Alejandro Dolina vuelve, una vez más, a Rosario junto a su queridísimo programa "La venganza será terrible". La cita es este jueves a las 20.30 en el teatro Broadway, en San Lorenzo al 1200.
Alejandro Dolina, el conductor del clásico radial "La venganza será terrible", se presentará este jueves en el Broadway
Por Mila Kobryn
Alejandro Dolina vuelve, una vez más, a Rosario junto a su queridísimo programa "La venganza será terrible". La cita es este jueves a las 20.30 en el teatro Broadway, en San Lorenzo al 1200.
"La venganza", con cuatro décadas pero con la frescura intacta, convoca a un público heterogéneo. Son varias generaciones las que, ya sea por streaming o radio, disfrutan de escuchar al Ángel Gris junto a Patricio Barton, Gillespie y el Trío Sin Nombre.
Por lo menos dos veces por año, Dolina viene a la ciudad a encontrarse con su público y realizar su emblemático programa que en 2025 cumplirá 40 años. Los rosarinos, como siempre, lo reciben con los brazos abiertos. "Lo que agradezco siempre de Rosario es el público. Hemos tenido probablemente el récord de asistencia en nuestras humildes presentaciones cuando lo hacíamos en el anfiteatro Humberto De Nito", recuerda el Negro en diálogo con La Capital.
Su programa a lo largo del tiempo, Rosario, Roberto Fontanarrosa y el aniversario de la muerte de Diego Maradona fueron algunos de los tópicos de la cálida charla con Alejandro Dolina.
El programa está por cumplir 40 años. ¿Qué cambió en este tiempo?
Ha cambiado todo. Se mantiene el horario y hay cierta regularidad. Pero el contenido es bien distinto. Ha pasado tanto tiempo que hay cierta ilusión de continuidad. Uno cree que siempre es lo mismo pero sucede como con la personalidad. Yo no soy el mismo de hace 20 años y, sin embargo, me abren la puerta como si fuera yo. El programa cambió inevitablemente porque nosotros cambiamos. En algunos casos cambió todo: unas personas han sido reemplazadas por otras. En otros casos prosiguen los que creemos que son las mismas personas pero modificadas por el tiempo, por el paradigma, por el desengaño.
Hacer un programa a lo largo del tiempo implica un cambio. Cuando uno hace una obra continua en el tiempo se ve obligado a cambiar, se ve obligado por el mismo discurso, por la obra. Siempre implica un traslado: una obra que transcurre en el tiempo, como una literaria o una musical, tiene que trasladarse de un lugar a otro. No puede trasladarse de un lugar al mismo punto, sino escribiríamos siempre la misma poesía, tocaríamos siempre la misma nota.
No es que no haya manera de reconocerse, evidentemente las hay. Y algunas cosas se repiten pero se repiten solamente para que poco después comprendamos que, lo que parecía que era una repetición era, sin embargo, otra cosa. En eso consiste la poesía: qué cosas cambian sin cambiar y cuáles no cambian cambiando. Qué cosas son parecidas a algo y en realidad son distintas. Buscar lo parecido de lo distinto es una operación artística inevitable.
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Ahora estás una vez por semana en el canal de streaming Blender. ¿Cómo lo vivís?
Igual que el programa en la radio. De hecho, ese mismo programa se transmite por la radio. Lo que sí cambió es el receptor. El receptor no es igual, es otro target de personas y eso, a la vez, modifica el contenido. La última pincelada de toda expresión artística la da el consumidor de arte. Es el que da una interpretación que antes no sospechábamos.
¿Y cómo es el público de Blender?
Y, se parece al público de Blender. No sabría describirlo con tanta exactitud, pero se me hace que es es un público más joven, menos interesado quizás en la radio. Más que los contenidos, los estilos de Blender son distintos. La metodología de comunicación es distinta y también por eso nos soportan a nosotros, porque no somos la expresión más cabal de lo que es la radio en este tiempo, que muchas veces está conformada por programas políticos, informativos.
En Rosario estuvimos celebrando los 80 años del natalicio de Roberto Fontanarrosa. Hay fotos tuyas con él, Caloi, Serrat. ¿Cuál es la historia detrás de esas imágenes?
Nosotros nos hemos visto pocas veces con Roberto. Él colaboraba en la misma revista que yo y coincidimos de casualidad. No he tenido una amistad personal con él. Nunca me junté a solas. Pero sí teníamos una mutua simpatía, éramos muy buenos compañeros. Y teníamos amigos comunes como el caso de Caloi, y allí es dónde lo veía. Por ahí Caloi lo invitaba a una fiesta o a un cumpleaños y ahí desarrollamos muchas charlas interesantes, afectuosas. Yo le tengo una gran admiración como artista.
Me acuerdo de haberle dado un consejo. Era el principio de nuestras carreras, recién empezando en una revista. Él empezó más joven que yo a ser conocido. Le dije: “A mi me parece que tus diálogos son muy buenos y merecen despojarse de la imagen, no porque la imagen sea mala, que de hecho no lo es, sino porque la presentación como historieta impide disfrutar algunos textos que podrían ser muy bien los textos de un gran escritor". Después lo hizo, no creo que haya sido por lo que le dije yo. Pero yo había visto desde el comienzo que sus textos tenían una enorme importancia. Eran muy buenos de por sí.
Recuerdo esa charla y recuerdo también una graciosa cadena de reportajes que nos hicieron unos muchachos. Le hacían una pregunta a él, después una a mi, y así durante dos años y medio. El reportaje no parecía terminar nunca.
La primera fue sobre la ponencia del Congreso de la Lengua, sobre las malas palabras. Él aclaró su posición de que las malas palabras no eran tales y demás. Cuando me preguntaron a mi yo les dije lo contrario. Que eran necesarias para cumplir alguna de las funciones del idioma. Si quiero escandalizar es necesario que las palabras provoquen un escándalo, una ofensiva.
Y entonces fueron y le contaron a Fontanarrosa. Entonces él me contestó. Y después vinieron y me mostraron lo que había dicho él y yo le contesté. Y así. La ultima vez me mostraron lo que dijo: "¡Decile que se deje de joder!". Esa fue la respuesta filosófica final del Negro Fontanarrosa. Me reí tanto. Esa fue, lastimosamente, la última comunicación que tuvimos.
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Siendo que hace muchos años que venís a la ciudad, ¿cómo la ves a Rosario?
Por estar sometido a un sistema de comunicación que más que eludir, alude a ciertos asuntos, no puedo dar una respuesta inteligente ni bien informada. Veo lo que veo en mis viajes. Un grupo de personas muy queridas por mi, que son siempre las mismas. No puedo ver la realidad. Soy un tipo que va un rato. Imaginate que vas a China y lo único que ves es a un chino albino parado en una columna. Volvés y pensás que todos los chinos son albinos.
Lo que yo recuerdo de Rosario, y agradezco siempre, es el público. Hemos tenido probablemente el récord de asistencia en nuestras humildes presentaciones cuando lo hacíamos en el Anfiteatro. En una o dos ocasiones fuimos y no cobrábamos entrada. Había una cierta liviandad en el control, entonces entraban todos los que podían. Se llenaba. La ladera contigua, la colina, se llenaba con el doble de personas que estaban adentro.
Inclusive en lugares donde éramos invisibles, donde la gente no podía vernos: había autos estacionados cerca que escuchaban por la radio el programa y se establecía una comunicación de bocinazos, ovaciones solicitadas desde el escenario. Era muy emocionante. Eran miles de personas. Esto pasó hasta que cambiaron las políticas y entonces tuvimos que hacer funciones cobrando entrada. No se redujo la cantidad de asistentes pero sí hizo que los foros, los teatros, tuvieran que ser acotados.
Finalmente, se cumplió un año de la muerte de Diego Maradona. ¿Qué es lo que más extrañas de él?
Extraño su presencia tan sincera, tan valiente. A menudo equivocada pero siempre valiente. Sobre todo en un mundo donde el dieguismo está en decadencia. Los jugadores de hoy no son como él, pero no hablo de jugar bien. Estoy hablando de la personalidad de Diego, de su relación con los poderosos. Siempre fue muy valiente, muy decidido, y muy renunciante a privilegios que él pudo haber obtenido fácilmente y sin embargo no lo hizo por no poder soportar ciertas renuncias a quien era él. En eso lo extraño.