Central perdió, pero no un partido más, perdió el partido que tenía que ganar, frente al peor equipo del torneo, perdió cuando sabía que no tenía otro resultado que no fuera el triunfo. Perdió algo más de fútbol, pero el equilibrio emocional y perdió por completo la confianza de parte del hincha.
Porque por todo esto que perdió, el Gigante habló un par de veces en esos 90 minutos para el olvido, en una noche aciaga, vacía de contenido, pero llena de enojo e interrogantes. Central perdió contra este Barracas Central que había ganado uno de los últimos 15. Nada más por agregar.
Se terminaba el primer tiempo, Central se demoró en poner la pelota en el área y Lamolina pitó el final. La caminata de los jugadores al vestuario fue bajo el “y Central ponga huevo”. Quizá la gráfica más notoria de lo que había sido el partido hasta ahí y de lo que era el Canalla desde lo futbolístico. Porque si bien es cierto que pudo convertir algún gol, fue un equipo de jugadas y no de juego.
Un par de centros envenenados de Gaspar Duarte fue lo más peligroso que mostró Central en ese primer tiempo de bajo vuelo. En el primer Copetti no llegó a impactar, en el segundo, Sánchez casi la mete en su propio arco en el intento por despejar. Y una más, también producto de una arremetida personal más que como consecuencia del juego: el derechazo de Sández, desde el callejón del 8, que le dio un beso al ángulo superior derecho.
El resto, muchas intenciones, pero nada más. Malcorra estuvo aislado en la izquierda, aunque se las ingenió para sacar un par de buenos centros (en uno de ellos Copetti la cabeceó por arriba del travesaño). Jonatan Gómez quería, pero no siempre podía, Coronel amagaba más de lo que concretaba e Ibarra parecía el más metido en partido (generó dos amarillas en el rival).
Todo frente a la liviandad de un Barracas que encontró un par de buenas ocasiones. Primero con un centro atrás de Tapia que Jonatan Gómez envió al córner y después con un zurdazo de Rosané tras una falla de Juan Giménez. Pero era poquito lo que había conseguido Central antes de ese descanso que ya marcaba el estado de ánimo de los hinchas.
¿Una premonición? Tal cual. Iban apenas 12 segundos del complemento cuando Bruera metió un tremendo zapatazo desde el borde del área, al ángulo, inatajable. Baldazo de agua fría en un Gigante atónito, que entendía poco y nada lo que estaba pasando. Y al toque el “jugadores…” Clima adverso por donde se lo mire.
Pero había más, todo en modo negativo. Es que dos minutos después Ibarra vio la segunda amarilla (mala decisión de Lamolina) y ahí sí la cuesta se hizo más empinada que nunca. Porque Central debía reponer no sólo su fútbol, sino también su estado anímico, en un clima demasiado hostil.
Y a partir de ahí fue todo voluntad, ganas, pero nada de fútbol para la reacción que la situación ameritaba. Apenas una trepada de Coronel que terminó con un centro que Ruben no alcanzó a conectar, un buen desborde de Copetti que tuvo también un final infructuoso.
Y así, Central se debatió en medio de su intrascendencia, aun con los cambios que intentó Lequi, pero ni Lovera, ni Ocampo, ni Segovia. Y esa intrascendencia lo llevó inexorablemente hacia una derrota que no fue más abultada porque los jugadores de Barracas fallaron en la sentencia.
El fútbol dijo ausente, las chances de Sudamericana casi que se esfumaron y el clima a esta altura ya es decididamente denso. Todo por una derrota que no figuraba en el pensamiento canalla, pero que se dio. Central perdió. ¿Extraña? No. Pero sí quedó claro que la sensación ya es de angustia extrema. Esto es Central hoy.