De su llegada con Los Chaperos a su multiplicidad de negocios. Gloria y ocaso del jefe del paravalanchas canalla
Por Miguel Pisano
Nadie sabe todavía en Central qué hacía Pillín como acompañante del Rana Attardo en su camioneta después del partido contra San Lorenzo sin más compañía que los numerosos hinchas que salían de la cancha caminando por la llamativa oscuridad del bulevar Avellaneda. O algunos tal vez sí. Porque en realidad esa era la rutina del jefe de la barra brava canalla: ante la prohibición de entrar al Gigante, desde que fue sorprendido vendiendo protocolos afuera de la cancha de Lanús por la Copa Argentina, cada vez que Central jugaba en el Gigante merodeaba por Arroyito en su Chevrolet S10 blanca, como antes lo hacía con su moto enduro -también blanca- en medio de los pibes veinte y treintañeros, que lo saludaban como si fuera el Che.
A veces paraba a ver el partido en alguno de los bares canallas de Arroyito, pero no era habitué de ninguno, seguramente por una cuestión de seguridad. Tal vez por eso la noche del sábado pasado cambió el itinerario de la salida de la cancha, hasta que quedó atascado en uno de los habituales embotellamientos de bulevar Avellaneda pospartido.
Pillín era ladero de Los Chaperos (la facción que lideraba la barra brava de Central) en los 90, cuando era un pibito. El Chapero Juan Carlos Bustos contó en una nota en La Capital: "Yo le enseñé a caminar la cancha". Paulatinamente tomó vuelo propio, armó su banda y empezaron las peleas, que entonces se dirimían “con tiros a las patas”: todo un símbolo de época, en la que todavía quedaban algunos códigos entre delincuentes.
Uno de sus lugartenientes, de físico privilegiado, se peleó una noche en la puerta de la sede de la calle Mitre con algunos chaperitos y perdió feo. Luego, en 1996, sobrevino una recordada asamblea (de las que el sempiterno escribano Vesco hacía en el infierno de cada 30 de enero) en la que Pillín y cuatro laderos molieron a trompadas al barra Marcelo Vitamina Barberis, debajo de la popular de Regatas. “Si llegaba a agarrar el pie del micrófono no quedaba ninguno parado”, confió entonces el extinto Vitamina.
Finalmente, Pillín logró imponerse con su grupo a Los Chaperos en 1998 y desde entonces permaneció 26 años, con un gran manejo de la tribuna adentro y, sobre todo, afuera, y se erigió en el jefe barra con más tiempo en el poder en el fútbol argentino.
Pillín tenía un férreo manejo interno de la barra, en la que en base a una conducción unificada y a laderos fieles había logrado erradicar los robos que ocurrían antes y en el comienzo de su mandato en la popular de Regatas y en los baños, adonde los hinchas no podían concurrir tranquilos, según reconocieron muchos de ellos, algunos con mensajes en las redes sociales.
Afuera de la cancha, Pillín se erigió en un hombre que regenteaba los múltiples negocios que la barra brava administraba en torno al estadio y al club: desde el canon que pagaban los cuidacoches y los choripaneros hasta su participación en la propiedad del pase de jugadores de las inferiores, además de una empresa que prestaba servicios a Central, una flota de taxis y servicios de baños químicos y de viandas a centros de salud y a firmas constructoras.
Su relación cercana con el Pájaro Cantero quedó patentizada en su guardia pretoriana de varias horas junto al féretro, el día que lo mataron, como la prueba de fuego de una amistad que trascendía el mundo de los negocios, y a quien homenajeó luego con una histórica bandera en el Gigante que rezaba: "Dios reserva sus peores batallas a sus mejores guerreros".
Amante del boxeo, que practicaba antaño en sus ratos libres en el Club La Carpita, del que fue titular, Pillín vivía ahora en un barrio cerrado de Ybarlucea, donde había padecido una balacera, y sufrió en los últimos tiempos un par de reveses judiciales, en una causa por violencia de género y en otra acusado de delitos económicos.
Después del clásico había salido apenas herido del último atentado, cuando estaba con su pareja en el Parque Alem, y hace poco apareció en una nota con los nudillos de su mano derecha lastimados, tras la aparición de una bandera y unos disturbios en la popular de Regatas, en el partido con Banfield, que no le gustaron: “Tuve que aplicar algunos correctivos”, declaró a La Nación.
No se sabe todavía por qué se regaló el sábado a la noche frente al Bar Ribereño, en Avellaneda y Reconquista, cuando al menos un tirador lo acribilló a quemarropa, en medio del estupor y la desesperación de sus laderos, que sólo alcanzaron a llevarlo al Centenario.
Con Pillín Bracamonte se fue el jefe barrabrava que detentó más años el poder en el fútbol argentino. Aprendió a caminar la cancha 26 años, pero derrapó en la calle y cayó en un atentado artero a apenas cuatro cuadras del estadio.