Tras su lanzamiento en 2011, la serie británica “Black Mirror” se convirtió en la pieza clave y más popular de la ciencia ficción contemporánea. Eminentemente pesimista, voluntariamente provocadora, le hablaba sin piedad al presente advirtiéndole de los posibles peligros de los avances tecnológicos de un futuro por entonces inminente. El pasado 10 de abril, se estrenó en Netflix la temporada siete y, a pesar de presentar todavía ideas interesantes y excelente calidad técnica y actoral, prevalece la noción incómoda de que la realidad ya superó a la ficción.
En la década y media que pasó desde el lanzamiento de la ficción, el mundo cambió a la velocidad vertiginosa que la propia serie auguraba. Aquellas premisas impactantes, tecnófobas y distópicas que dejaban al espectador angustiado, sobre todo por saberse vulnerable a narrativas similares en la vida real, no parecen tener el mismo efecto en un mundo que ya se parece demasiado a aquel horizonte temible. El futuro llegó, y la humanidad está en proceso de adaptación.
En época de deep fakes, I.A, trolls, cyberbullying, incels, y otros tantos anglicismos que nombran fenómenos estructurales de un presente post-pandémico y con un resurgimiento global de la derecha, es imposible no sentir que la realidad supera la ficción y que un zapping por canales de noticias será más perturbador que cualquier narrativa de Charlie Brooker (creador de la serie y al día de hoy todavía guionista o coguionista de todos los capítulos) y los suyos.
“Black Mirror” es una antología. Cada capítulo de cada temporada presenta una historia independiente del resto, con un único hilo conductor: el protagonismo de la tecnología. El formato permitió no sólo explorar diferentes tonos y estéticas, sino también contar con elencos estelares rotativos formados por actores y actrices de la talla de Jesse Plemons, Jon Hamm, Andrew Scott, Miley Cyrus, Salma Hayek, Aaron Paul, Josh Hartnett, y Kate Mara, entre muchos otros.
La idea está obviamente tomada de la icónica “The Twilight Zone” (“La dimensión desconocida”) de Rod Serling, quizás la antología de ciencia ficción, terror y fantástico por excelencia. Pero sólo en muy contadas ocasiones está a la altura del homenaje.
La obsolescencia de la distopía
A lo largo de sus seis temporadas anteriores, la serie tuvo sus altibajos, como cualquier otra. La sexta entrega, primera post-pandémica, salió en 2023 y se alejó de las fórmulas: cuando más funcionó fue cuando abandonó la distopía para experimentar con el terror y el fantástico, en argumentos en los que la tecnología no era el eje dramático sino un elemento más de la narrativa: los episodios “Loch Henry” o “Demon 79” son buenos ejemplos.
Para la séptima entrega, Brooker parece haber en cierta medida leído el clima de época y abandonado la voluntad de impactar o de incomodar a través de los dilemas morales generados por el vínculo con las nuevas tecnologías. Bueno, sólo en cierta medida, porque el primer episodio, titulado “Common People” (clara y quizás injusta referencia a la canción de Pulp), va exactamente en esa línea y defrauda un poco.
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Rashida Jones (la hija de Quincy Jones) y Chris O'Dowd (un comediante irlandés que aquí demuestra sus talentos dramáticos) son una pareja de clase trabajadora. De un día para otro, ella tiene una lesión cerebral grave y su única esperanza es una suerte de implante experimental creado por una empresa privada. El marido acepta la intervención que será gratis pero tendrá un costo de mantenimiento de 300 dólares mensuales. Como casi cualquier producto de hoy, el implante tiene una versión premium más cara que no tiene publicidades y mayor espectro de cobertura.
La dupla tiene que hacer cada vez más esfuerzos para llegar a pagar el servicio. Cuando ya no puede tomar más horas extras en la fábrica, él empieza a ganar plata a través de un sitio donde la gente paga por verlo hacer cosas humillantes (al estilo de cierto contenido del youtuber Mr. Beast). El episodio es angustiante (spoiler: termina mal) y habla de temas importantes (la falta de acceso a la salud, el lado B del desarrollo tecnológico aplicado a las ciencias médicas, la ausencia de humanidad de las empresas), pero se siente más explotación (ese contenido que sólo buscar impactar por impactar) que otra cosa.
Una temporada de "grandes éxitos"
Otra apuesta un tanto fallida de la séptima temporada es la autoreferencia, a modo "grandes éxitos". A sabiendas de que no hay mucho margen para inventar cosas nuevas que resulten efectivas, “Black Mirror” retoma su propio universo en búsqueda de apelar a los viejos momentos de gloria. En todos los episodios hay vínculos con capítulos anteriores, y hasta continuaciones directas. De hecho, hay repetición de hardware: el dispositivo que va en la sien para trasladar a los sujetos a realidades digitales está en al menos tres de los nuevos episodios.
“USS Callister: Into Infinity” es el último capítulo de la nueva temporada y la primera secuela de la historia de la serie (viene de “USS Callister”, primer episodio de la cuarta temporada, uno de los más celebrados por el público). Con una duración de una hora y media, es uno de los que más funciona: con homenaje a “Star Trek”, la historia es ciencia ficción de aventura pura y muy entretenida, sin demasiada pretensión de moraleja moral.
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“Eulogía”, con el protagónico brillante de Paul Giamatti, también es muy bueno. La tecnología es un instrumento que le permite reconstruir algunos recuerdos (a través de la posibilidad de sumergirse en fotos) y cerrar una vieja historia de amor de su juventud. Lo que importa no es cómo determinado artefacto afecta o puede afectar negativamente la vida humana, sino el viaje emocional del personaje.
En el caso de “Playgame”, el capítulo que retoma “Bandersnatch” (la película interactiva que lanzó “Black Mirror” en 2018, con una recepción mediocre de crítica y espectadores), la autoreferencia no está mal pero tampoco es suficiente. Hay algo reiterativo y quizás obsoleto en la premisa: la idea de que el mundo digital termina fusionándose con la humanidad y borrándola.
El caso más frustrado y frustrante es el del episodio “Hotel Reverie”, que busca revivir uno de los mayores íconos de la serie: “San Junipero”, el capítulo de la temporada 3 que se volvió un favorito y ganó premios por su conmovedora historia de amor entre dos mujeres, con un inédito final feliz. Con un guion muy flojo, “Reverie” desaprovecha el talento de su elenco (lssa Rae, Emma Corrin y Akwafina), la chance de hablar críticamente del uso de la I.A. en la industria cinematográfica, y la posibilidad de contar una historia LGBTQI potente en un momento donde son más necesarias que nunca.
La séptima temporada de “Black Mirror” vale la pena pero subraya los límites de su fórmula en términos de impacto o de cuento moral. Su jerarquía dentro del género de ciencia ficción o fantástico contemporáneo pierde peso ante otras series populares y muy bien realizadas como “Severance” (Apple TV+) o “The Last of Us” (Max). La primera disputa con creces y con suma originalidad la cuestión de cómo la tecnología puede incidir en la vida humana, y la segunda es un drama postapocalíptico clásico que impacta más en términos distópicos (a pesar de ser una de zombies) que “Black Mirror”.