Una artista que dejó su carrera para enfocarse en la maternidad enfrenta una desconcertante metamorfosis: por las noches, se convierte en una perra callejera y sale a vagar. A caballo del género fantástico, la película “Canina” propone una fábula feminista sobre los rincones menos luminosos de tener hijos. Protagonizada por la seis veces nominada al Oscar, Amy Adams, y basada en un bestseller, desde este viernes se puede ver en Disney+.
El film fue escrito, dirigido y producido por la actriz y cineasta Marielle Heller, conocida sobre todo por la biopic “Can You Ever Forgive Me?” (nominada a tres Oscar en 2019), que retoma la vida de la escritora y falsificadora Lee Israel. Dueña de una visión afilada y singular, logra adaptar con destreza una historia llena de imágenes complejas, y transmitir con eficacia y también humor los brutales efectos físicos y mentales que puede causar la maternidad en una persona.
“Canina” tuvo su premiere mundial en septiembre de 2024 en el marco del Toronto International Film Festival, y en octubre estuvo nominada a Mejor Película en el Festival de Sitges, uno de los más prestigiosos enfocados en cine fantástico y de terror. Desde entonces, se abrió camino como una propuesta entre lo mainstream (Disney, un bestseller y Amy Adams) y los márgenes (el fantástico y hasta el body horror).
En la ficción, Adams es una mujer que puso en pausa su carrera como artista para dedicarse de lleno a ser madre (de su primer hijo, interpretado por los gemelos Arleigh y Emmett Patrick Snowden) y ama de casa, dado que su marido (Scoot McNairy) viaja mucho por trabajo. En la repetición sistemática de lo cotidiano, se asfixia y comienza un proceso progresivo de devenir animal. Le sale una cola, le crece el vello corporal, se le afilan los caninos, le crece un deseo voraz por comer carne y después del shock inicial, se entrega con alegría a su identidad canina.
El lado B de la maternidad en el cine
En los últimos años, los avances de los feminismos en los discursos populares habilitaron el surgimiento de exitosas obras, en distintos lenguajes, que ponían en el centro un retrato no idealizado de la maternidad. Películas como “The Lost Daughter” (2021), de Maggie Gyllenhaal con Olivia Coleman, “Tully” (2018, dirigida por Jason Reitman), con Charlize Theron y Mackenzie Davis, o en un plano menos mainstream la excelente “Swallow” (2019, Carlos Mirabella-Davis) o “Mi amiga del parque” (2015, Ana Katz), exploraron sin tapujos los rincones más oscuros de distintos momentos del proceso de tener hijos.
Por supuesto, el cine de terror (especialista en metaforizar perspectivas políticas sobre distintos temas) hizo lo propio. Desde la clásica “El bebé de Rosemary” (Roman Polanski, 1968) hasta las recientes “The Babadook” (Jennifer Kent, 2014) o “Lyle” (Stewart Thorndike, 2014), con otro centenar de ejemplos antes y después, el género propuso todo tipo de imágenes para problematizar la romantización de la maternidad y devolverle con contundencia su inherente desconcierto.
En Argentina, uno de los ejemplos más resonantes es sin dudas “Matate, amor”, la novela de Ariana Harwicz publicada originalmente en 2012, y adaptada a una celebradísima versión teatral protagonizada por Érica Rivas. Muchas cosas de aquella obra resuenan en “Canina”, quizás demasiadas: la soledad opresiva, lo cotidiano convertido en un territorio hostil y hasta terrorífico, los personajes sin nombre (una identidad tomada completamente por su rol en la familia), el rechazo por otras “mamis” del entorno, y hasta el sentido del humor provocador y filoso. Sobre todo, lo animal y lo bestial como fuerza vital que busca correr el eje y devolverlo a un estado anterior. Como si en lo salvaje estuvieran los restos vivos de su humanidad cautiva.
Pero “Canina” es una película de Disney, basada en un libro estadounidense. Todas las transgresiones deben desandarse de alguna manera, y ofrecer una suerte de respiro, de alivio, de consuelo para el espectador. Toda la potencia de su primera hora de desarrollo, en el que la protagonista abraza progresivamente su identidad perruna, se disuelve en un final conciliador que puede resultar simpático a algunos y desilusionante para otros.
Los mejores momentos de la película son aquellos en que se arroja con confianza a la extrañeza total y habita cómoda las asperezas del género: hay body horror, fantasías de violencia, y secuencias casi de suspenso.
Otro aspecto destacado es sin dudas la performance de Adams, que se pone al hombro toda la visceralidad y los matices que el personaje necesitaba, pero a su vez le aporta calidez, humor y sensualidad. Es posible empatizar con esa mujer sin nombre incluso si no es madre, y resulta verosímil que se esté convirtiendo en perra. Contagia el entusiasmo y el goce que siente en su metamorfosis, y hace que la audiencia celebre su proceso como una liberación.
Su experiencia como bailarina le permite a la actriz protagonista hacer un gran uso expresivo de su corporalidad. Hay mucho de lo que le pasa al personaje, y de la maternidad, que no pertenece al campo del lenguaje ni de la razón, sino que pertenece al terreno de la carne. Eso lo hace complejo, aterrador y fascinante a la vez.
“Incluso para quienes no experimentaron la maternidad, la película recupera esa sensación de sentir que te tiran en múltiples direcciones y que para avanzar tenés que necesariamente renunciar a algo. Rachel lo retrató de forma muy emocional, reconocible y verdadera”, aseguró la productora Sue Naegle, en una conferencia de prensa a la que La Capital tuvo acceso exclusivo. “Si te ponés a pensar cómo se siente la maternidad, es todo mucho más cercano a la parte más animal que a la racional. Hay una voluntad desmedida de proteger, de cuidar”, agregó.
“Leí la novela al principio de la pandemia, justo después de tener a mi segundo hijo. Estaba viviendo mi propia ‘Canina. Sentí que finalmente había encontrado un reflejo honesto de mi vida. Fue muy catártico trabajar en el guion en ese momento”, apuntó por su parte la directora Heller. “Siempre pensé en esta película como el antídoto a la cultura de Instagram, donde la maternidad parece perfecta e imposible, y te hace sentir horrible”, agregó.
“Es un momento de cambio de identidad brutal. A mí me cambió a un nivel celular: no me reconocía cuando me miraba al espejo. Es un coming of age del que nadie habla. Hay un duelo por la persona que alguna vez fuiste y que ya no volverás a ser. Hasta que descubrís quién sos otra vez, puede haber mucha angustia. Pero cuando salís del otro lado de ese túnel, hay mucho regocijo”, cerró Neagle.