Murió David Lynch, pero viven las imágenes. A los 78 años, el cineasta falleció como consecuencia de un enfisema pulmonar. La noticia fue confirmada por la familia el 16 de enero, a través de un comunicado en el que aseguraban: “Hay un gran agujero en el mundo ahora que ya no está con nosotros. Pero, como él lo hubiera dicho, ‘Mantené la mirada en la dona y no en el agujero’”. Ante su ausencia, no queda más que seguir su propia recomendación: volver una vez más sobre la potencia de su obra, que cobra nuevas dimensiones en una época de literalidad agobiante.
Para muchas personas, Lynch fue un puente entre el mainstream y otros márgenes de la imagen. Con una visión única marcada por la abstracción y la alteridad, habitó con destreza los espacios hegemónicos de la industria sin amoldarse nunca a los estándares narrativos normativos. Desde “Eraserhead”, su largometraje inaugural de 1977, hasta los cortos que hizo hasta 2020 (no había géneros menores para el director), sostuvo el compromiso con una forma de hacer y pensar el cine. Por todo esto, en 2019 recibió el Oscar Honorífico, un premio que le fue esquivo durante su carrera a pesar de haber recibido tres nominaciones.
Al mismo tiempo, decir que David era cineasta es reducir su identidad artística a sólo una de sus facetas, la más conocida. Con formación en arte plástica, el legado de Lynch incluye una obra pictórica, varios discos de música (incluyendo colaboraciones con Karen O de los Yeah Yeah Yeahs o Lykke Li), un canal de YouTube donde hacía delirantes pronósticos del clima, un exitoso libro (“Atrapa el pez dorado”, en el que recopila reflexiones sobre la creatividad), y maravillosas cuentas de redes sociales, marcadas por su sentido del humor.
La potencia de lo abstracto
Para muchas personas, el cine de Lynch “no se entiende” o por lo mismo resulta pretencioso o aburrido. Sin dudas, sus películas no son para todos, y está perfecto que así sea. Sin embargo, el valor inconmensurable de su obra es su invitación constante e irrefutable a ensayar otras formas de ver lo cotidiano, a asomarse (y por qué no, sumergirse) a los abismos que subyacen a la superficie sensible del mundo.
“A mí me gusta una historia que tenga una estructura concreta pero que también contenga abstracciones. La gente está acostumbrada a ver películas que prácticamente se explican a sí mismas en un 100% y desconectan de esa cosa tan maravillosa que es la intuición cuando miran una película en la que haya algunas abstracciones”, dijo en una conversación con estudiantes de cine, mucho antes de que existieran las plataformas de streaming y las producciones comerciales se convirtieran en el colmo de la literalidad.
Si bien experimentaba con múltiples lenguajes, para Lynch el universo audiovisual era el territorio más fértil para indagar más allá de lo evidente, para proponer imaginarios sobre el sinsentido de la existencia. “Una abstracción, para mí, es algo que el cine puede contar y es maravilloso pensar en esas imágenes y sonidos fluyendo juntos en el tiempo dentro de una secuencia creando algo que únicamente puede ser contado a través del cine. No son palabras, no es una música, son un montón de cosas que se juntan y crean algo que no existía antes. Y eso es lo que me encanta de esto”, aseguró, en uno de los tantos recortes de conversaciones que se multiplicaron en redes tras su muerte.
Incluso para los que no son precisamente cinéfilos, o para los que no son fanáticos de su estilo, la obra de Lynch dejó huella en cualquiera que haya tenido algún contacto con ella. Las imágenes que construyó son infinitas no sólo por correr los bordes de lo esperable y estirar el perímetro de la pantalla con su prolífica imaginación, sino por su permanencia indeleble en la memoria de los espectadores.
Embed - Blue velvet (1986) - 'In Dreams' [HD]
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El horror de lo cotidiano
Y esa huella no surgía de un impacto efectista, sino de sus fusiones imprevisibles entre lo conocido y lo desconocido, de la tensión y el desconcierto que surgía de su capacidad de mostrar al mismo tiempo ambos lados del espejo. ¿O acaso se puede superar la mezcla insoportable entre fascinación y horror que generaba ver por primera vez Dennis Hopper como Frank Booth (uno de los mejores villanos de la historia quizás) inhalando gas de una máscara en “Blue Velvet”? Lo onírico transversal a su obra, los destellos surgidos de los cráteres insondables de la mente humana, contienen siempre el sueño y la pesadilla a la vez, o lo pesadillesco inherente al sueño y viceversa.
El mundo suburbano y la clase media eran frecuentemente escenarios de sus historias, a través de las cuales exploraba la violencia que existe en las sombras del sueño americano, ese que se volvió en sueño universal gracias al capitalismo globalizado. Una y otra vez, Lynch obligaba a recordar que de ambos lados de la puerta, está latente la espesura misma del mundo, eso que es aún más insoportable porque se reconoce como propio. El ejercicio lyncheano es siempre recuperar lo opaco en lo que se presenta como transparente, en reconstruir el misterio de lo común.
La voluntad de la deformidad lyncheana no era la disrupción por la disrupción misma (como es el caso de algunos directores contemporáneos, cuya obra es incomprensiblemente vinculada con la de Lynch por algunas miradas negligentes), aunque haya quienes así lo vean. En ese abanico de otras posibilidades que abrió su obra, trazó caminos paralelos que influenciaron a decenas de artistas de varias generaciones y de diversas estéticas. Desde Argentina, lo despidieron Fito Páez, Mariana Enríquez, Érica Rivas, y César González, entre otros, dando cuenta de la amplitud del espectro de alcance del director.
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Por su cualidad de mostrar otras posibilidades de existencia, marcó particularmente a muchos artistas queer. “Como Kafka, como Bacon, dedicó su vida a abrir un portal. Fue el primero en mostrarme otro mundo, uno hermoso de amor y peligro que tenía la sensación de nunca haber visto fuera de mis sueños”, dijo en redes Jane Schoenbrun, la persona que dirigió “I Saw the TV Glow”, una de las películas de terror más celebradas del 2024.
En una época donde la lógica política imperante es cerrar sentidos y anular al otro, donde la idea de libertad está en disputa, volver sobre la obra de Lynch puede ser una forma de refrescar las ideas y animarse a pensar sin ingenuidad en otros mundos posibles, más allá de lo que impone la época. Al fin y al cabo, su propuesta siempre fue adentrarse en la sombra para volver a encontrar la luz.
Su última participación en cine fue frente a la cámara, en la película “Los Fabelman” (2022) de Martin Scorsese, en la que interpretó nada menos que a John Ford. Tal vez como lo haría el propio Lynch, en la ficción el emblemático director le pide al protagonista, en una de las últimas escenas del film, que describa los cuadros de su oficina. Cuando el joven aspirante a cineasta empieza a referirse a lo obvio, el Lynch/Ford lo corta en seco y le pregunta dónde está el horizonte en cada imagen. “Acordate, si el horizonte está en el medio, es aburrido”, sentencia. Correr el horizonte, ver más allá, es su legado eterno. Que el fuego camine contigo, David.