Si hay un lugar donde la frase "yo sí puedo" expande su dimensión, es en un penal. Con un programa que lleva ese nombre, 73 jóvenes detenidos se alfabetizaron en 2017, participaron de talleres (literario, inglés, matemáticas y biblioteca) y de una fábrica de plumeros dentro de la cárcel. En un fin de curso conmovedor, recibieron certificados, leyeron cartas pidiendo perdón y se prometieron una y mil veces dejar atrás un pasado que les pesa más que el encierro.
Al acto que se realizó en un patio de la Unidad 6 del Servicio Penitenciario de la Provincia, avenida Francia 5200, concurrieron autoridades, representantes de la Embajada de Cuba (el programa se trajo aquí desde ese país), voluntarios y familiares. Diplomas, tortas y gaseosas. Pero había algo más. Para muchos, era la primera vez que recibían un reconocimiento.
"No podemos garantizar que vayan a salir mejores, puede que no, pero si no hacemos nada, seguro que no", dijo a La Capital el responsable local del programa cubano Yo Si Puedo, Guillermo Cabruja. En cuatro años llevan 128 alfabetizados, pero la interacción en el penal llega a más de 200 personas. "Todo lo que aprendemos, lo trasladamos al pabellón", coinciden los internos.
¿Cómo funciona el programa? Dando herramientas en lo formal y simbólico para que ellos mismos puedan romper el círculo de violencia con historias bravas. Para Cabruja, que trabaja junto a Norberto Galiotti, este proceso de inclusión sólo se logra con educación y trabajo, acciones que la Multisectorial de Solidaridad con Cuba y la Patria Grande, coordina en las Unidades Penitenciarias 6 y 16.
Para el alcaide del lugar, Alfredo Sánchez, el "Yo Sí Puedo" es muy importante. "Es un trabajo en equipo, con la predisposición de la Unidad, que da herramientas para que el día que estén en libertad puedan desenvolverse de otra manera y tener más oportunidades que las que tuvieron anteriormente", señaló. En 2016, el Concejo distinguió este programa y sus voluntarios.
Como portavoz de la Embajada de Cuba en Argentina, Leogel Delgado, destacó el "esfuerzo de los muchachos para el hermoso acto que es saber leer y escribir" y citó a José Martí: "Ser cultos es el único modo de ser libres".
El programa nació en su país, donde no existe el analfabetismo, y se exportó al resto del mundo como estrategia eficaz en la educación popular.
Los cielos
La mañana está calurosa y hay un cielo de tormenta. Afuera hacen fila los que vienen al acto. En el patio hubo preparativos y todo está a punto. Los jóvenes llegan desde los pabellones, acicalados para la ocasión. No todos los días se recibe un diploma. Están ansiosos y traen las hojas con los textos que escribieron. El acto arranca cuando uno de ellos canta el Himno a capela.
Cuando los nombran, pasan al frente y leen. Cartas, textos y poesías, algo impensado un verano atrás. Los divierte leer en inglés y que un compañero traduzca para el resto, que "quizás no entiendan". Certificados, saludos con las autoridades, fotos y hurras entre los compañeros.
¿Qué dicen sus textos? Hablan de Dios, de noches con culpa y soledad. De haber llorado recordando a la familia. De amistad, olvidos, marcas en el alma y piden perdón. La madre y los hijos son figuras recurrentes, al igual que la palabra oportunidad. Algunos leen de corrido, otros aún no. Pero todos aclaran que reflejaron su corazón.
El acto termina y comienza el ágape. Ellos van y vienen satisfechos. La tormenta se diluye. Esa noche no soñarán con el cielo a cuadros reflejando las rejas; una imagen cotidiana que eligieron como título de una revista que realizaron en el taller Biblioteca Federico Pagura, que se llama así porque están sus libros, y cuya hija Ana Rita, participó de la graduación.