“Compramos calefones viejos, baterías viejas heladeras viejas, radiadores viejos, compramos”. La voz inconfundible y metálica de la propaladora vuelve a escucharse en las calles de Rosario desde las camionetas que las recorren a velocidad mínima, a la espera de que alguien salga de su casa para ofrecer mercadería. Y siempre con el repetitivo “compramos”.
Sí, volvieron los chatarreros, conocidos también como “botelleros”, aunque ahora los productos son otros. La compraventa ambulante de viejos electrodomésticos y artefactos en desuso se reactivó. Pero con un detalle no menor: el precio de la mercadería bajó a la mitad a la hora de la reventa en las grandes acerías, adonde van a parar estos productos.
El contexto es el mismo que lleva a personas y familias a volcarse al recupero de cartón, vidrio y plástico que luego la industria reutilizará como materia prima: en el primer semestre de 2024 la pobreza en la Argentina trepó al 52,9 por ciento según el Indec, con el agravante de que en Rosario los niveles de indigencia superan levemente a la media nacional. Los chatarreros no son más que el primer eslabón de un circuito de reciclaje que culmina en las grandes acerías de la región y hoy se ve afectado porque la caída de la obra pública y el freno en la construcción golpean al sector siderúrgico y han reducido abruptamente a la mitad el precio de la chatarra.
Recuperadores y chatarreros
De acuerdo a un informe de la Dirección de Economía Popular de la Municipalidad, los recuperadores urbanos o cartoneros también recogen metal. Lo hacen en menor proporción y siempre que no se trate de objetos pesados o que ocupen demasiado lugar ya que se mueven a pie, arrastrando carritos con ruedas tipo chango de supermercado. Allí acomodan dentro de un bolsón los papeles, el cartón y otros materiales que encuentran en la vía pública o en los contenedores de residuos.
En cambio los chatarreros ambulantes, cuyo pregón resuena con insistencia tanto en los barrios como en el centro, se desplazan en vehículos y suelen pagarles a sus dueños por aquello que se llevan. Por eso representan una oportunidad para muchos vecinos que resuelven así el traslado de artefactos dañados o de descarte y de paso obtienen un ingreso extra. “Cuando le decís un precio, la gente se queda sorprendida porque esperaba más. Pero una heladera vieja vale 4 mil o 5 mil pesos, porque le podés sacar veinte kilos de chatarra”, asegura Alcides Ríos, de 52 años, un histórico recolector y reciclador (comenzó en la actividad a los diez años, junto a su padre, en una carreta tirada por un caballo).
Rubro complicado
“Está muy complicado el rubro, bajaron todos los precios por la mitad -en diciembre valía 150 pesos el kilo de chatarra, hoy vale 70- y también está difícil comprarle a la gente. Hay días que no traemos nada”, dice incluyendo en la referencia a uno de sus hijos, de 28 años, que lo acompaña en los recorridos que realiza de lunes a lunes (los fines de semana y feriados circula por el centro). El hombre también retira a domicilio con su camioneta y como suele ocurrir que los vecinos lo escuchan por el amplificador y después no saben dónde ubicarlo, deja su número de teléfono: 0341-155 449096.
Ríos es un exponente del eslabón que trabaja al por menor y de manera informal para abastecer el circuito cuyo último destino son las siderúrgicas. Él mismo en su casa de Villa Banana desarma cocinas, motores, heladeras, lavarropas, equipos de aire acondicionado, secarropas, ventiladores, estufas viejas. Y acopia chapas, baterías de autos, fierros, grifería. Luego les vende a firmas que intermedian con la industria del acero, tras procesar los materiales a través de distintos tratamientos, por ejemplo corte, prensado o compactación.
En las calles y en las redes
“A veces nos cruzamos con otro altoparlante porque hay muchos competidores, pero no hay problemas entre nosotros: todos tenemos que llevar el pan a la casa”, se planta Ríos sobre su experiencia en las calles de Rosario. Recuerda que la compraventa ambulante de chatarra ferrosa (la que contiene hierro) se expandió en 2015, “porque ahí aumentó el precio del fierro y de la chatarra”. En años anteriores, cuando los valores estaban deprimidos, Alcides trabajó como verdulero, aunque sin dejar la modalidad itinerante, es decir que comercializaba la mercadería desde la chata, anunciándose por el altavoz.
“Hemos preguntado en el depósito por qué bajaron tanto los precios de la chatarra. Nos dicen que Acindar trabaja la mitad, que baja la construcción, y esto es una cadena”, explica con desazón. Los márgenes de ganancia se achican “porque encima está muy caro el combustible: en diciembre costaba 400 pesos el litro de gasoil y ahora 1.200 casi”.
“Desde que se paró la producción en Acindar también bajó la chatarra, que en diciembre del año pasado llegó a estar a 200 pesos el kilo”, convalida desde la zona sur Matías Traico, cuyo oficio también le viene de familia. “Compramos cosas de gran tamaño y en cantidad, una sola heladera, no. Soldadoras viejas, vehículos en desuso, autoelevadores, maquinarias, baterías, fierros”, repite como un mantra, aunque su oferta no se escucha a cielo abierto sino que se esparce en redes sociales.
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En los últimos diez años Traico se movió a Facebook para publicitar sus servicios, que incluyen limpiar (desmontar) galpones, talleres y fábricas. Lo contactan empresas y particulares, afirma, por lo que va a evaluar y a recoger los elementos a domicilio. La chatarra que acumula, añade, se la venderá después a una compañía recicladora de desechos ferrosos y no ferrosos (aluminio, cobre, estaño, bronce).
Intemediario con las siderúrgicas
Este sector de la cadena, intermediario con las siderúrgicas, recibe chatarra de procedencia doméstica, de recolección e incluso industrial. Es que ciertas fábricas, por ejemplo de heladeras u otros electrodomésticos, generan despuntes o desperdicios pasibles de ser aprovechados nuevamente: las propiedades de la chatarra ferrosa permanecen inalteradas en el proceso de reciclaje. En otras palabras, el acero reciclado es durable y puede transformarse en un recurso para fabricar autos, tuberías y artefactos eléctricos para el hogar, en la construcción y la edificación.
Sin embargo, desde que asumió Javier Milei todos estos rubros enfrentan inconvenientes y mermas en la producción a causa de la política económica. Días atrás la Unión Industrial Argentina (UIA) difundió un informe donde plantea que la industria cayó en julio 5,8 por ciento interanual y acumuló un retroceso de 12,8 por ciento en los primeros siete meses del año. Los efectos del modelo y de la recesión llegaron rápidamente al negocio de la chatarra, aunque el megáfono sigue sonando.