—La patria es el lugar de la infancia donde uno fue feliz. Eso fue entre los cinco y los siete años, y siempre dentro del club. Mi infancia fue hermosa: de amigos, de barrio, de jugar en la calle, como toda esa generación. Uno no está en contra de los progresos del desarrollo inmobiliario, pero en mi pueblo, Arroyo Seco, donde había un baldío en el que jugábamos a la pelota, hoy hay barrios verticales, edificios de 11 pisos porque eso está legislado. Entonces hay seis o siete edificios en un pueblo como Arroyo. Es un delirio. Antes jugábamos a la pelota en la plaza y hoy no se puede, en la canchita de la iglesia donde jugábamos a la pelota ahora hay una heladería. Nos cementaron los baldíos. Antes uno experimentaba seis, siete u ocho horas de fútbol todos los días y el zurdito era zurdito, el derecho era derecho, el otro cabeceaba. Y hoy es al revés: se va al club a practicar una hora, con conitos, con mucho tecnicismo, entonces hoy cualquiera le gana a cualquiera porque el entrenamiento es igual para todos, desde alguien de Atletic hasta alguien de Bayern Munich.
—Ese costado tiene un argumento que hace al fútbol apasionante: que un equipo inferior pueda ganarle a otro superior no sucede en los otros deportes. ¿Qué opinás?
—No sucede, pero es entrenamiento, es más físico que gambeta. Hay poca gambeta, poco caño, poco potrero. El último jugador de potrero, a mi entender, fue el Burrito Ortega, que incluso nunca abandonó su clase social.
—Al respecto hubo una linda discusión en un programa de C5N sobre la posición política y social de los jugadores de la selección argentina: un colega sostenía que la mayoría de ellos es desclasado y piensa como los millonarios que son y otro le contraponía que no habían nacido en esa condición y que se olvidaron de sus orígenes. ¿Qué opinás?
—Sobre esto hay un gran debate, que doy en todas las charlas: el Kun Agüero crea en Espn la Copa Potrero: nada más alejado de la realidad. Potrero es el nuestro. Este es un potrero, que no tiene nada que ver con una multinacional ni con las SAD (Sociedades Anónimas Deportivas). Entonces sabemos que este año tenemos un gran debate sobre las SAD, pero también sabemos que cuando llega al Congreso es porque están todos agazapado para el negocio. El otro día Racing, que es una asociación civil, le pegó un baile bárbaro a Botafogo. Las Sad no vienen a asegurar nada: al contrario, si pueden te sacan jugadores, es muy probable que nos vacíen, y en clubes como éstos van a venir por los niños. Acá no van a venir a hacer grandes inversiones, acá van a venir por los niños y le van a bajar la edad: así como penalmente se la quieren bajar para encanarlos, acá se la van a bajar para venderlos.
—¿Por qué no sucede eso en el basquet?
—Porque es amateur. Mi hijo tiene ocho años, juega al basquet, termina el partido y no sabe cómo salió porque no se cuentan los tantos. En el fútbol la pregunta es: “¿Cómo salieron?”. No es: “¿Cómo jugaste?”
—Volviendo a los jugadores de potrero todavía hay algunos: Malcorra y Campaz en Central y Banega y Silvetti en Newell's. ¿Qué pensás?
—Son tipos con garra. Nombraste cuatro entre 40, de dos equipos. Hay, pero antes había dos por equipo. Ahora hay equipos que no tienen número 10. Antes tenías al Negro Palma, a Martino, a Manso.
"Un día mi papá entró con un libro a mi casa"
—¿Cómo surgió tu pasión por escribir?
—Fue un día que mi papá entró con un libro a mi casa. En mi casa no había libros. El libro se llamaba “Pinceladas de recuerdos”, fue en el 87. Era un libro de Pancho Pastinante, un escritor local. Y el libro estaba firmado. Entonces le pregunté a mi papá: “¿Qué es esto?”. «Esto es un libro objeto, firmado por el autor». “¿Y cómo te lo firmó el escritor?”. «Porque vive acá a la vuelta». Entonces yo inmediatamente salí a conocer quién era y era tal como lo imaginaba: gordo, panzón, con la camisa adentro, boina y anteojos culo de botella. Tenía todas las características que un niño imaginaba que tenía un escritor. Entonces ahí dije: “Esto me gustaría hacer algún día”.
—¿Cómo siguió tu berretín con la literatura?
—Después en la adolescencia escribí mucha poesía, lo que escribe un adolescente: mucho romanticismo, mucho amor, saca todas las mariposas de la panza y las tira en una hoja. Y después la influencia de Fontanarrosa, de Dolina, en la adolescencia, han hecho que esta pluma se fuera para el lado de la literatura futbolera.
>>> Leer más: Jorge Cánepa: "Yo era pianista 20 años antes de tener el piano"
—¿Escribís sobre fútbol porque es tu barrio y tu patria de la infancia?
—Sí. En realidad, ¿viste que hay jugadores que dejan de jugar pero no pueden dejar de ser jugadores? No pueden perder el lazo con el deporte y deciden ser periodistas deportivos o directores técnicos o representantes o dirigentes. Un empleado de una fábrica cuando corta con Acindar no quiere saber más nada con el torno. Si bien no tengo una relación amorosa o cariñosa con el fútbol porque era de los considerados matungos, yo jugaba de puntero derecho -cuando existía el número siete- y lo hice hasta los 15 años, en Atletic de Arroyo Seco y en San José de General Lagos, y lo sufrí muchisimo. Primero lo sufrí porque era una sociedad machista. No me gustaba el fútbol, pero iba fundamentalmente para demostrarle a mi papá que era viril. Era un mandato familiar. Somos dos hermanos, y el más chico es campeón de todo: tricampeón en Atletic, atajó en San José campeón, y yo era la contracara: yo era el malo, el flaco, el que no tenía fuerza, pero sí en esa categoría, la 79 de Atletic, donde no recuerdo haber ganador dos partidos seguidos y nunca ganamos nada, hasta el día de hoy, 40 años después, todavía nos juntamos a comer el primer viernes de cada mes.
—¿Son como la frase de Dolina: “Prefiero perder con mis amigos que ganar con los indeseables”?
—Claro. El secreto, evidentemente, deben haber sido nuestros directores técnicos, que en esa época eran sin título, tipos que se bajaban del colectivo fabriquero y en vez de agarrar el empedrado para la casa agarraban el empedrado para la cancha y de esa manera consiguieron unirnos. Y lo mismo pasaba en General Lagos: en este pueblo pasó lo mismo, en esta cancha, con el Club San José que abrazó a niños. Te iban a buscar a tu casa y te deban el sanguchito de mortadela y era una familia. Todo eso queda en un escritor. Siempre se dice que para escribir bien hay que leer mucho y yo siempre le agrego que hay que observar y escuchar mucho. Todo eso, que aquel niño observó y escuchó, fue quedando muy adentro y empezó lo que podemos discutir si es ficción o realidad.
—¿En el fútbol se mezclan?
—Creo que el recuerdo es ficción y que el sentimiento es real. Yo me acuerdo de haber jugado en esta cancha y de haber hecho un gol: eso es un sentimiento, yo estuve acá y jugué. Ahora: llovía y era sábado, mi compañero me dijo que había sol y era domingo, ahí entra la ficción en el recuerdo. Lo real es que jugué en esta cancha e hice un gol. Pero después te lo cuento y ya me confundo y ya no sé si es real o ficción. Entonces en el libro “Gol gana”, que tiene 11 cuentos como 11 son los jugadores que se paran en la cancha de cualquier camiseta y cualquier barrio, la pelota es una excusa para hablar de desigualdad, de la vía para acá o de la vía para allá, de los chetos del centro y de lo humildes del barrio, del equipo de camisetas iguales y del que no combina ni las medias; de amor, de lealtad, de cómo se trata al fútbol de veteranos; del hombre que jugó toda la vida, tiene 70 años y sabe que si no juega el sábado el lunes lo velan porque le faltó algo. Entonces, en esa construcción, este libro tiene forma de pelota o es una pelota con forma de libro. La excusa es el fútbol y la pelota para hablar de cosas que nos pasan todos los días.
—Me acuerdo de un gol de cabeza que hice hace 50 años, pero entro a casa y pierdo la llave. Entonces el Vasco Graciarena, que ahora está en la tercera bandeja, un día me dijo: “Eso te pasa porque te acordás de las cosas importantes”. ¿Eso pasa con el fútbol?
—Eso es el recuerdo y a lo mejor no te acordás del gol que hiciste el útimo sábado.
—¿El fútbol es uno de los pocos ámbitos donde se pelea por la justicia social?
—Sí. Y es tan profunda esa palabra que a alguien con botines de acero le puede ganar alguien con los pies descalzos. Se pelea y se gana en el juego.
andreoli 2.jpeg
Virginia Benedetto / La Capital
—¿Trabajaste como escritor en negro?
—Sí. Escribir en negro es escribir para otro, en el más absoluto anonimato. Esto es algo que se te abre con las redes sociales, es un fenómeno de esta época, que te permite trabajar por encargo para personas muchas veces muy conocidas, y que tengas 200 mil “Me gusta”.
—¿Cuál fue el texto más difícil que te tocó escribir?
—Creo que fue sobre el Día del Maestro, fue todo un desafío porque tuve que escribir en primera persona una comparación de un maestro al que no conocía, y ese perfil tuvo 70 mil “Me gusta” en dos horas. Hay un montón de escritores que escriben en negro. Existe en la literatura y es un trabajo en negro.
andreoli 4.jpeg
Virginia Benedetto / La Capital
—Veo que no usás otra remera que no sea del Diego. ¿Qué significa él en tu vida?
—Usar una camiseta de Diego es decir algo sin tener que aclarar nada. Yo podría tener hoy la camiseta de cualquier otro buen jugador, pero no sería lo mismo. Diego representa otras cosas que lo trascienden: hoy Diego estaría en la Plaza de los Dos Congresos con los jubilados.
—Diego declaró en 2004: “Yo estoy con los jubilados, y el que le pega a un jubilado es un cagón”. ¿Era un adelantado?
—Exactamente. Imaginate que soy de la generación que creció con Diego. En el primer Campeonato del Mundo con Diego yo salí a la plaza con mi papá. Me acuerdo del gol a los ingleses y me acuerdo que no teníamos un mango y mi viejo traía hojas de papel de Acindar y con mi hermano pintábamos con cerita la bandera porque no teníamos plata para comprar una: le poníamos un palito y salíamos con una bandera de papel. Una hermosura.
—¿Fuiste uno de los fundadores de la Iglesia Maradoniana?
—Sí, en sus inicios estuve entre los tres primeros socios, no sé si habrá registros. Fue una época muy linda, éramos adolescentes, cuando yo terminaba la secundaria. Nos juntábamos en Central Córdoba, pero después fui perdiendo el contacto así que no sé ni qué es hoy de la Iglesia Maradoniana. No llegó a cumplir el rol de mis expetativas, después no sé si hicieron bien o mal las cosas. No era lo que yo esperaba.
andreoli 3.jpeg
Virginia Bendetto / La Capital
—¿Cómo fue la historia del Papero De Rienzo, aquel cuatro de Newell's que era de Arroyo Seco?
—En mi pueblo el Papero De Rienzo fue un emblema de Arroyo Seco: era un gran número cuatro de Atletic, después de fue a Ñubel, al Huracán famoso del 71. En el programa de Alejandro Apo escuché al Rafa Bielsa, un tipo que, además de su estatura política, es una muy buena pluma y muy futbolero, hablando del Papero. Entonces hice un contacto con él y le pasé unos cuentos y me aconsejó quitarle lo coloquial del pueblo. Fue un sano consejo. Hoy el libro en Uruguay anda muy pero muy bien.
—¿Cómo fue la presentación del libro en Arroyo Seco?
—Lo presenté un jueves de octubre del año pasado en una sala de Arroyo Seco, donde fueron 225 personas. Habíamos impreso 100 libros porque eran para el pueblo, y ese día quedamos 100 libros abajo, con una lista de espera, aparte de los 100 vendidos. Y fuimos por más y superamos los mil y hoy ya hay editoriales que se han interesado. Tenemos la red social damianandreoli, tanto en Instagram como en Facebook, o se puede conseguir en Mercado Libre. Hoy el libro es un barrilete que uno sabe que lo está remontando, pero ya no lo ve.
—¿Cómo reciben al libro en los pueblos?
—Muy bien, ahora lo presentamos en Hughes, el pueblo de Nacho Scocco. El libro tiene una particularidad: en una página tiene mi celular. Fue una locura ponerlo, pero quise darle al lector la posibilidad de interactuar con el escritor. Cosa que si hubiera podido hacer con Galeano, con Soriano y con Fontanarrosa, habría mejorado muchísimo mi escritura y me habria sacado miles de dudas. Y hay algo anecdótico: Nely, una maestra de Hughes, me mandó un audio muy bueno: “Hola, nene, todas las historias que escribiste en el libro pasaron en mi pueblo”. Fue el mejor piropo. Y no nos conocemos, fue a la presentación del libro, lo compró y me mandó este mensaje hermoso.
—¿Pinta tu aldea y pintarás el mundo?
—Tal cual. Las historias de este libro pasan en cualquier pueblo que tenga una vía, que tenga un baldío y donde haya niños y niñas pateando en la calle.
"El hombre que sembraba pelotas"
—¿Quién era “El hombre que sembraba pelotas”, el personaje de uno de tus 11 cuentos?
—Herminio Rabitti. “El hombre que sembraba pelotas” es uno de los cuentos que más trascendencia ha tenido.
—¿Y quién era Herminio Rabitti?
—Es el fundador de este club, que se llama San José porque lo hizo en el terreno de la iglesia. Herminio murió, pero creo que era de esas personas que siguen existiendo.
—¿Era el director técnico?
—¡No! No tenía ni hijos varones, tenía mujeres, pero era un enamorado de los niños. El fundó el club en este terreno, que estaba destinado al sembradío de papas. Y uno de los cuentos, que lleva este título (“El hombre que sembraba pelotas”) es un homenaje a él y está gestado en General Lagos. Y lo mismo pasaba en Fighiera, en Arroyo Seco y todos los pueblos.
—¿En todos los pueblos hay un Rabitti que siembra pelotas?
—Hoy no sé si los hay o están encubiertos, pero creo que la pelota siguió girando por hombres como Herminio Rabitti. Deberíamos hacerle una estampita.
>> Leer más: "La pasión por el fútbol no cambia en un clásico de pueblo o de ciudad"
—¿Con qué soñás en la literatura?
—En realidad trato de soñar poco asi me sorprendo mucho. El año pasado la literatura me dio la posibilidad de reunirme con 2.500 tipos en toda la provincia en grupos de 30, con total gratuidad, visitando escuela por escuela en los pueblos. Iba un día de semana, me instalaba, y les leía cuentos un día a primero, otro a segundo. Me empezaron a llamar desde programas de lectura.
—¿Cómo se te ocurrió la idea?
—Empecé a hacerlo en mi escuela, la Santa Lucía, de Arroyo Seco, sirvió como referencia, se empezó a correr la bola, y hoy lo hago en clubes y es recontra interesante. Los que quieran escuchar cuentos me lo piden por las redes, pero en la agenda hoy hasta julio no tenemos un dia libre. Voy con mis libros y les leo literatura que se adapta a niños o literatura infantil de autores santafesinos. En realidad, la literatura infantil está mal encuadrada porque cuando les leo un cuento de literatura infantil te aseguro que la primera que llora es la docente, que tiene 46 años.
>>> Leer más: La mujer que logra que los chicos se enamoren de los libros
—¿Cómo explicarías el éxito de “Gol gana”?
—Yo siempre les digo: no se confundan, no es mi pluma, es el fútbol. El éxito de este libro es la temática. Si yo escribiera sobre matemática no pasaría nada; o cuentos de terror, no pasaria lo mismo. Estamos en una región futbolera donde el fútbol arrastra. Nuestro máximo referente y lejísimo y lejos de copararme es el Negro Fontanarrosa. El Negro podría haber escrito de cualquier cosa. Y uno está tan influido por esa literatura de Fontanarrosa y del Negro Dolina que no es que uno escriba parecido sino que va buscando esos lugares del barrio como encontrarse una canoa en la vereda, un gallinero, olor a tuco, olor a lavandina, a átomo desinflamante...
—Como comer mandarinas en la vereda del sol...
—Es un viaje a los lugares y los momentos en los que fuimos felices. Y uno se abraza a eso que más le gusta.
—¿La patria es el barrio de la infancia?
—Totalmente. Y los amigos son los patriotas. Escribir sobre el barrio es inmortalizar un pedazo de historia para las generaciones venideras. Me pasó con Malvinas: en mi pueblo hay 11 veteranos, nadie sabía, pero en una población de 25 mil habitantes 11 veteranos es una enormidad. La nota escrita es como la foto: queda ahí.