Una madre, actriz en decadencia, vuelve a visitar a sus hijas Hilda y Aída después de siete años sin verlas. Entre memorias, reproches y caricias, las tres pasan una jornada desopilante, tal vez la última, en esa casa natal. Esta es la premisa de “La rota madre que te parió”, la obra con dirección y dramaturgia de Gustavo Guirado. Protagonizada por Claudia Schujman, Natalia Álvarez Dean y Anahí González Gras, y tras un estreno a sala llena, se puede ver todos los sábados de abril y mayo, a las 21, en el Teatro del Rayo (Salta 2991)
Hilda (Álvarez Dean) es la hija mayor y dedica su vida al cuidado de su hermana menor, Aída (González Gras), quien convive con una discapacidad producto de una enfermedad degenerativa. Aída no puede comunicarse con palabras pero lo hace en un lenguaje que su hermana comprende y se carga de traducir a la Madre (Schujman) y al espectador. De esta manera, la obra explora la potencia y los límites de lo que puede decir y callar un cuerpo.
En el origen de “La rota madre”, una desazón y un impulso. A comienzos de 2024, los albores del gobierno de Milei traían malas noticias para los trabajadores de la cultura: el DNU y el proyecto de Ley Bases anticipaban la voluntad de desarticular programas de financiamiento federal, claves para el sostenimiento del sector independiente. “Este año vamos a desensillar hasta que aclare”, pensó en ese momento Gustavo Guirado, director, actor y docente. “Pero no aclaró sino que oscureció”, dijo en diálogo con La Capital.
En medio del desasosiego, llegó una invitación de parte de Natalia Álvarez Dean, oriunda de Arequito, a trabajar juntos. Esa invitación movilizó el deseo. “A partir de ese movimiento, conecté con viejas imágenes, antiguas percepciones que tenía, y me acordé de ‘Sonata de otoño’, esa extraordinaria película de Ingmar Bergman en la que una madre vuelve a ver a sus hijas después de mucho tiempo y una de ellas tiene una discapacidad severa. Una madre que abandonó a su familia para dedicarse al teatro”, detalló Guirado.
De la memorable cinta sueca de 1978 sólo quedó esa imagen, a modo premisa. “Fue una primera intuición sin forma definida. A través de un largo año de ensayos, derivó en esta obra que llamamos ‘La rota madre’ y que poco tiene que ver con la película”, compartió Gustavo. La construcción dramatúrgica se dio de forma conjunta y no es anterior al encuentro entre el director y el elenco.
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Una creación colectiva
“No sé hacer teatro de otra manera que no sea con la creación colectiva, en la que trabajamos actores y director de manera conjunta, pulsamos, cirujeamos el imaginario. A partir de una imagen, un texto o inclusive otra obra de teatro, nos damos a la tarea de ver qué encontramos. Finalmente, toda obra de teatro, al menos desde nuestro punto de vista, es decirle al público: ¡Mirá lo que encontramos! Con una actitud casi infantil de haber encontrado algo y querer mostrárselo a los otros”, compartió Guirado.
De esta manera, la construcción colectiva no remite solamente al grupo de trabajo específico, sino a toda una tradición teatral. Eso aparece de forma literal en la obra a través de textos de grandes dramaturgos, a través de los cuales la Madre habla sin decir mucho.
“Nosotros decimos en broma que es una especie de inversión Pirandelliana, porque todos los personajes que esa madre hizo a lo largo de su vida la persiguen y la acosan porque creen que son ella. Esta Madre, así como tiene una excelencia como actriz, en la vida cotidiana cotidiana no sabe cómo actuar. Entonces recurre a textos de grandes autores como García Lorca, Madre Coraje, Shakespeare, entre otros”, apuntó Gustavo.
“Por momentos no sabemos si la Madre está actuando uno de sus personajes o si está siendo ella misma. Está todo el tiempo esa dualidad que la contamina, que contamina su vida afectiva”, sumó.
En el centro de la obra, hay vínculos y subjetividades rotas. Además, retoma la imagen de la mujer que debe necesariamente elegir entre su deseo vital y el mandato familiar, en una estructura social que la reduce a un rol de cuidado. Alrededor y en el medio, la complejidad intrínseca de las formas que puede tomar el amor en las filiaciones.
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Las palabras sin cuerpo
“El título hace alusión a los vínculos que están rotos que no se emparchan. En todo caso, hay que construir otros nuevos. Y en esto, la palabra por supuesto toma una preeminencia porque tiene también que ver con esta contemporaneidad que vivimos, en la que el cuerpo está sustraído. Hoy las palabras circulan en forma abundante, quizás como nunca antes en la humanidad, por las redes sociales. Tantas palabras, pero tan poco cuerpo. Palabras despojadas de cuerpo que no generan comunicación ni empatía, sino desorden y confusión”, desarrolló Guirado.
La obra se afirma entonces sobre una noción fundamental que trasciende a las relaciones familiares y se extiende a todo el tejido social: la posibilidad de hablar tiene poco que ver con la posibilidad de decir, de comunicarse con otros. “El de la Madre es un cuerpo que aunque puede decir muchos textos, es un cuerpo sin palabras, o una palabra sin cuerpos. Al revés de lo que pasa con Aída, la hija que tiene una enfermedad degenerativa, y que si bien no alcanza a articular palabras entendibles para la madre o los espectadores, son sonidos con una gran corporalidad, con una energía sensorial que toca y que llega”, apuntó el director.
Y si se trata de comunicar con el cuerpo en épocas de una virtualidad preponderante, el teatro se convierte en un hecho político. “El teatro es una actividad, pero también una actitud, absolutamente contracultural. Va en contra de lo que circula. Demanda de una atención y una presencia, un gesto de inexorabilidad ante aquello que está ahí en tiempo y espacio, y en comunión con el espectador. Todo lo contrario a lo que sucede en la general con las redes sociales y las ausencias, donde lo que circula son más fantasmas que personas. Acá no, está el cuerpo sanguíneo presente porque si no, no hay teatro”, dijo Gustavo.
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También de forma contraria a lo que impera en la contemporaneidad, el teatro, en su dimensión inherentemente ritual, propone un ejercicio contra esa velocidad como valor.
“El único capital que tenemos quienes hacemos teatro independiente es el tiempo. No manejamos dinero, manejamos chirolas. Nuestros presupuestos siempre son muy acotados así que nuestro verdadero capital es el tiempo, el de tiempo de trabajo y de desarrollo de una obra. Justamente, en esta sociedad que confunde el tiempo con la velocidad, que son dos dimensiones completamente distintas, quienes hacemos teatro ofrecemos todavía uno de los últimos lugares donde se hace un ejercicio ostensible, palpable sobre el tiempo. El teatro construye el tiempo en escena y ofrece una posibilidad de escapar a esa velocidad”, explicó el director.
Finalmente, Guirado subrayó el trabajo de las protagonistas, pilar y centro gravitacional de la obra. “Nuestro teatro es un teatro de actuaciones, en este caso un teatro de actrices. Buscamos la excelencia en ese lugar. Por supuesto nos interesa el texto, la puesta en escena, pero todo está sostenido por una búsqueda de la excelencia, de la entrega generosa del cuerpo de la actuación. Ese el teatro que a mí me interesa. Y estas tres mujeres, y estas tres actrices enormes, con un gran entrenamiento, lo hacen. Y lo hacen con una generosidad que yo agradezco mucho. Me doy el lujo de poder trabajar con tres actrices de esta condición, que no es algo que se vea frecuentemente”, cerró.