Esta es la historia de cuatro amigos adolescentes que fueron asesinados a lo largo de un año y en el mismo barrio del oeste rosarino. Pero también es la historia de otros chicos que son sobrevivientes, de los cuales uno está en riesgo y cuya madre también fue asesinada. Todo en un oscuro contexto de venta de drogas al menudeo en el que rigen leyes impuestas por eslabones superiores que nadie se anima a nombrar. "El que es jefe se mete en quilombo con mucha gente y deja morir a los pibes. Por ahí antes te da una ayuda, pero después eso... te deja morir", contó a La Capital un amigo de estos chicos.
Nada comenzó el 12 de octubre de 2022, pero esa noche mataron a tiros a Laureano Lionel Pena, de 16 años, en el Playón del Encuentro, un espacio municipal ubicado entre los monoblocks del Fonavi de Rouillón y Seguí, barrio Triángulo Moderno. Lo que trascendió fue que un pibe llegó al lugar y le hizo una pregunta a Laureano: "¿Vos vendés". Tras la respuesta afirmativa del chico, el otro le gatilló al menos tres veces.
Esta semana, en el mismo playón, un grupo de amigos de Laureano recordó que aquella noche era la primera vez que vendía en ese lugar. Y que después se enteraron que el pibe que había cometido el crimen, al que no conocían, terminó muerto. Algo que confirmó la Fiscalía: el principal sospechoso era Zacarías Sharif Azum, de 15 años, pero ese dato llegó a los pesquisas cuando el pibe ya había sido asesinado.
Zacarías era hijo de dos personas que están privadas de la libertad. Su madre, Jesica González, cumple condenas por un intento de homicidio y por integrar una banda liderada por René "Brujo" Ungaro que entre otras cosas se dedicaba al narcomenudeo. Su padre, Alejandro Azum, está imputado como miembro de una asociación ilícita que blanqueaba dinero del comercio de drogas y del juego ilegal. A Zacarías, que le gustaba llamarse "Bandido Real", lo señalaban por el asesinato de una joven de 25 años ocurrido en abril de 2022. Pero como al momento del hecho tenía 14 años su custodia quedó a cargo de la Dirección de Niñez de la provincia. El 28 de octubre de ese año lo asesinaron a balazos en el barrio Tiro Suizo.
El derrotero de violencia continuó entre los monoblocks y pasillos del Fonavi. El 23 de noviembre a las 21 Valentina L., de 15 años, y Santiago M., de 14, fueron atacados a balazos mientras jugaban a las cartas sobre un cantero en la vereda de Seguí al 5600. Como si se tratara de práctica de tiro al blanco, desde la otra mano de la avenida dos sujetos a bordo de una moto gatillaron a mansalva con una pistola calibre 9 milímetros. Los chicos terminaron heridos pero sobrevivieron, y en el barrio no hubo explicaciones suficientes para entender ese hecho.
Horas después, ya el 24 de noviembre por la tarde, a unos cincuenta metros del Playón del Encuentro fueron asesinados dos amigos de Laureano: Valentín Solís y Eric Galli, de 14 y 15 años. Ese día por falta de agua se habían suspendido las clases en la Escuela Lola Mora, que está frente al playón y es a la que asistían los chicos. Por ese motivo se fueron con su amigo Dante R. a los pies de la escalera 14 de los monoblocks, donde tomaban una gaseosa cuando fueron sorprendidos a los tiros por otros tres pibes. Dos fueron identificados y detenidos: Franco S., de 21 años, y Alexis "Apu" A., que al momento del hecho tenía 17, por lo cual su caso quedó bajo la órbita de la Justicia de Menores.
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Cuando ocurrió ese ataque una de las primeras personas en llegar a la base de la escalera, donde Valentín y Eric agonizaban, fue su amigo Milton Luis Carballo, de 15 años. A comienzos de esta semana lo mataron a tiros en ese mismo lugar. Sus familiares contaron que luego de lo que pasó con sus amigos, y por el impacto de verlos morir, Milton tuvo un cambio rotundo en su comportamiento. Enmarcaron esa situación en una problemática de salud mental que no fue atendida con la complejidad que ameritaba, a pesar de los reiterados pedidos de su madre y de un oficio del Tribunal Colegiado en Familia Nº 3 para que la policía lo trasladara a un centro de salud.
En riesgo
Tanto en el asesinato de Laureano Pena como en los de Valentín Solís y Eric Galli, según las investigaciones, las víctimas estaban con Dante R. al momento de ser atacados. Lo que cuentan en el Fonavi es que el chico, también menor, en el doble crimen estaba de pie mientras que sus amigos estaban sentados. Que por ese motivo él pudo advertir la llegada de los homicidas y logró escapar. Para la Justicia era el verdadero blanco del ataque, lo que se acopla al relato barrial que ubicó a Valentín y Eric como ajenos a cualquier conflicto callejero.
A esta saga de crímenes en el interior del Fonavi podría sumarse otro doble homicidio, que es reciente y si bien ocurrió en otro barrio de la ciudad tiene relación con esta historia. Carlos Alberto Ponce, de 48 años, y Fabiana Estela García, de 51, fueron baleados el 28 de agosto por la noche mientras estaban dentro de un auto en una calle cortada de la villa La Boca. Ambas víctimas vivían en la zona de los Fonavi, a un kilómetro y medio de donde los mataron. Pero no es ese el punto en común, sino que la mujer era madre de Dante.
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Un hijo de Fabiana habló con La Capital y no descartó que el asesinato de su madre tuviera que ver con los conflictos de su medio hermano Dante, sobre quien aseguró que “antes sí vendía pero ahora ya no”. Los amigos de Laureano, Valentín y Eric contaron que ya no lo ven por la zona del playón y los monoblocks tan seguido como antes. Que se fue a vivir con su novia y que le perdieron el rastro. Aseguraron que “está refugiado”, es decir que puede considerar que su vida corre riesgo. Como si supiera que en las ocasiones anteriores, cuando fueron por él y sobrevivió, tuvo algo de suerte. Que su vida, claramente en riesgo, puede no depender solo de sus decisiones.
Los amigos
Esta semana, días después del asesinato de Milton, los amigos de los otros tres chicos recordaron cómo se vivió en el barrio desde la primera muerte de esta saga. “Después de lo de Laureano quedó prohibido vender acá, no se movió nada más, ni una bolsa”, contaron los pibes reunidos en el playón. Si bien el encuentro fue al mediodía, en el horario de salida de la escuela y con movimiento en la zona, en todo momento mantuvieron la cautela para no ser escuchados por otras personas.
En la zona del Playón del Encuentro y los monoblocks, donde todavía rige esa suerte de prohibición impuesta por el terror, prevalece el miedo de los pibes a quedar expuestos. “Ya bajaron a cuatro, no sabemos quién puede ser el próximo. Vas a hacer alguna compra con gorrita o capucha y ya capaz piensan que estás vendiendo, te tiran y chau”, contaron los chicos. Entre las anécdotas que citaron hubo al menos cuatro ocasiones distintas en las que cada uno sintió de cerca el silbido de las balas.
El asesinato de Laureano pudo considerarse como parte de una disputa por un punto de venta de drogas, pero aquella prohibición de hecho instaló una pregunta: ¿Si ya no se vende por qué continuó la violencia?. “Quedó la bronca con el otro barrio, con los de Roca”, comentaron en relación al sector ubicado a unas pocas cuadras al sur de los Fonavi.
“Lo que pasó es que acá vendía uno grande, que cuando cayó preso dejó a su segundo que puso a vender a los pibitos y les dio pistolas, metras. Ahora de los que activaban acá no hay ninguno, están todos escondidos”, contaron. La mirada de estos pibes, por ser propia y basada en lo que viven, es clara: "El que es jefe se mete en quilombo con mucha gente y deja morir a los pibes. Por ahí antes te da una ayuda, pero después eso... te deja morir".
La escuela
“Hay una batalla cultural donde en algunos sectores ha ganado el discurso de la admiración por la violencia, su dinero, sus armas. Un pibe que no tiene un entorno que lo pueda contener o marcarle otro camino cae en este negocio donde el telegrama de despido es una ráfaga de balazos”. Esa es parte de la lectura de Andrés Giura, profesor de geografía de la Escuela Lola Mora y delegado gremial de Amsafé Rosario. La comunidad educativa está tan atravesada por la muerte violenta de tres de sus alumnos (Valentín, Eric y Milton) como el resto del barrio por esos pibes que vieron crecer.
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Para Giura este marco de violencia alrededor de la escuela viene cultivándose desde hace algunos años. “Yo llegué a trabajar en 2017 a la Lola Mora. Ya el primer lunes después de las vacaciones de invierno tuvimos una discusión a la salida de la escuela que terminó con un asesinato en la puerta”, contó en referencia al crimen de Pedro Tejeira, de 20 años, el 24 de julio de aquel año. “No es que irrumpió ahora el fenómeno violento, sino que vemos una escalada que con el tiempo va siendo cada vez más profunda y se cobra víctimas que en el último tiempo tomaron la características de que son todos de 14 o 15 años. Muy chiquitos, está impactando en los segundos años de la escuela”, analizó el docente.
En la escuela se habla del tema, pero estas situaciones se abordan sobre todo con improvisación de acuerdo a las herramientas o sensibilidades de los docentes. “No tenemos una capacitación de cómo abordar esto, no está protocolizado cómo actuar. No hay un mensaje del Ministerio de qué hacer”, indicó Giura. “Necesitamos inversiones fuertes”, opinó el docente. “Porque todo esto impacta en el barrio y las instituciones lo único que tienen son un lugar de contención, libros, una merienda, una profe que se preocupa por un alumno que empieza a faltar y cuando pregunta por qué encuentra ese trasfondo violento de negocios sin facturas que se cobra vidas todo el tiempo”.