Con la excepción de Llaryora, quien encarna un trasvasamiento generacional en el cordobesismo, en 2023 Pullaro y Frigerio surfearon en Santa Fe y Entre Ríos la misma ola de cambio que barrió al peronismo y puso a Milei en el Sillón de Rivadavia.
Juego de contrastes con Javier Milei
Sin embargo, a medida que la imagen del presidente se desinfla los gobernadores tienen más incentivos, y margen, para desmarcarse de un liderazgo que va perdiendo el encanto original.
No discuten con un jefe todopoderoso en plena marcha triunfal sino con un presidente argentino, con las virtudes, defectos y problemas de los presidentes argentinos. Agravados por las fragilidades políticas y económicas del esquema libertario, que depende del oxígeno que libere el FMI.
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“La gente no llega a fin de mes, el industrial deja de invertir, los sindicatos empiezan a acordar paritarias más bajas con tal de sostener el empleo y los restaurantes están vacíos. Son provincias con una economía privada muy importante. Esto no es Santiago, La Rioja o Catamarca. Ahí, mientras el gobierno pague los sueldos, la cosa funciona”, grafican en la Casa Gris. Sin la macro no se puede, pero sólo con la macro no alcanza.
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En el tridente del centro sienten que, si quieren, pueden dañar discursivamente al gobierno. No tienen rastros de ADN kirchnerista, hacen culto del superávit, despliegan obra pública con recursos propios y los números de las encuestas les sonríen. “Son gobernadores con prestigio social que advierten que, si se sigue por este camino, los problemas se van a profundizar”, dicen en el entorno del santafesino.
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El proyecto político común está frío. Más que una alternativa electoral, aseguran, hoy los gobernadores de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos tratan de ofrecer un método diferente de gestión, entre el Estado omnipresente de Cristina (aunque cada tanto revise sus postulados, pero sin derivar en un programa alternativo de gobierno) y la estadofobia de los libertarios.
El germen de una nueva identidad
Sin embargo, mientras las identidades políticas se marchitan, Pullaro, Llaryora y Frigerio pusieron la semilla de un nuevo ismo: el “regioncentrismo”.
En medio de la balcanización de la política argentina, de la que Milei es un emergente y a la vez usufructúa, la franja que se mueve al compás del agro, la industria y el comercio busca una mayor gravitación nacional, justo cuando aparecen otros ejes dinámicos en la economía argentina, como Vaca Muerta o el litio.
El mega yacimiento de gas y petróleo no convencionales y el sector de donde se extrae el mineral usado para fabricar baterías de celulares y autos eléctricos son fuentes adicionales de dólares para un país con escasez crónica de divisas, pero también plataformas para nuevos proyectos de poder. En los próximos años, los presidenciables pueden sonar con otras tonadas.
En el gobierno santafesino están convencidos de que las economías son complementarias. "La Región Centro es el principal proveedor de infraestructura para Vaca Muerta", resaltan. Habrá que ver si también se acoplan en términos políticos.
En esa transición asoman Pullaro, Llaryora y Frigerio. Aunque provienen de partidos diferentes, los tres son políticos profesionales, curtidos en la gestión, que transitan los cincuenta años (la edad del poder, según Jorge Asís) y que se muestran como los defensores de una geografía potente en términos económicos pero que nunca pudo articular un proyecto propio. En el mejor de los casos, la Región Centro sirvió para articular políticas subnacionales, hacer de contrapeso al Estado federal y amplificar reclamos sectoriales.
El que más cerca estuvo de llegar a la cima fue Carlos Reutemann. Con el humo de 2001 todavía en el aire, el expiloto de Fórmula 1 prefirió guardarse en boxes antes que subirse al vehículo que le ofrecía Eduardo Duhalde.
Tras la reforma constitucional de 1994 y la eliminación del Colegio Electoral, el creciente peso demográfico del conurbano bonaerense y el estallido de la convertibilidad el Amba se convirtió en el centro de gravedad de la política argentina.
Las experiencias exitosas, como el cordobesismo, exacerbaron sus rasgos provinciales. Con un problema: el mismo alambrado que levantaron para protegerse de la cooptación o el ataque de la Casa Rosada les impidió salir.
La aventura presidencial de Juan Schiaretti fue un intento tardío de trascender la comarca. En 2023, la cara de la revuelta del interior fue Milei, un porteño en el DNI pero cuyo verdadero lugar de residencia eran las redes sociales y los estudios de televisión.
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Uno de los síntomas más evidentes de la crisis terminal del sistema ambacéntrico es que las fuerzas que dominaron la política nacional en los últimos veinte años, el kirchnerismo y el PRO, se ven reducidos a partidos distritales. Y sus líderes, Cristina Kirchner y Mauricio Macri, están más ocupados en sofocar la rebelión de los coroneles y bloquear la sucesión interna que en generar una opción para regresar al poder.
La apuesta por nacionalizar Unidos
En ese escenario, algunos socios de Unidos, como el PS, se entusiasman con la posibilidad de nacionalizar la experiencia de la alianza provincial que abarca a buena parte del ancho de banda no peronista pero que suma aliados peronistas, como el partido Hacemos, de Schiaretti y Llaryora.
Sin embargo, Pullaro pone paños fríos. “No lo descarto, pero hoy está lejos, es otra cancha”, le dice a los suyos.
Milei rompió los manuales: llegó a la Casa Rosada sin partido y sin hacer campaña en la mayoría de las provincias. Armar una candidatura presidencial requiere plata, estructura, altos niveles de conocimiento y, sobre todo, timing, para que la oferta sintonice con la demanda.
También supone ofrecer algún horizonte al conurbano bonaerense, una zona presentada en la narrativa de los gobernadores como un lugar que parasita al interior productivo, pero donde vive uno de cada cuatro habitantes de la Argentina.
El argumento podrá ser rendidor en términos discursivos —y tiene sustento empírico, por ejemplo en las asimetrías históricas en el reparto de los subsidios al transporte— pero en la distribución de recursos federales Buenos Aires es perdedora, no ganadora: aporta el 40% de la recaudación y recibe algo más del 20%. Más que un ogro voraz, es un Gulliver maniatado por los liliputienses de las provincias chicas en el Senado con las sogas de la coparticipación.
Cualquier proyección nacional de Pullaro demanda como escala intermedia una gestión con logros para mostrar —la baja de los homicidios, el ordenamiento del Estado provincial y la obra pública podrían ser sus cartas de presentación— y atravesar con éxito el proceso de reforma constitucional.
Escenarios para la elección de constituyentes
A dos semanas de las elecciones, Unidos enfrenta un rival que no aparece en la boleta única: la apatía del electorado.
En la mesa chica del gobernador creen que el tema todavía no mueve el amperímetro porque la gente está enfrascada en sus problemas cotidianos. “Igual, el 65% ya sabe que hay una elección de constituyentes y, en los próximos días, eso va a subir a más de 80%”, señalan.
En el oficialismo ven una elección con formato de Paso legislativa, en la que va a primar la dispersión. Más que el millón de votos de las generales de 2023, el parámetro realista lo marcan los 506 mil sufragios que el hoy gobernador cosechó en las primarias. “Con 600 mil estamos hechos”, dicen en el pullarismo.
De cara a la Constituyente entienden que el mejor escenario sería conseguir la posibilidad de la reelección pero que la coalición llegue sólida a 2027 y presente otro candidato. “Te da un horizonte temporal mayor y te permite pensar en volver”, argumentan cerca del gobernador.
Eso, siempre y cuando la política nacional no toque las puertas de la Casa Gris. En ese plano los ciclos son cortos y el poder de los presidentes se devalúa cada vez más. Cristina no pudo imponer a un sucesor afín, Macri perdió la reelección y Alberto Fernández ni siquiera pudo presentarse.