Los clásicos de la literatura de la ciudad

Quiénes son los escritores que se posicionan como referentes del lenguaje creativo local. Una lista que incluye tanto a varones como a mujeres, a narradores como a poetas. Y que desde el talento y el riesgo se proyecta hacia un futuro de riqueza indudable
3 de julio 2016 · 00:00hs

Desde la década del sesenta hasta el presente, Rosario compone y recompone una suerte de tradición literaria local. Quiénes forman parte de ella, por qué lo hacen, qué hace que sus textos se sigan leyendo, son algunas de las preguntas que guían la reflexión de un nutrido grupo de autores, críticos y editores locales y del país.

Léase antes de usar

Todos podemos hacer un playlist de nuestras canciones favoritas. Rara vez ese canon personal, gestado al calor de experiencias, necesidades y gustos, coincide con la música que pasan en la radio o anima una fiesta. Con la literatura sucede algo parecido. Por eso advertimos que la nuestra es apenas una selección de las muchas posibles, que debe circunscribirse a los límites espaciales de este suplemento –las exclusiones son inevitables–, y que dicha selección podría modificarse, alterarse, también con buenos y sólidos argumentos. Nuestra breve selección incluye a hombres y mujeres nacidos antes de la década del cuarenta, cuyas obras, producidas total o parcialmente en nuestra ciudad, dialogan con las escrituras del presente —no sólo las que se producen en Rosario—, que aún convocan la atención de críticos, profesores o editores interesados en reeditarlas o publicarlas por primera vez.

Reconocer un legado - Beatriz Vallejos y Francisco Gandolfo

Al menos cuatro generaciones de escritores, críticos, periodistas culturales y editores han moldeado esta especie de Partenón literario local. Nunca dicho trabajo ha sido desinteresado y, entre sus posibles efectos, que pueden ser múltiples, puede mencionarse el de crear las condiciones de recepción de la propia obra, la consolidación de una poética, la toma de posición, más o menos amigable, en el campo literario y cultural.

La reedición de grandes autores locales como Beatriz Vallejos (1922-2007) y Francisco Gandolfo (1921-2008) puede considerarse parte del intenso diálogo que Ivan Rosado viene propiciando entre lo local y lo nacional. Tratándose de uno de los sellos rosarinos que más convoca la atención de escritores, críticos y lectores fuera de la ciudad, desde el vamos se interesó por las producciones locales y de la región y por los cruces entre la literatura y las artes plásticas. Para Ana Wandzik, una de sus responsables, "publicar hoy a Vallejos y a Gandolfo es un poco hacerse cargo de un legado. Ninguno de los dos era rosarino, pero no sólo marcaron el terreno de la literatura de la ciudad como protagonistas, también signaron a su forma la historia de la edición. Estamos para percibir esos rastros". Y se toma un respiro para profundizar en los rasgos distintivos de ambos autores: "Beatriz Vallejos y Francisco Gandolfo son dos voces bien distintas y representativas de la poesía local, la marcaron poniéndole literalmente el cuerpo. Vallejos por el camino de lo que solemos llamar arte y vida, viviendo poéticamente, elevando a la poesía como forma de vida. No sólo su poesía sino también su muy diversificada y multicolor forma de publicar dan cuenta de esto. Los últimos tres poemarios de Beatriz son series de pequeños retablos trabajados por medio de la técnica de la laca, son de tirada única y dan cuenta también de su faceta de artista plástica. Gandolfo, por su parte, dedicándole a la escritura cada segundo libre, cada resquicio de sueño luego o entre las horas largas de trabajo en la imprenta familiar. Es una tarea que emprendió con tenacidad, buscando compartir, aprender, corregirse. Publicó nueve libros excelentes por medio de su propio sello, esto es, que también Gandolfo terminaba tomando decisiones de editor sobre su trabajo de poeta. Recién en 2005 comenzaron a llegar las ediciones por fuera de el lagrimal.

La valoración del rol que Francisco Gandolfo jugó en el medio literario local es compartida por uno de los poetas más singulares que dio la ciudad: Alejandro Pidello. Responsable además, junto con Nora Hall y Vicky Lovell, de la editorial Papeles del Boulevard, cuyo catálogo da cuenta de un especial cuidado con respecto al libro en tanto objeto: calidad del material, diseño, ilustraciones, arte de tapa. Según Pidello, "cuando se publicó Mitos en 1968, el primer libro de Francisco Gandolfo, yo tenía 20 años y me iniciaba en el interés por la escritura y por el mundo de los que escribían. En medio del clima social bastante denso de esa época, empezamos a vincularnos con poetas y mimeógrafos —habíamos fundado La Cachimba con Isaías y Colussi— y en esos encuentros se me comenzó a aparecer la figura seria, mayor, afectuosa y con una especie de humor cáustico-irónico de Francisco. Me llamaba la atención por la manera de su escritura poética, una especie de desparpajo temático y formal, que sugería o insinuaba un ritmo extraño en un escenario que me parecía predominantemente prosístico. Eran versos libres, pero fundamentalmente eran versos de un tipo libre. A mí, su escritura me influyó desde ahí". Pidello no quiere dejar de mencionar las facetas de editor e imprentero de Gandolfo: "Otro aspecto que no me dejaba indiferente era la estética en el trabajo de impresión de este dueño de máquinas y del olor de la tinta. De su imprenta salió mi primer libro. A nivel de edición, los números de el lagrimal siempre me parecieron joyas. Unas joyas medio locas, con inclusiones de láminas fuera de texto y de figuritas de publicidad (neumáticos, galeritas, paraguas, baldecitos, tambores de aceite, etcétera) que venían de sus trabajos de impresión en la papelería comercial".

Por su parte, el impacto de la obra de Beatriz Vallejos resulta evidente en poetas alejados por estéticas, lugares de residencia, edades diversas. La rosarina Mercedes Gómez de la Cruz (1974) publicó en 2015 Soy fiestera, su poesía reunida en formato e-book, a través de Fiesta Ediciones. Sus palabras iluminan el modo sutil con que una obra puede acusar ecos de otra: "Conocí a Beatriz Vallejos escuchándola leer en el Festival de Poesía de Rosario, en 1995. Su voz diciendo María, un corderito blanco tenía me emocionó y la leí. Un día la llamé por teléfono —yo era muy joven y arrojada— y me recibió en su casa del centro para hablar de poesía. Ella nació en 1922 y es una poeta de todos los tiempos. Su trabajo artesanal sobre la imagen y la palabra como un cuenco —recipiente y alfarera a la vez— influyeron e influyen en mi modo de trabajar el verso. No se trata para mí de buscar un resultado similar ni en extensión ni en motivos ni temas del poema, sino que su influencia está en el encuentro del peso con la tensión poética: la formación de una danza de sentidos, la coreografía de un universo en el poema".

Eduardo Mileo (1953) es el autor de una extensa obra poética que ha desarrollado desde la ciudad de Buenos Aires. Para quien fuera uno de los responsables de la ya legendaria revista La Danza del Ratón, "Beatriz Vallejos es una poeta de la revelación. No de la revelación mística, sino de la revelación cotidiana, la que emana de las cosas al alcance de la mano. Un rayo de sol que ilumina una frutera sobre la mesa, la copa de un árbol que se mueve repentinamente con el viento, una mano que se mueve en dirección a otra pero no llega a tocarla, cualquier acto de vida que se revele en el instante, cualquier instante que tome la forma de la luz, cualquier luz que llegue al corazón como un relámpago. Esa inquietud que se ofrece al golpe de vista y se desvanece en el aire apenas se la toca. La morosidad con que la poesía de Beatriz Vallejos pide que se la lea es la contracara de la velocidad de su visión". Miembro del consejo editor de Ediciones en Danza, Mileo se lamenta por lo que considera únicos destinatarios de su obra en el presente: "Creo que sólo los poetas leen a Beatriz Vallejos. Su lectura pide relajación, reflexión, concentración en el instante. Y esas acciones requieren tiempo de ocio. No se puede leer a Beatriz Vallejos en el subte. Y la actualidad succiona con su trompa de estrés". Y advierte sobre la dificultad de identificar el influjo de Vallejos en su propio trabajo: "No sé si se puede —yo no puedo— ser consciente de las influencias en la escritura propia. A Beatriz la conocí personalmente, disfruté de su hospitalidad en su hermosa casa de Rincón, la escuché leer a la sombra del bambú: ella me influyó como persona; siento su etérea suavidad acompañándome".

De dónde venimos - Felipe Aldana, Arturo Fruttero y Rubén Sevlever

Junto con Eduardo D'Anna, Roberto Retamoso es uno de los críticos que más tiempo llevan abordando la literatura que se hace en Rosario. Para Retamoso, "la poesía rosarina tiene sus clásicos. Felipe Aldana, Arturo Fruttero y Rubén Sevlever integran, por derecho propio, el catálogo que los alberga, pero que no concluye con sus nombres, porque otros poetas también forman parte de ese tesoro de la poesía de esta ciudad, como Aldo F. Oliva, Beatriz Vallejos y Francisco Gandolfo. Si nos remitimos a otros momentos de la poesía de nuestra ciudad, encontraremos la presencia fuerte de Felipe Aldana en la obra grupal y colectiva de los poetas que hicieron el lagrimal trifurca, que supieron adoptar su obra y su figura como un blasón de su propia acción poética". En ese sentido, Felipe Aldana (1922-1970), autor que da nombre al prestigioso concurso municipal de poesía, se vuelve "un pionero de la vanguardia poética en Rosario".

Según el escritor y editor Jorge Isaías, uno de los pocos poetas de Rosario que ha alcanzado —quizá sea el único— seis reediciones de uno de sus libros, "fueron nuestros amigos de el lagrimal trifurca quienes nos acercaron los primeros textos de Aldana, a nosotros que desde La Cachimba seguíamos idéntico derrotero: averiguar si en Rosario había habido una vanguardia y cuándo. Tiene mucha razón Eduardo D'Anna, no éramos hijos de la nada y allí estaban, antes de nosotros, Facundo Marull, Arturo Fruttero, Felipe Aldana y Beatriz Vallejos, que por si fuera poco estaba entre nosotros y había sido amiga de Felipe. A ella acudimos para recabar informes sobre su vida y su obra y la convocamos para participar cuando comenzamos a rendirle homenajes en Amigos del Arte. Creo que fue Sammy Wolpin quien rescató el luego famoso Poema materialista, que se publicó en un número de el lagrimal". Según Isaías, la poesía de Aldana lo influyó mucho: "Me sugirió algunos temas mientras yo escribía mi Crónica gringa, en especial su sección Versos de juntadores".

Para Retamoso, Arturo Fruttero (1909-1963) "supo compartir con Aldana la condición de vanguardista y fue igualmente sensible al legado de la tradición, tal como lo demuestra su Tratado de la rosa, pero fue además moderno y rosarino de modo indisoluble, como se lee en ese testamento poético denominado Fruttero se va al campo". El rosarino Lisandro González (1973), último ganador del Premio Provincial de Poesía José Pedroni, recuerda que tuvo "la suerte de conocer la obra de Fruttero a través de los libros de Eduardo D´Anna y de algún curso sobre la literatura de Rosario. No sé si los poetas más jóvenes lo conocen y se han interesado por su obra. Lo que puedo contar es que en una antología local cuyo eje fue el campo, Fin zona urbana (2010), éramos dos los poetas que citábamos su poema Fruttero se va al campo en nuestros textos, pero finalmente quedó sólo mi poema porque la otra poeta se bajó del libro. Ese poema de Fruttero para mí es maravilloso. Un texto entrañable y refrescante que no me parece casual que dos personas hayan elegido para tratar de escribir sobre el campo: hay que ver todas las cosas que se lleva Fruttero, digamos que se pertrecha bastante bien para la incursión. Y traté de rendirle homenaje de esa manera. No necesariamente los autores que nos gustan o interesan dejan marcas visibles en la escritura particular, pero supongo que Fruttero, junto con otros poetas locales, me ha dado la posibilidad de pensar una poesía rosarina".

A pesar de su bajo perfil, coherente con el estilo pudoroso de su poesía, Rubén Sevlever (1932-2011) fue reconocido por su obra hacia el final de su vida —puede recordarse su participación a modo de homenaje en la etapa del Festival Internacional de Poesía de Rosario en la que aparecieron los curadores—, y a poco de su muerte, con la publicación de Poemas elegidos y otros escritos. Para Retamoso, "fue un poeta exquisito, entregado plenamente a la construcción de un lenguaje sutil, despojado de estridencias, a la manera de sus amados poetas simbolistas, que llegó a la cumbre de su poesía con ese poemario singular titulado Enjambre de palabras". Según Isaías, Sevlever "es con toda seguridad, dentro de la poesía argentina, un raro caso, una excepción como lo calificó Mario Levrero. Ese auténtico y deliberado perfil bajo que practicara toda su vida no les quitó firmeza a sus convicciones que le vi defender contra viento y marea. Y ese estado de aparente distracción en la que vivía no fue óbice para ocuparse de los demás, y acusar un alto grado de solidaridad que otros más chispeantes eludían con toda elegancia llegado el caso. Lo conocí en un momento clave de mi vida, a mis veinte años, cuando yo, un joven desocupado, salí del servicio militar y sin que nadie me recomendara me dio trabajo en su pequeña librería que tenía junto a Reynaldo Pappalardo, Aries, donde circuló lo más granado de la literatura argentina de ese tiempo y puso en mis manos los grandes maestros de la gran literatura. A él le debo todo lo que sé".

Anacrónicos y esquivos - Aldo Oliva y Hugo Padeletti

Si bien la pasión por la escritura atraviesa la vida de ambos poetas, tanto los textos de Aldo Oliva (1927-2000) como los de Hugo Padeletti (1928) empezaron a circular y a ser leídos con intensidad muy tardíamente.

La Editorial Municipal de Rosario acaba de reeditar la poesía completa de Oliva. Para el poeta y crítico Daniel Freidemberg, la suya "es una propuesta poética muy consistente y singular, imposible de encontrar en otro autor, de la Argentina y no sólo de la Argentina: el trabajo de un vigoroso intelecto en busca de pensar al mundo, basado tanto en la interrogación de los hechos de la vida concreta como en un vasto bagaje cultural, pero que, para llevar a cabo ese trabajo, muestra un excepcional dominio de recursos retóricos y formales, sostenido todo por una firme actitud ética que incluye el compromiso político, si se lo entiende como una responsabilidad ante el destino común. Y que trasluce entre las palabras o bajo las palabras una pasión, que anima y da vitalidad a la escritura, sin nunca desbordarla. Y, además, porque los recursos retóricos y formales a los que Oliva echa mano para concretar esta poesía lo apartan de todas las demás propuestas de la poesía argentina, sobre todo las de su época". Freidemberg, nacido en Resistencia (Chaco) pero residente en Buenos Aires desde sus veinte años, ha sabido advertir tempranamente el valor de la poesía hecha en Rosario. Considera que actualmente se lee muy poco la obra de Oliva: "Como pasa con otros muchos autores valiosos, Aldo Oliva funciona más como un nombre a mencionar para lucirse que como una experiencia de lectura en la que internarse, entre otras cosas porque no es nada fácil internarse en esa experiencia para el así llamado lector común, incluidos los lectores comunes de poesía, porque no están dispuestos a encarar una tarea tan inusual o porque no cuentan con los instrumentos". No cree que la obra de Oliva incida en otros poetas: "Más bien la tendencia generalizada o la más visible parece ir, hasta donde consigo ver, en contra de todo lo que propone la poesía de Oliva. En realidad, sí percibí cierta incidencia, en un solo poeta: su hijo Ángel. Pero la poesía de su padre es en Ángel Oliva apenas un punto de partida desde el cual arranca una escritura y una actitud que son exclusivamente suyas, al parecer nacidas de necesidades de escritura muy propias".

Para Concepción Bertone, cuya obra sostenida y cuidada resulta coherente con el rol rector que siempre le ha reconocido a la poesía de Oliva, el poeta fue, más que un amigo, un padre en el mejor de los sentidos que esa palabra significa: "A veces entraba al pequeño bar de la calle Entre Ríos que él frecuentaba, y si yo tenía alguna preocupación o un pesar me lo leía en los ojos y me decía con su voz de padre: "Vení, sentate y contame qué te pasa". Me leía la alegría y la pena en la mirada, como leía los poemas de mis libros por editar y sus ojos se empañaban de emoción. Ahora me mira desde su foto en la tapa de su obra completa que está en mi biblioteca frente a mi computadora con una semisonrisa dulce que me dice: "Siempre voy a estar muy cerca, así que no me extrañes". Y sé que está cerca. Y siempre lo estará. No sólo era un inmenso poeta y un gran profesor que los que fueron sus alumnos nunca olvidarán, era un alma noble y luminosa que su inmensa sensibilidad hacía sufrir a todo su ser".

Gabriela De Cicco (1965) trabaja en la edición de su nuevo libro de poemas, que cree saldrá a fin de año. Docente, tallerista y editora, reconoce que la poesía de Aldo Oliva incidió en su escritura a través de la lectura: "Algo que aprendí en los años junto al viejo fue a leer de una manera nueva, llegarle a la poesía desde otro lugar. Aprendí cómo trabajar o pensar la previa de un poema, cómo se iba produciendo lo que él llamaba el "levantamiento poético". Aldo me ayudó a recorrer e intentar comprender el horizonte hipnagógico de la poesía. También fue con quien me sumergí en la lectura de los románticos, franceses e ingleses". Quien fuera su ayudante de cátedra en la Facultad de Humanidades y Artes, considera que "se lo sigue leyendo, y se lo lee mucho. Por charlas que he tenido con otros y otras poetas sé que tiene muchos y muchas lectores/as en Buenos Aires y en Córdoba también". Y advierte: "Yo vuelvo a Aldo como vuelvo a César Vallejo. Vuelvo a ellos como embarradores e iluminadores del lenguaje. Vuelvo a ellos con sed de palabras que me gatillen esas que se me niegan".

Compañero de generación de Oliva, Hugo Padeletti publicó en 2015 su última colección de poemas, titulada Guirnaldas para un luto. La poeta rosarina Sonia Scarabelli (1968) se pregunta porqué elige a Padeletti una y otra vez, por qué vuelve a leerlo y releerlo: "Creo que es cierta forma de experiencia, una y otra vez perdida y recuperada, la que me hace regresar siempre a sus poemas. Una experiencia que se despliega en el vacío a la manera de la música, concreta e invisible, pero tejida en el pase continuo de todo lo existente. Cuando pienso en sus poemas lo primero que aparece es esto: el destello de una transparencia, la amplitud musical de un espacio abierto, una manera del verso cuya sonoridad viene como ahuecada en el silencio. Por eso la poesía de Padeletti es para mí, ante todo, un arte de precisión. Pero esa precisión no reside sólo en la idea de una medida, no opera por cálculo, sino por atención: es receptiva, contemplativa. Encarna así la fineza de un lenguaje que se concentra para fluir en esa zona donde el sentido siempre se desfonda, y se vuelve, al mismo tiempo, exterior e interior. Este es, a mi entender, un movimiento que atraviesa toda su poesía".

Carlos Schilling, poeta, narrador y periodista cultural que reside en la ciudad de Córdoba, cree que "Padeletti es un poeta maravilloso, alguien que hizo del español una lengua más delicada y profunda a la vez, capaz de pensar y vibrar al mismo tiempo y con las mismas palabras. No sé qué lugar le dará la historia de la poesía, si ocupará un rango provincial, nacional o mundial. En mi lista de preferencias, está entre los poetas fundamentales". Schilling recuerda con claridad el impacto que le produjo el primer poema que leyó de Padeletti: "Fue Oda, en Diario de Poesía, un ejemplar de 1992 que todavía conservo. No lo podía creer. La métrica, la rima, los juegos de palabras, la sintaxis medio latina, las alusiones, la ironía, las estrofas fluidas y casi encantatorias, todo conjugado en lo que me pareció y me sigue pareciendo un milagro. Para mí es el mejor poema que se ha escrito en español. Utilicé el modelo métrico y estrófico de Oda en varios poemas".

Una notoria singularidad - Emilia Bertolé e Irma Peirano

Cuando restan pocos días para que su libro La enumeración. Narradores, poetas, diaristas y autobiógrafos (Nube Negra Ediciones) llegue a las librerías, Nora Avaro señala que la figura de Emilia Bertolé (1896-1949) "es bastante singular en la literatura local. Nació en El Trébol, vivió en Rosario hasta la adolescencia y volvió ya madura, después de una larga estación en Buenos Aires donde pasó sus años más activos. Publicó en vida un solo poemario, Espejo en sombra, de 1927, pero su celebridad no dependió de ese breve libro sino de sus tareas como pintora retratista. Y no se exagera al decir "celebridad", porque en su época de oro, durante los años veinte, Emilia no sólo perteneció a los círculos intelectuales porteños, sino que también supo manejar muy bien su imagen de artista en los medios gráficos hasta transformarse en la poetisa y pintora del momento. En ese sentido, su pionerismo marketinero le abrió puertas laborales y económicas imprescindibles (no dejó cara de la alta burguesía sin pintar) para mantener a sus padres y hermanos, cosa que hizo toda su vida". Avaro recuerda que "el libro de Bertolé, ilustrado por Alfredo Guido, fue presentado con cierta malicia por Alfonsina Storni en una gran reunión social de notables. Avanzada ya la vanguardia ultraísta con la llegada de Borges al país a principio de los años 20, Espejo en sombra se retrasó en un ideal de belleza posromántica modelada por casi todos sus motivos (o lugares comunes): el nocturno, el paisaje sentimental, la contemplación interior, la expresión íntima. Sin embargo, el juego de oposiciones y contrastes, presente en casi cada poema, rescata el libro del cliché anacrónico. Porque se trata de la belleza, claro está, pero de una belleza trabajada en el núcleo, muy enigmático, de su perversión".

Según Mercedes Gómez de la Cruz, "la poesía de Emilia Bertolé es como un alhajerito art decó: su impronta, su imaginería, su forma. Y sin embargo, la atmósfera de época que la atraviesa no disminuye su potencia. En sus versos la delicadeza aparece como formalidad, casi, como una treta del débil. Ese cristal en que parecen haberse transformado los mantiene vigentes, es como volver la vista atrás y ver aquel presente. Espejo en sombra, el único libro que publicó en vida, fue muy celebrado en su momento. Su aura de niña prodigio nunca se agotó y su lectura, tanto como la vista de sus cuadros, se vuelve también imprescindible para quienes disfrutamos del arte y del conocimiento de la historia del lugar donde vivimos".

Por su parte, con apenas dos libros de poemas, Irma Peirano (1917-1965) se rebeló contra los temas artepuristas y criollistas: no se subordinó a las convenciones generacionales. Gómez de la Cruz recupera un recuerdo de infancia: "Tendría cinco años cuando le pregunté a mi abuela materna quién era Irma Peirano. Ella vivía en la calle que lleva su nombre, en barrio Rucci, y yo, que vivía en el centro, era la primera vez que caminaba por una calle con nombre de mujer. Pasó más tiempo hasta que leí algún poema suyo en el suplemento cultural de La Capital, en los ochenta. El verdadero encuentro con su obra llegaría más tarde, en 1999. En Irma, la literatura y la vida me se mezclan con potencia. Pensar en ella y leerla, para mí son cosas que van juntas. Su importancia como figura cultural y como poeta fuerte (la que influencia a otros) la colocan en un lugar central de época, la década de 1940 y también gran parte de la siguiente. No sé si se lee su obra. Creo que es una lectura fundamental para quien tenga interés en conocer el trabajo de una mujer fuera de serie que vivió y trabajó en nuestra ciudad y en esa época. Su modo de leer a Alfonsina Storni, su interés por autores que entonces recién se traducían, su infatigable iniciativa para abrir nuevos espacios y acompañar a creadores. La fuerza de su poesía. A mí me conmueve siempre".

La narrativa total - Roger Pla, Jorge Riestra y Angélica Gorodischer

Para la docente y crítica Analía Capdevila, Roger Pla (1912-1982), "un escritor por mucho tiempo olvidado, hoy objeto de cierta revalorización, es interesante si se lee en la serie del género de la novela, en una línea de sucesión con la obra de Roberto Arlt. Pla es un novelista que escribe después de Arlt, con todo lo que eso implica, que se somete a su influjo y se distancia de su autoridad. Creo que, en ese sentido, hay que resaltar su ambición de llevar adelante un proyecto de obra decididamente experimental, muy permeable a la influencia de las técnicas narrativas modernas, que además propone una redefinición de realismo. Ese proyecto tiene su punto de culminación en Intemperie (escrita entre 1966 y 1969, publicada en 1973 y reeditada por la EMR en 2009), donde Pla logra realizar su idea persistente de una novela total (de múltiples dimensiones de espacio y de tiempo, de variados registros figurativos, notablemente polifónica) asociada a un realismo de carácter "integral", más presentativo que narrativo, anclado fuertemente en la historia".

Liliana Ruiz, directora de Baltasara Editora, un sello que se autoproclama deudor de la historia cultural de nuestra ciudad, cree que, "desde su primera novela, Los robinsones (1946), la narrativa de Pla mixtura las preocupaciones de sus compañeros de la generación del 40 (evocación, precisión estilística) con el influjo arltiano, lo que le da una singularidad manifiesta en algunas de sus mejores novelas, como Paño verde (1956) o la póstuma Atributos".

Para Nicolás Manzi, escritor y editor responsable de la reaparición de los textos de Jorge Riestra (1926-2016), tarea emprendida por la Universidad Nacional de Rosario, el rosarino "ha dejado una obra muy rica, que tiene el reconocimiento de lectores de todo nuestro país. En la década del 60 su obra circuló masivamente. Si bien Riestra fue publicado principalmente por editoriales porteñas, y eso derivó en una circulación muy amplia de sus textos en una época en que el consumo de libros era mucho más masivo que ahora, su mundo fue Rosario. Fue el testigo de los cambios de esta ciudad, su historia está íntimamente ligada al registro de esas épocas". Para Manzi, es interesante el modo que Riestra asume su condición de autor rosarino: "Fue el escritor de Rosario, sobre todo porque fue un gran lector. Y esa es la razón que nos invita a conocer su obra: Riestra no sólo leyó los textos de la literatura universal, sino que además supo leer como nadie los avatares de esta ciudad, hecha de pedazos, de historias de obreros, artesanos, de políticos, de panaderos, de parroquianos de un bar, de policías, de odontólogos, de relojeros; historias individuales cargadas de dramatismo, cuentos habitados por seres de carne y hueso gracias a la destreza de convertir la tinta, el papel y las palabras en un mundo real".

El poeta y narrador Marcelo Scalona (1962) sitúa a Jorge Riestra en el contexto de la literatura nacional: "Es para mi generación un modelo de escritor total: integra la última generación dorada de los escritores modernos del país, me refiero a la generación que va desde Di Benedetto, Conti, Walsh hasta Abelardo Castillo, Gorodischer y Saer, aun con sus matices, claro. Pero me refiero a esos escritores con una obra importante, sólida y toda su vida puesta en ella. Jorge Riestra maneja con la misma destreza el lenguaje literario elaborado como la lengua franca, va naturalmente de la construcción artificial del texto a la oralidad, y de un artefacto complejo y monstruoso como El opus a cuentos sencillos pero de enorme eficacia como los de A vuelo de pájaro o Principio y fin. Es el escritor rosarino por excelencia del siglo XX: el narrador de los personajes mínimos pero auténticos de la ciudad, de sus orillas, de los barrios, de la noche, del bar. Scalona no duda en reconocer su deuda con el narrador: "Fue para muchos, entre los que me cuento, un maestro silencioso y anónimo dándonos interminables clases en tertulias en los bares. Creo que Riestra tuvo una enorme influencia sobre Roberto Fontanarrosa, es evidente que aspectos centrales de la obra de Jorge fueron de gran importancia para Roberto".

Una entrevista publicada en los años setenta en una revista mítica ("el lagrimal trifurca") advertía sobre el valor de la narrativa de Angélica Gorodischer (1928), que se mantiene activa hasta el presente y ha alcanzado resonancia internacional. Según la reconocida escritora e investigadora María Rosa Lojo (1954), "Angélica Gorodischer es para mí una de las narradoras argentinas fundamentales. La descubrí joven. Sus libros estaban en el Instituto de Literatura Argentina de la UBA, aunque casi no se daban escritoras mujeres en los cursos regulares. Me topé con Trafalgar Medrano y desde entonces no paré de leerla, en forma hedonista, por supuesto, y luego de manera cada vez más profesional. ¡Hasta dirigí una tesis de doctorado sobre ella! Es irreverente, original, capaz de armar intrigas policiales y universos fantásticos con un don poético poco frecuente. Cuestiona los géneros literarios y los géneros sexuales, y los roles de género de todo tipo. Hay horror y encantamiento en lo que escribe, y en sus personajes femeninos una pasión de autonomía y una maduración dolorosa, pero lograda finalmente, que los hace fascinantes. Mi preferido es Kalpa Imperial, pero todos sus libros me gustan, y sigue escribiendo maravillosamente, como lo prueba su bella novela Las señoras de la calle Brenner. Su obra me resulta inspiradora en todos los sentidos, como escritora y como investigadora y crítica".

Según la poeta y narradora Marta Ortiz, "la narrativa de Angélica Gorodischer dejará huella, y no será pequeña, como ella misma ha expresado en alguna de las muchas entrevistas concedidas. Su original ficción narrativa ha sido reconocida en ámbitos locales, nacionales e internacionales y ha sido y es sujeto de premiaciones literarias y estudios críticos en universidades nacionales y extranjeras. Si bien años atrás ella publicó títulos adscriptos a la ciencia ficción que rápidamente la convirtieron en uno de los referentes femeninos del género en Iberoamérica, su producción está lejos de someterse a cualquier etiqueta". Ortiz rescata el rol formativo que ejerció Gorodischer: "Tuve la oportunidad de participar de sus grupos de reflexión sobre género y escritura entre los años 90 y buena parte de la década siguiente. Seguramente su escritura incidió en la mía (como en la de muchos escritores), porque la he leído y la leo, del mismo modo que seguramente influyó e influirá la extensa trama o entretejido de lecturas que dan relieve a mi biblioteca personal".

Para Daniel Gigena, un excelente narrador que vive del periodismo y el trabajo editorial en Buenos Aires, "la literatura de Angélica Gorodischer es importante por varios motivos. Es autora de una de las novelas pioneras de la renovación de la ciencia ficción local, Kalpa Imperial, que tuvo además proyección internacional, y de varios cuentos memorables. Ya sea en Bajo las jubeas en flor, en Menta o en su libro de relatos más reciente, Las nenas, ella intenta, dentro de un universo de temáticas, intereses y procedimientos, escribir algo distinto. Otro motivo tiene estatuto ideológico: su feminismo, que ella asume públicamente, se infiltra en novelas y cuentos no de una manera expositiva sino compositiva. Consciente de la máquina de estereotipar de la cultura, ella crea personajes y articula voces que van en contra de los estereotipos femeninos. Un tercer factor, que amortigua el peso ideológico que toda literatura tiene (y que, creo, debe tener), es el humor. El humor no sólo interviene entre personajes sino también entre la voz que narra, los personajes y los lectores. La literatura de Angélica Gorodischer nunca es solemne ni aleccionadora".

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