En una época donde valen más los resultados que los procedimientos, Milei subordina toda la política económica a la desaceleración de los precios. En un giro hacia el pragmatismo, la escuela austríaca quedó para la tribuna libertaria, mientras el presidente y su equipo apelan a la más realista teoría de los costos. Por eso, el dólar planchado y el ancla salarial son dos de las vigas maestras del tinglado económico libertario.
Dólares se buscan
Como en los dorados ‘90, el modelo requiere que fluyan dólares por las venas y las arterias de la economía. Las privatizaciones, primero, y la deuda, después, garantizaron divisas en la convertibilidad hasta que no quedaron dólares para transfundir a un modelo moribundo.
Tres décadas más tarde, Milei y los suyos apuestan al blanqueo, las exportaciones de energía y minerales y un nuevo préstamo del FMI para mantener todo el tiempo que sea posible el revival de la bonanza de la convertibilidad.
Esta semana, el gobierno dio un paso hacia la competencia de monedas. Más que al 1 a 1 regido por ley del ahora defenestrado Domingo Felipe Cavallo, la posibilidad de usar dólares para pagar bienes y servicios es una convertibilidad silvestre similar a la dolarización endógena que permitió a Venezuela frenar la estampida inflacionaria, a costa de licuar los salarios y cristalizar una desigualdad abismal. Un homenaje de la derecha radical a Nicolás Maduro.
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De todos modos, más allá de la estética kitsch o la influencia de distintas generaciones del clan Menem en el gobierno, las coincidencias se agotan. El caudillo de Anillaco era partidario de la reforma, una forma particular de transformación que requiere una técnica, alinear objetivos y recursos para conservar, modificar y eliminar estructuras, pero también para crear otras nuevas. Por el contrario, Milei es más un desmantelador. Alguien que cree que todas las normas y regulaciones estatales son diques de contención para las fuerzas creativas del sector privado y sólo basta dinamitarlos para que fluyan.
La política exterior es otra diferencia entre el libertario y el riojano. Mientras Menem asomó a un mundo donde caían los escombros del Muro de Berlín y tuvo que acomodarse en un mundo unipolar dominado por Estados Unidos, Milei es un cruzado convencido de Occidente cuando el centro de gravedad económico y tecnológico global se desplaza a Oriente.
El viaje del presidente a la asunción de un Donald Trump desatado consolida al libertario como uno de los referentes de la internacional reaccionaria. Pero algunas de las medidas que se esperan del presidente republicano, como la suba de los aranceles y el fortalecimiento del dólar, podrían sacudir el esquema económico de Milei. Los tuits y las fotos no blindan del fuego amigo.
Pero además de las diferencias biográficas —Menem había sido un gobernador que había cambiado varias veces de piel antes de llegar a la presidencia— el riojano y el ex panelista se distancian en un aspecto medular: la forma de ejercer el poder.
Si Menem era un componedor, un consensualista que se consideraba como un pacificador, Milei se ve como un cruzado, un instrumento de castigo contra la casta y que basa su dieta política en el conflicto.
Kirchner, Milei y la neotransversalidad
En este sentido, Milei se ubica mucho más cerca de Kirchner. Ambos surgieron de una profunda crisis de representación y un sistema político detonado, y apelan al contraste permanente con el viejo orden.
Como el santacruceño tras la huida de Fernando de la Rúa, una de las grandes tareas que tenía el sucesor de Alberto Fernández era devolver al estado sólido la licuada autoridad presidencial. Con esa misión cumplida, y sin adversarios cohesionados enfrente, Milei ensaya su propia transversalidad para fortalecer un oficialismo con fronteras móviles.
Si Kirchner recicló a dirigentes del menemismo y la Alianza y sondeó a referentes del progresismo, ahora Milei recluta en el PRO, la UCR, el peronismo y distintas expresiones del centro a la derecha.
Con su paso a La Libertad Avanza, el intendente de Tres de Febrero, Diego Valenzuela, rompió el alambrado para que otros referentes migren del PRO al oficialismo.
La incorporación de su excompañero de estudios le da a Milei una ficha en el mapa del conurbano bonaerense, al que irán sumándose otros puntos violetas. Además de su función electoral, los intendentes en el distrito más populoso del país sirven para la gobernabilidad. Son un alerta temprana de tensión social, que puede pasar desapercibida a una administración que se enfoca en monitorear y direccionar la conversación digital.
El éxodo de dirigentes del PRO pone en aprietos a Mauricio Macri, que ejerce un liderazgo cada vez más particularista. El comunicado en que el PRO advirtió una “visión autoritaria” de Milei por no enviar el presupuesto dejó en un lugar incómodo a las espadas legislativas del partido amarillo y a gobernadores como Rogelio Frigerio e Ignacio Torres, que firmó un convenio con Toto Caputo para cambiar deuda provincial a cambio de obra pública. Otro homenaje de Milei a Néstor Kirchner, que decía que tener poder es tener reelección y obra pública. En este caso, Milei la delega en las provincias.
Aunque está más cómoda en su papel de principal opositora al gobierno, Cristina está en una posición similar a la de su viejo némesis del PRO. Ejerce un liderazgo sobre un segmento del electorado y fuerte localmente, pero su mensaje pierde potencia fuera de su área de influencia.
El ejemplo es el peronismo santafesino: Cristina recibe dirigentes, escucha y aconseja, pero difícilmente ordene desde el Instituto Patria el rompecabezas endiablado del Pj provincial. Son signos de un poder menguante, que podría entrar en la fase de ocaso si es que Milei y sus aliados aprueban Ficha Limpia.
Pese al choque de visiones entre el antiestatismo radical y un estatismo que Cristina fue matizando con las sucesivas derrotas electorales, como el matrimonio Kirchner que tuvo en la lejana Santa Cruz su primera base de operaciones, Milei parece prestar más atención al mundo de la energía —un sector con menos jugadores— que al mucho más complejo y diversificado universo agropecuario.
Maximiliano Pullaro y el reclamo del campo
Aunque muchos coinciden con el rumbo que les propone quien promete cumplir con su sueño de terminar con el kirchnerismo, en el agro crece la impaciencia por el torniquete al bolsillo que significan bajos precios internacionales, costos en dólares e impuestos altos.
Maximiliano Pullaro y Martín Llaryora se hacen eco del malestar que surge desde abajo para reinstalar el debate de las retenciones, como una forma de contrastar modelos.
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Lejos del clima de la 125, en el oficialismo provincial tienen medido que en ciudades de base agropecuaria del sur provincial Milei no baja de los 60 puntos de aprobación. Pero también detectan que además de la esperanza crece la incertidumbre. “La gente empieza a mirar más hacia delante que hacia atrás, y empiezan a aparecer algunas luces de alerta”, señalan.
Aunque en el centro del gobierno provincial no quieren entrar en peleas innecesarias con Milei, ambos se encaminan a un conflicto inevitable. Los derechos de exportación son fundamentales para sostener el equilibrio fiscal (otro punto de contacto con Kirchner, aunque con métodos diferentes), Milei se niega a devaluar y Unidos y LLA se encaminan a competir en elecciones.
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En la Casa Gris creen que el modelo de Milei mostrará sus límites después de las elecciones de medio término y se empezará a discutir cómo se llegó al déficit cero. “Se ahorra pero no hay proyecto productivo. Esa pus va a empezar a salir”, creen cerca de Pullaro.