-¿Cómo era Funes cuando eras pibe?
-Hermoso. Era un pueblito: cinco o seis mil habitantes, prácticamente todas calles de tierra. Yo vivía a una cuadra al norte y a una cuadra y media al oeste de la Estación de Trenes. El centro era esto: la Municipalidad, el banco a la vuelta y acá estaban todos los comercios. Los funenses le decían a esto “el pueblo”. Las calles eran de tierra, esta calle estaba un metro más abajo y en aquel tiempo acá enfrente había una feria, en los 70, cuando se hacían las ferias en los pueblos donde se compraba más barato.
-¿Cómo era hacer los mandados entonces?
-Venía mi abuela Aída, a quien acompañaba a hacer los mandados, y enfrente estaba la carnicería de Moine, a la vuelta la panadería de Odone y la verdulería de Pomponio. Mi abuela, Aída Ceschia, había sido la fundadora del reparto de leche que funcionó como 75 años hasta que terminó con mi tío Juancito, que era mi padrino, hasta que después ya vino la leche envasada y el hombre se fue cansando.
-¿Cómo fue la pelea por la venta de leche en esa época entre los turcos y los vascos?
-Mi abuelo, Ignacio Azurmendi, a quien no conocí, era un tipo muy querido acá en el pueblo -le decían el Tío porque el sobrino tenía el boliche, él venía a la tarde y le decía “Tío”- y le quedó el “Tío Ignacio”. Se juntaron los vascos porque veían que ellos juntaban la leche y la plata la juntaban los turcos. Entonces un día hicieron en Pérez un acta fundacional, que tuve la oportunidad de conocer -quise comprarla, pero no me la vendieron-, en un cuaderno Gloria. Tengo el apellido, es el secretario de una persona a la que fui a cobrarle un trabajo de movimiento de suelo. Cuando fui a cobrarle, me pagó y me dijo: “Yo tengo esto”, pero no me lo quiso vender, hace muchos años. A mi abuelo no lo conocí, tengo la boina, nada más.
-¿La leche llegaba en tren a dos patios de los lecheros en Rosario?
-Se llevaba en carro. En tren podía venir de tambos más lejanos de la zona de Sunchales, pero la leche que venía para el consumo era de los tambos de acá cerca, donde había muchísimos tambos.
-¿Había patios de los lecheros en Vera Mujica y Santa Fe y en Ayacucho y Estado de Israel?
-Debe haber estado ahí porque eran espacios públicos, a la vera de las vías. Ahora son todos departamentos de estudiantes. Eso pasaba por la laminadora de hierro de Jure Hermanos. Y había otro en la zona sur, cerca de (la Estación) La Bajada.
-¿Es cierto que al tarro de leche le ponían una rana viva para que el movimiento evitara que se descompusiera?
-He escuchado algo de eso, pero también he escuchado que le agregaban un poco de agua para que rinda y no les haga mal a los chicos. Los vascos Mendizábal, que eran unos personajes hermosos de Funes, tenían la concesión para llevar la leche al loquero, al Agudo Avila, y le ponían abundante agua “porque a los locos tanta grasa los altera”. Tenían una justificación.
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Marcelo Bustamante / La Capital
-¿Cómo eran los Mendizábal?
-Esos vascos llegaron acá y alquilaron la Casa del criminal, una casita en muy mal estado de conservación, montada en barro, que todavía está. No sabían hablar nada en castellano. Eran José, Venancio, Ignacio y María. Teminan siendo tíos míos porque José Mendizábal se casó con una Edreira, hermana de mi abuela Casiana, y contaban una anécdota: cuando llegaron a esa casa los vecinos les prestaron unos huevos para que se hicieran una tortilla, cuando prendieron el fuego encontraron una cucaracha adentro de la tortilla, nadie dijo nada y mi tía Casiana la dijo: “José, se te han quemado las papas”. Y se la comieron toda. Ganaron mucha plata y terminaron viviendo en el bulevar Oroño. ¿A qué altura, Vasco? “Cuarto piso, che”.
-¿Les fue bien a los vascos con el negocio de la leche?
-Era próspero y la gente no tenía los gastos que tenemos hoy: no tenían seguro contra todo riesgo, ni internet, ni flow, ni Netflix, ni televisión por cable, ni cuotas de un montón de cosas... Y una heladera duraba 75 años. Pensá que en Funes -yo no lo viví- tenían corriente continua -no alterna-: un día de la vía para la ruta y otro día de la vía para el norte. Era corriente continua, que te pateaba y te cocinaba. Después con los años vino la corriente alterna.
-¿Tenían luz día por medio?
-Claro. Pero teníamos sol de noche y comíamos asado igual.
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-¿Cómo fundaron los vascos Cotar?
-Era la cooperativa de tamberos de Rosario y zona de influencia. Se juntaron, hicieron una cooperativa y los vascos empezaron a vender la leche con un valor agregado, que le añadían como cooperativa. Empezaron a vender leche con normas de seguridad, yogur, queso. La pasteurizaban y ya vendían leche de esta época.
-¿Venía en una botella gorda de vidrio y la repartían en jardineras?
-Tal cual. Mi tío Juancito tenía tres yeguas: la Tita, la Zaina y la Petisa, que iba cambiando por semana. Las tres yeguas conocían el reparto a la perfección: paraban delante de cada casa, comían pasto de la zanja.
El inventor de la zanjadora
-¿Cómo empezó tu berretín con los fierros?
-Mi vecino Ferrucho Andrés Rimini tenía un herrería con todas máquinas manuales.
-¿Ferrucho es el sobrenombre?
-No, el primer nombre. Andá saber de dónde lo sacaron. Pensá que en Funes hay un señor que se llama “Altomaro”.
-¿Altomaro?
-Sí, porque nació en altamar, en un barco que venía de Italia a la Argentina.
-¿Cómo llegaste a inventar la zanjadora?
-Llegué trabajando en talleres, aprendiendo, haciendo oficio, siendo bastane terco y buscándole la vuelta. Tuve muy buenos profesores: muchos me querian enseñar, pero muchos no, y había que ser estratégico y robarles la información para ir aprendiendo.
-¿Eran talleres mecánicos o de herrería?
-Anduve por todos los talleres de Funes desde que era un chico de seis o siete años.
-¿Cómo hiciste para empezar desde pibe?
-Mi viejo tenía mucha gente conocida, entonces nadie desconfiaba de que yo entrase. Era común el aprendiz y nadie pensaba que uno se podía golpear o lasttimar o quedar electrocutado. Era parte de la vida.
-¿Los oficios se aprenden mirando, como decían los viejos maestros en los talleres de joyería?
-Te voy a contar una cosa: yo puedo mirar a Messi jugar los 90 minutos, pero no voy a meter un gol en mi vida. Hay algo innato. Tenés que tener adentro una chispa que te diga: voy a poder hacerlo.
-¿Y tiene que gustarte?
-No sé si todo lo que hago me gusta, eh. Cuando me toca destapar la cloaca no sé si me gusta, pero la destapo. Es más: la destapo y trato de ver por qué se tapó para arreglarla y para no tener que hacerlo de vuelta porque tampoco me sobra la voluntad.
-¿Qué te llevó a los seis años a husmear en los talleres ?
-Siempre tuve mucha pasión por los fierros. Me llamó la atención el poder de transformación que tenía mi vecino: agarraba una planchuela y una barra redonda y hacía un rastrillo en una tarde.
-¿Era un artesano?
-Sí, pero no tenía ninguna máquina. Lo hacía con un punzón, lo ponía al rojo, le hacía un agujero, lo cortaba con trancha, lo remachaba, lo limaba y lo pintaba de rojo para que quede prolijo. Después agarraba un palo y era un rastrillo.
-¿Cómo se te ocurrió hacer la zanjadora?
-Un amigo de mi primo, don Julio Belardinelli, un tipo a quien considero un profesor, un maestro de la vida, un amigo, un compañero, con quien viajamos a todos lados juntos, desde que era muy chico, y lo disfruté hasta que duró. Era primo de mi viejo, pero lo adopté como primo y forjamos una amistad más que un parentesco. En 2004 un día estábamos en el taller y un amigo suyo, el Peca, me pidió plata prestada. Eran 400 pesos, que era algo de plata. Se los presté. Al tiempo le conté a mi primo, que me dijo: “No, donde vive él yo no me meto. Andá a buscarlo vos”. Volvió a aparecer y me pidió 300 pesos más. “No, Peca, sos un caradura, me pediste plata, no me la devolvés y me pedís más”. Me dice: “Quedate con el Bedford de la cosechadora”. En esa época arrancaban los barrios privados, yo tenía camiones regadores y palas mecánicas y hacíamos movimiento de suelo. Veía que había una necesidad de una máquina zanjadora y no llegaba a comprarla por nada del mundo.
-¿Cómo hiciste la zanjadora?
-Un día rescaté a la Bedford, la puse arriba de unos cabelletes y le empecé a cortar fierros de alrededor, tratando de compensar los pesos, de tener una idea y hacer una máquina de un tamaño que entre por una vereda porque hacer un monstruo no es difícil, pero después no la podés poner en ningún lado. La máquina no podía pasar de un metro 40 de ancho, no se podía exceder de cierto peso porque después rompés veredas. La cosa se me iba poniendo cada vez más desafiante, ya había invertido plata y tenía que seguir y no me podía echar atrás porque no servía ni para venderla. Había que terminarla y tenía que funcionar, hasta que lo logré.
-¿Cuánto tiempo te llevó hacerla?
-Más de dos años. Primero porque trabajaba las horas de chofer que me tocaban porque a algunos de los camiones y de las palas las manejaba y después porque había que juntar la plata para ir a comprar una bomba hidráulica, una correa dentada, un embrague reacondicionado para reparar el motor. Que eran otros gastos porque cuando estás en eso sale caro un litro de pintura.
-¿Como definís la máquina en pocas palabras?
-Es una motosierra para cortar el piso. Es una máquina que, por lo que costó y por la ingeniería que tiene encima, es demasiado buena porque no tiene un estudio de prefactibilidad hecho por media docena de ingenieros en Estados Unidos.
-¿Cómo anduvo en el terreno?
-Según las cuentas que hicimos con Edgardo, un colega de Villa Cañás con quien compartimos un montón de obras, debemos andar arriba de los 200 kilómetros de zanja. Habríamos bandeado Santa Fe. Por las cantidad de cadenas que gastó voy haciendo un cálculo.
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-¿Cómo siguió tu vida con los fierros?
-Con los fierros sigo todos los días. Hace un rato terminamos de entregar una parrilla a gente que vende fogoneros. Desarrollar una parilla puede parecer una pelotudez, pero me pidieron una parrila que tenga forma semicircular; bien terminada, que no te lastime; funcional, que no tengan los fierros muy separados y pase la carne para abajo; no poner demasiados fierritos porque te fundís. Hay que ir buscándole la vuelta y el equilibrio. Con los fierros trabajo no me falta, siempre viene alguien a pedirme que le suelde algo, que le acomode una bomba de agua, una máquina de la panadería, una picadora de carne. No es que no me interesen los fierros, pero yo aposté a las obras y hoy estoy en una situación en la que me está faltando trabajo, entonces tengo que sobrevivir económicamente de algún modo.
"La utopía ocupa un lugar en mi corazón"
-¿Seguís soñando con el mundo que soñaba el Che?
-De alguna forma los años te hacen escéptico, pero la utopía ocupa un lugar en el corazón. Como decía Galeano: “¿Para qué sirve? Para caminar”.
-¿Es como el horizonte, que no podés tocar pero te ayuda a caminar?
-Te ayuda a caminar.
-Y Pepe Mujica dice que “el socialismo y las utopías, aunque fracasen, ayudan a que el mundo sea un poco menos injusto. ¿Suscribís?
-Yo creo que estas palabras del Pepe, un referente por la solidaridad, por ser un buen tipo, me recuerdan que un día vino una tormenta en Uruguay y fue a atarles las chapas al vecino, se soltó una chapa, le cortó la cara y todavía tiene una cicatriz. Y el tipo se fue contento porque le había dado una mano al vecino. Y no se hizo ni coser: el viejo tiene una locura hermosa. El socialismo, bien entendido, tiene una tendencia a generar redes horizontales donde no importa si yo tengo en el bolsillo 50 centavos más que vos, la joda es que nos sentemos a tomar un café, la joda es que compartamos. Soy ateo, agnóstico, ponele la marca que quieras, pero me tomé el trabajo de leer la Biblia porque un día dije. “No puedo ser un neófito”. Y arranqué con la Biblia, desde el Antiguo Testamento, y me encontré un día que el señor Jesucristo, en su paso por la tierra, dijo: “El que tenga dos túnicas, que done una”. No dijo “el que tiene 10 que done una”.
-Las comunidades de los primeros cristianos compartían sus bienes según sus necesidades. ¿Esa idea comulga con el mundo del Che?
-El problema surgió cuando se acuñó la moneda. Mientras las cosas se pagaban con intercambio de bienes o servicios funcionaba, pero cuando se acuñó la moneda nació la avaricia por el metal.
-¿Es viable un país o un mundo donde haga plata el especulador financiero y no el trabajador?
-El tipo que especula no lo hace por una cuestión de ludopatía, juega porque hay uno que levanta un teléfono y le avisa. Más cerca de un ludópata es un productor agropecuario que, si no le llueve, pierde todo, o mis amigos que tienen una fábrica de carretillas y hormigoneras y que cuando se disparó la chapa en enero a 4.400 pesos vendieron un terreno para tener stock y hoy la chapa está a 1.350. Esos son ludópatas, pero no porque son enfermos sino porque apuestan al trabajo, a laburar. Ahora poner plata en una timba que te van a avisar y a decir: “Sacala, que el negocio fue hasta ayer...”
-¿Ese corre con el caballo del comisario?
-Pero no te quepa ninguna duda.
-¿Fumás mucho?
-Más de lo que quisiera, pero fumo más cuando tenemos estos gobiernos.