edificio que lo albergaba marcaba diferencias, al igual que su público amplio y diverso. Adentro había un patio de proporciones inmensas y tres pistas con música bien definida. Abajo había dos. En una pasaban electrónica y en la otra reggaeton. Y en el de arriba, que abría más tarde, reinaba el ritmo latino.
El boliche contaba con un espacio a partir del cual se construyeron varias leyendas. Es que contaba con un túnel al que se podía ingresar entrada la noche.
Gótika se caracterizaba por la actuación de drags y artista locales. Incluso, en 2009 hizo su presentación Zulma Lobato.
La noche rosarina cambió, como la ciudad. Hoy los "templos" nocturnos de otros tiempos son solo recuerdos. Hoy la actividad nocturna presenta escenario distintos. Con costumbres diferentes. Pichincha y su invasión de cervecería es, quizás, el ejemplo más significativo de cómo cambiaron los tiempos.