Cabello tan corto y escaso como canoso, ojos celestes, camisa blanca, vaqueros y zapatos marrones, Marcelo Lotuffo se sube a su flamante Buick 39 –una joya mecánica que tiene un tablero símil madera y una radio que comienza a funcionar cuando se calienta– y recorre las calles funenses con un andar tan sereno como silencioso. “Y corre 140, fácil”, se ufana, a los gritos como su hermano menor Petaca, el concesionario del tradicional bodegón del Club Social Zona Sur, del cercano sur rosarino.
Nacido el 19 de septiembre de 1964 en una casa chorizo del pasaje Zanni (Buenos Aires entre Amenábar y Rueda), en el corazón de Tablada, Luis Marcelo Lotuffo es hijo del lechero Luis y de la cocinera Lili Penzado.
-¿Cómo fue tu infancia en Tablada?
–Hermosa. Vivíamos en el pasaje Zanni e íbamos a la (Escuela) Vigil, un ejemplo de cultura, que tiene desaparecidos por luchar por un mundo mejor. Mi viejo era lechero, tenía un reparto de la leche Cotar. Un día de 1974 venía mi viejo a las 5 de la mañana con el Ford A por barrio Martin y llega al Club Rosarino de Pelota, en Alem y San Luis, donde había un cartel en medio de la calle que decía: “Zona dinamitada”. Mi viejo no le dio bola, lo corrió y siguió, y a la media cuadra voló todo en pedazos. Era un club “culo con rosca”, pero no era un lugar donde se decidían los destinos de la patria, como se hablaba entonces. Era gente que se consideraba super especial, como hay acá, pero que no hacían nada. No importa dónde naciste, la bondad es transversal. Lula sacó a 40 millones de la pobreza y muchos de ellos le votaron en contra. Por eso Jauretche decía que “el que vive enfrente de la villa es el tipo más gorila”.
–¿Cuándo empezaste con este berretín por los autos antiguos?
–Desde que nací. Voy a una chatarrería y para mí es un shopping. Mi mujer es médica, la llevaba a Firmat y me decía: “Andate de shopping”. Y me iba a una chatarrería, donde me quedaba, me hice amigo del tipo y hablaba al pedo.
lotuffo 2.jpg
Sebastián Suárez Meccia / La Capital
–¿Te gustan las cosas antiguas?
–Me gustan las cosas antiguas que tengan que ver con los autos. “Mirá la tuerquita esta” y nos juntamos con otro viejo y nos volvemos locos. Uno de mis mejores amigos es Miguelito, a quien debés conocer, porque era el nochero de Carasa, la estación de servicio de San Martín y Saavedra.
–Por supuesto: el flaco alto que tiene un Fairlane.
–Tiene varios autos viejos: un Fairlane, un Ford A 30, un Mercury y un Falcon.
–¿Estás reparando el Ford A?
–Sí, si no hoy habría venido con el Ford A porque ese auto es mi vida. Ayer estuvimos con Miguelito en lo del Gringo Rotta, que es el mecánico que trabajaba con los colectivos. Es el único mecánico que nos queda.
"El otro Buick me lo hizo comprar José Ramón García, de La Favorita"
–¿Cuál fue tu primer auto antiguo?
-Tuve un Buick, igual a este, sin las auxiliares a los costados, que me lo hizo comprar don José Ramón García Menéndez, el dueño de La Favorita.
–¿Qué diferencias tenía?
–Que era más de lujo. Este es el Century, el otro es el Special, y está el Limited, que es un poco más largo y viene con asientos para adelante y para atrás.
–¿Cómo conociste a José Ramón García?
–No me acuerdo cómo conocí a José Ramón, pero Juan, su hijo, es mi hermano de la vida. José Ramón fue capo y director general de La Favorita. Y yo vengo de una familia muy humilde: mi viejo era obrero de Massey Ferguson hasta que lo echaron el Día del Padre, en el gobierno de Alfonsín. Quedó en pelotas, la indemnización se la comió la inflación. Mi viejo aprendió ahí, era muy bueno en matemática, al extremo que lo querían llevar a Canadá, y lo premiaron, pero lo echaron. Quedamos mal y yo era amigo de Juan, que es una especie de santo. Yo iba a la casa y no sé qué es la envidia. Y ahora me doyuenta de grande: mi amigo Juan me decía: “Mi viejo me trajo unas zapatillas, que me quedan ajustadas. Probátelas, a ver”. «Me van bárbaro». “Bueno, quedátelas. Dame 500 pesos”. «¿500 pesos?» “Si, boludo, así no las veo más”. Con los años me di cuenta: me daba una camisa, zapatos, es un santo.
–¿Cómo siguió tu vida?
–A los 20 años, cuando quería conseguir un buen trabajo en American Express, Juan le dijo a su padre: “Marcelo quiere buscar un trabajo”. Entonces agarró la lapicera y me hizo una nota con la que entré caminando como vendedor. Y siempre estuvieron Josë Ramón y Juan. Había dos chicas, que eran dos minones, que pedían, y José Ramón les bancó la carrera y ahora tienen un negocio ahí adentro. José Ramón era un caballero de capa y sombrero.
–¿Cómo llegaste a tu primer auto antiguo?
–Me lo compró José Ramón y me lo financió, en cómodas cuotas. Después vino un loco que me lo cambió por una cupé Ford A modelo 31, que tuve que vender para solucionar un problema heredado.
–¿Cómo siguió tu trabajo de vendedor?
–En el 2000 yo trabajaba como vendedor en la Afjp Máxima, donde se compraban las fichas de afiliación, pero como soy vendedor no quería estar en la coima, así que me fui. Hasta que ocurrió un milagro. Estaba con mi amigo Juan en (el Bar) El Lido y le dije que estaba hinchado las bolas, no aguanto más, hay que comprar las fichas. Juan se sacó la Virgen de Covadonga, la misma del ala del Hospital Español que donaron los García, y me dijo: “No te hagás problema. Ponete esto, no hablés más y mandá curriculums”. El 19 de septiembre -día de mi cumpleaños- del 2000 estaba en el único lugar con la Virgen de Covadonga, en el Covadonga, haciendo la revisación médica para entrar al laburo en la Asociación Médica, donde estoy hasta hoy a cargo de los seguros de praxis de las instituciones en la Mutual de la Asociación Médica, donde tengo una gerenta y manejo el área comercial. En la crisis de 2001 dejamos de vender ese servicio y pasé a la parte de seguros, que es Ampar. Allí conocí a mi esposa, que es médica, y ando en el Buick con la Virgen de Covadonga.
lotuffo 3.jpg
Sebastián Suárez Meccia / La Capital
-¿Cómo seguiste con los autos antiguos?
-Hace 15 años un día vino Jorge Pesa -con quien ahora me peleé-, me invitó a su casa a ver sus autos y le pedí que me vendiera un Ford A. “No, porque que lo voy a hacer (a restaurar)”. ¿Cuál vas a hacer primero? “Y no sé”. Cada auto te lleva cuatro años. ¿Cuántos años tenés? Cuatro, cuatro, cuatro, cuatro... Tenía como siete para hacer. A los 97 años vas a hacer este auto. “Bueno, dejámelo pensar”, volvió a enojarse. Tiene un carácter de mierda, pero es un buen tipo. Al final vino no un día a la mutual y me lo dejó. Le pregunté cuánto valía o qué quería y se llevó un microondas, Ese año mi suegro compró un Bora 2010 y yo gasté la misma plata.
-¿Cómo hacés para restaurar estos autos?
-Tenés al Gringo Rotta, que te hace toda la mecánica, en el pasaje Mozart y Corrientes, que es el único que queda.
-¿Hace un trabajo artesanal?
-Sí...
-¿Cuál es el primer trabajo en la restauración de un auto antiguo?
-Sacar la carrocería, agarrar el chasis, hacerlo completo, se lija, se manda a arenar y se repara todo a cero. El chasis normalmente está bien, pero se le hace todo lo que haga falta. Y se hace el motor. Lo repara y queda como nuevo.
-¿Cuánto tiempo le lleva?
-Un año, a esta gente que es muy rápida. La chapería no me quedó muy bien porque no quedan más.
-¿Por qué no quedan más?
-Porque nadie maneja la chapa. Ahora se cambia y se pinta. Hay muy buenos pintores, pero no hay chaperos. Este está mal pintado porque el que lo hizo es un mal pintor, pero un buen chapero. Ya lo voy a corregir. Hay chaperos que nacen con esa habilidad. Está Salcedo, en bulevar Seguí y Pueyrredón, que cuando era chico agarraba la lata de duraznos o del dulce de batata y con un martillo se hacía los autitos.
-¿Cuando eras chico jugabas con los autitos?
-No. Hacíamos armas con mis amigos. Cuando cerraron el (motel) Royal teníamos rifles de juguete o con ruleros con venenitos y entrábamos uno por cada lado a jugar con mis amigos.
-¿Nunca te gustó jugar a la pelota?
-Odio la pelota. No me gusta. Tengo un hijo que es un enfermo del fútbol y me pregunto ¿y a este qué le pasa? Pero después me pongo a pensar y son todos así, yo soy el único que no soy así.
-¿Qué significan los autos antiguos?
-Yo subo al Ford A con mi hijo y estoy con mi papá porque yo me llamo Luis, soy padre de Luis e hijo de Luis.
-¿Tener un Ford A es un homenaje a tu viejo?
-A una época, que me gustó. No todo tiempo pasado fue mejor porque había cada quilombos, pero había cosas que me gustaron mucho en la mecánica.
-¿Te hubiera gustado ser mecánico o chapero?
-No. Siempre decimos con mi esposa qué afortunados somos porque lo que más me gusta en la vida es vender. Yo soy vendedor y lo amo, tengo pasión por vender. Me das dos biromes y me pongo a vender acá a la vuelta y soy el tipo más feliz del mundo. Y mi esposa es médica, de chiquita jugaba a ser médica. Qué afortunados somos: vivimos de los que nos gusta. Ahora me mandaron de vacaciones porque estoy limado y me dijeron: “Tomate cinco días porque tenés una cara de loco”. Por eso no me podía reunir porque estoy enloquecido con las cosas del laburo.
-¿Cuál fue el mejor auto antiguo que tuviste?
-El Ford A. Ese lo llevo al campo para que lo maneje el pibe.
-¿Y el de tu viejo, que seguís buscando?
-Ese sí. La Petronila.
-¿Así le decía tu viejo?
-Sí, tengo una foto del 16 de julio de 1973, la última vez que nevó en Rosario, que están bajo la nieve mi mamá, con mi hermano en brazos, y está la chatita que se ve afuera, en el pasaje Zanni, que pavimentaron hace 56 años.
-¿Cuál fue tu mejor regalo?
-El regalo más maravilloso que tuve en la vida fueron: a los cuatro años mi viejo para los Reyes mi papá me puso adentro de la bañera una bicicleta Zarantonello, que era como la grande, pero chiquita. “¡Vení que siento ruido!”, me gritó mi viejo. Todavía lo estoy oyendo. Esa noche no pude dormir por la bicicleta. Y al otro día la cortada estaba recién pavimentada y no podían pasar los autos, así que salimos todos a andar en bicicleta por la calle: tenía cuatro años y fue un día inolvidable.
lotuffo 4.jpg
Sebastián Suárez Meccia / La Capital
-¿Qué auto antiguo soñás tener?
-El de mi papá, si lo encontrara, y después ninguno. Y moderno tampoco. Es como la heladera. ¿Vos cambiarías la heladera?
-¿Qué sentís cuando manejás un auto de estos?
-Placer. El Ford A se maneja con el avance, que es un acelerador en las manos, además del de pie. Tenés el avance, que vas sintiendo y corrigiendo y te hace sentir de otra manera. Sentís todo, es como una continuidad tuya. Es un auto que sentís. Hoy la gente no siente el auto: se sube y anda.
-¿Preferís manejar con cambios o con caja automática?
-Yo soy de la época de los cambios, pero me parece muy buena la caja automática, no soy ningún loco. Está muy bien.
-¿Con qué soñás en este berretín por los autos antiguos?
-Medio que se cumplió todo.
-¿Con encontrar el Ford A de tu viejo?
-Encontrar el auto de mi viejo. Voy a agarrar con Miguelito Alsina y hacemos un viaje como el que ya hicimos con su cupé, cuando nos fuimos a Córdoba, con la Mercury nos fuimos a Buenos Aires. Está jubilado de nochero en Carasa, después de 40 años. Hace 40 años que nos juntamos a hablar de autos. Y ahora nos juntamos todos los días en El Lido con Miguelito a hablar de aceite, nafta, autos. Me preguntan: “¿De qué podés hablar con Miguelito todos los días?” Con Miguelito habló de los Ford A.
-¿Tu hermano Petaca es un loco del fútbol?
-Seeee... como yo de los autos.