La grieta, como el tango, se baila de a dos. Javier Milei y Cristina Fernández de Kirchner protagonizan una nueva polarización, en la que cada uno aparece como el enemigo perfecto del otro pero en la que también comparten intereses.
El libertario y la jefa del kirchnerismo acaparan la escena, con misiles en la superficie y túneles subterráneos. El divorcio político con Villarruel y la purga permanente como método. CFK, lejos del último Lula. Semana clave para la reforma constitucional en Santa Fe
Por Mariano D'Arrigo
La grieta, como el tango, se baila de a dos. Javier Milei y Cristina Fernández de Kirchner protagonizan una nueva polarización, en la que cada uno aparece como el enemigo perfecto del otro pero en la que también comparten intereses.
Incluso antes de llegar al poder, Milei logró desplazar a Cristina como el centro de gravedad de la política argentina, y ahora el libertario la necesita en el firmamento para que los restos de un sistema estallado orbiten a su alrededor.
La inflación a la baja a pesar de que la economía sigue lejos de la reactivación le permite a Milei renovar el crédito político con una sociedad que vio durante una década y media cómo los problemas no sólo no se resolvían, sino que que eran minimizados, o directamente negados, por la dirigencia.
Al logro en la primera cláusula del contrato electoral Milei le suma audacia —muchas veces al borde de la temeridad— para animarse a hacer el ajuste que nadie quería aplicar y reducir al mínimo el poder de veto de movimientos sociales y sindicatos, alcanzados por la misma crisis de representatividad que atraviesa a la política.
Esa legitimidad de ejercicio reforzada le permite a Milei reconfigurar el sistema político argentino y llegar al fin de su primer año más fuerte de lo que muchos creían. Y querían.
El expanelista todavía está lejos de construir un ciclo político largo en un país donde todas las hegemonías tienen pies de barro, pero sí jaqueó a la UCR y el PRO.
Los viejos socios de Juntos por el Cambio y que fueron durante décadas el canal de expresión de las clases medias están frente a dos alternativas malas. Seguir los deseos de su (¿ex?) electorado y subordinarse a Milei, o competir por afuera y arriesgarse a la extinción.
La crisis que Macri esperaba para renegociar los términos y condiciones del Pacto de Acassuso no sucedió y Milei ve un puente hecho de dólares y paciencia social para llegar a las elecciones de medio término.
Como muestra el armado nacional de La Libertad Avanza y el desembarco hostil en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el plan A de los hermanos Milei, sobre todo de Karina, no es una sociedad con el PRO sino su reemplazo.
Con los pronósticos apocalípticos reducidos a memes, en las mesas de la política gana terreno la idea de que Milei llegará a las legislativas en modo Menem 1993 y renovará el crédito con la sociedad.
Aunque no alcance el quórum propio en ninguna de las Cámaras, Milei podría llegar a la primera mitad de su mandato con un contingente legislativo muy similar en los números al que reúne hoy entre propios y aliados pero integrado por leales al líder y su causa.
La entrada en escena con estética fascista 2.0 de la agrupación Las Fuerzas del Cielo expresa una disputa in crescendo en el oficialismo por los lugares en las listas.
Más allá de la polémica pública que generaron quienes se presentan como “el brazo armado” de Milei y que tienen como cabecilla a Santiago Caputo, el dato más inquietante para el presidente es que incuba una disputa entre su principal asesor y Karina Milei, que alienta a otra facción ligada al clan Menem como fuerza juvenil libertaria. Una prueba de presión y calor para el triángulo de hierro.
Es parte de la pulsión tanática de La Libertad Avanza, una energía destructiva que consume también a los propios. En ese sentido, la expulsión de Victoria Villarruel del paraíso libertario es parte de una purga permanente en las filas libertarias. Un método habitual en la vieja Unión Soviética que era la encarnación estatal de ideas pecaminosas según el credo libertario. Y que ahora se aplica de manera más quirúrgica pero no menos implacable en China, que ejerce una fuerza de gravedad sobre la Argentina que Milei se vio obligado a reconocer.
Milei no usó palabras livianas para excomulgar a la vicepresidenta de la grey anarcocapitalista, sino que la acusó de estar cerca de la casta. Una desviación imperdonable para un partido que tiene como uno de sus principales activos presentarse como una fuerza disruptiva con el establishment político. Esa dirigencia a la que pertenecieron Patricia Bullrich, Guillermo Francos y Daniel Scioli, convertidos por Javier el Bautista.
Detrás del divorcio político entre Milei y Villarruel aparece la dificultad para maridar las ideas de dos familias bien diferentes de la derecha argentina.
Mientras Milei representa una versión radical del liberalismo económico que busca tupacamarizar al Estado central, Villarruel es la hija dilecta de la familia militar y el nacionalismo conservador, un bolsonarismo con tacos.
Sin embargo, también operan factores más terrenales. Ya en campaña la vicepresidenta mostró tanto garras afiladas como alas preparadas para volar lejos del nido libertario si se desataba una tormenta. Son gestos de autonomía intolerables para un núcleo de poder que gasta las rodillas de sus subalternos y exige sumisión.
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Envalentonado con los números de las encuestas, Milei está decidido a arrancar todas las páginas de los manuales de la política. En lugar de ensanchar sus sus bases de sustentación política y ampliar su coalición en su primer año de gobierno, el presidente se atrinchera sobre los más fieles y refuerza la batalla cultural. A pesar de los sobrados antecedentes de que el grueso electorado presta más atención al home banking que a la propaganda oficial.
Pese a todo, el antikirchnerismo sigue funcionando como carnada (“bait” en el lenguaje de las redes sociales) para pescar tanto en la pecera del antiperonismo jurásico como en un sector de las juventudes que no vivieron los tiempos dorados de Néstor y Cristina y asocian al peronismo a un establishment fracasado, hipócrita y a años luz de sus preocupaciones cotidianas.
Tanto para Milei como Cristina la nueva grieta es funcional. Como el yin y el yang, son el blanco y el negro en economía, política exterior, la agenda de género y una lista interminable de cuestiones, pero comparten la nitidez ideológica, el estilo confrontativo y modos al límite del fair play republicano.
Más allá de los misiles en la superficie, existen túneles subterráneos entre libertarios y kirchneristas para hablar sobre temas donde tienen intereses convergentes.
Por ejemplo, la eliminación de las Paso le serviría tanto a Milei como a Cristina para reforzar su poder interno, disciplinar aliados díscolos y licuar más al PRO.
Los potenciales acuerdos también se proyectan sobre el terreno judicial. La Libertad Avanza no hizo fuerza para juntar los votos para la Ficha Limpia —la ley que el kirchnerismo ve como un instrumento para excluir a Cristina del juego electoral— y la senadora Lucía Corpacci, una de las vicepresidentas de la lista de CFK para la presidencia del PJ, sumó su firma al pliego del cuestionado juez Ariel Lijo para la Corte Suprema.
Gestos que permiten inferir un acuerdo en marcha, y que Milei lee que le sirve más una Cristina dentro de la población políticamente activa que fuera de carrera.
Si vuelve a servirle milanesas en Olivos, Macri puede contarle a Milei los riesgos de tener a Cristina al acecho, con un oficialismo en minoría, en un escenario de dólar atrasado y donde en cualquier momento a la bicicleta financiera se le puede salir la cadena.
De todos modos, CFK está lejos de su versión 2018-2019, cuando estaban frescos en la memoria y en los bolsillos la bonanza kirchnerista.
El Frente de Todos manchó la credencial del peronismo como solucionador de crisis y quemó la bala del liderazgo fundacional que vuelve en una alianza amplia, como Lula en Brasil. La gran jugada táctica de Cristina en 2019 hoy limita su estrategia.
Con todo, la muerte política de Alberto Fernández, el eterno repliegue de Sergio Massa, el lanzamiento precoz de Axel Kicillof en la ingobernable Buenos Aires y un peronismo no kirchnerista con problemas en la hormona de crecimiento le permiten a Cristina asentarse y condicionar el rumbo del peronismo.
“Ella es la porción más grande, pero de una torta que se achica”, dicen desde una orga que sintió el frío del vacío y se volvió a acercar al calor que irradia Cristina, aunque como se vio este sábado en Rosario la figura de CFK contiene a menos sectores internos del peronismo.
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Al revés que la vieja grieta entre kirchnerismo y antikirchnerismo, que en su fase más intensa lograba expresar las opiniones de la mayoría de la sociedad pero bloqueaba cualquier tipo de transformación, con la nueva línea divisoria se representa menos y se empiezan a desatar ciertos nudos —como el déficit fiscal, la espiralización de la inflación y el desarme de nichos corporativos—, aunque ninguna batalla está ganada para siempre.
La dinámica centrífuga de la polarización entre Milei y Cristina devora al centro. “Se come todo lo que hay en el medio, y también a la institucionalidad, porque se construye sobre irreductibles”, dice un armador de peso de Unidos.
Metidos en un juego de dos niveles, Pullaro y los gobernadores presionan por el presupuesto ante un Milei que juega con prorrogar otra vez el de 2023 y se niegan por ahora a apretar el botón rojo para tumbarle a Toto Caputo el DNU de canje de deuda, mientras se concentran en sus provincias.
En este sentido, Pullaro y Unidos enfrentan una semana clave. Este lunes se reunirá la mesa política del PJ para unificar posturas sobre la reforma constitucional.
El mismo día a la tarde se encontrarán los popes del oficialismo y referentes de los diez partidos de la alianza, que tendrán un panorama más claro de la postura de la principal fuerza opositora. "Vamos a vernos las caras y ver si todos estamos comprometidos con la reforma", dice un dirigente desde la cocina de Unidos. En el socialismo aseguran que tienen “sensaciones positivas” para los días que vienen.