En los estudios de Teras, una cooperativa audiovisual rosarina ubicada en el barrio del Abasto, Alejandro Martín pasó largas noches animando en stop motion: parado en el set que él mismo había construido junto a su equipo, movió a los personajes gesto a gesto, y filmó cada frame con la artesanía propia de la técnica. El resultado es “Hatker”, un cortometraje de siete minutos y medio, hecho íntegramente en la ciudad, que estuvo presente en la competencia oficial del Bafici y en junio fue uno de los 40 seleccionados para participar en Annecy, el festival de animación más prestigioso del mundo.
Alejandro es comunicador social y realizador audiovisual formado en la UNR y la EPCTV. En 2020, estrenó “Epinerov”, su primer cortometraje, también en stop motion. Con una estética similar a “Hatker”, esa ópera prima (disponible para ver de forma gratuita en la plataforma Cine.Ar) pasó por 93 festivales internacionales y obtuvo 22 premios. Antes de volcarse al maravilloso mundo de la animación, tuvo un recorrido en el cine “live action” (no animado) y en el documental.
“Mi experiencia siempre fue grabar, filmar, iluminar objetos reales en lugares reales. Así que mi aproximación al stop motion vino por ahí. En los dos cortos, todo lo que se ve está construido a mano y no hay cromas ni efectos por computadora. Sólo se borran agarres cuando los personajes caminan”, contó el director en diálogo con La Capital.
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En épocas de hegemonía digital y fórmulas narrativas, en las que la velocidad parece ser lo que construye valor, la propuesta del rosarino va a contramano: un cine completamente artesanal, donde todo lleva tiempo y cuidado. Alejandro y sus colaboradores estuvieron dos años construyendo los personajes y los sets, y tres meses enteros de rodaje.
El equipo de “Hatker” lo completan Florencia Pilotti (quien acompañó a Alejandro en guión, producción y movimientos), Carolina Cairo en dirección de arte, Santiago Zecca en dirección de sonido, Liza Tanoni en diseño de vestuario, Alita Molina y Sandro Gschwind en la actuación de voces, Hermes Scipioni en música original, y Daniel Sguiglia en storyboards. Martin fue también encargado de la animación, la dirección de fotografía y la edición. En total, unas 25 personas intervinieron en distintas etapas del proceso.
El corto cuenta una historia sencilla pero potente. En una antigua oficina en ruinas, un grupo de personas se encuentra adherida al techo por sus sombreros. Completamente alienados, no parecen darse cuenta que están lejos de sus escritorios. Cada vez que suena el teléfono, uno desaparece. Hacker, el único que parece anoticiarse de la situación, intenta liberarse para salvarse.
Con una estética lúgubre, transmite la solemnidad, el tedio, la desesperación, lo inexorable de la escena. En pocos minutos y con criaturas animadas, en un set increíblemente realista, habla de uno de los grandes temas de la humanidad. “El eje de la historia es el poder. En un primer momento lo mostramos como una entidad que está desde una torre controlando todo y define la forma en que se comportan los personajes. Después hay un giro en la historia”, detalló Alejandro.
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Efectivamente, cuando Hakter logra destruir el teléfono, el elemento a través del cual el poder parecer operar sobre sus compañeros, los otros personajes empiezan a emular el sonido del timbre de llamado. Con esta representación simple, el director retoma la noción del panóptico de Foucault, en la que los individuos internalizan y reproducen el poder.
“Los sombreros representan los roles que uno juega en las distintas estructuras de poder. Está abierto a múltiples interpretaciones igual, eso fue buscado. La historia siempre se completa con el observador y cada uno lo toma por un lado distinto, es hermoso”, apuntó Martin.
En este sentido, el director aseguró que el lenguaje del stop motion era ideal para contar esta historia: oficinistas controlados como marionetas por una fuerza superior. Esa fue la respuesta que dio en todos los laboratorios (espacios de asesoría de proyectos en desarrollo) de los que participó en el largo proceso de “Hatker”. Sin embargo, hay una versión más visceral, más personal del porqué detrás de la elección de esta técnica trabajosa.
El stop motion como lenguaje
“Me gusta mucho el trabajo manual, tocar los objetos con los que trabajo, moverme en un set, conecta con una parte de jugar cuando era niño. Hay mucho de construir, crear, ver cómo le encuentro la vuelta a los desafíos de cada etapa”, compartió Alejandro.
Además, el stop motion permite algo raro en el cine: el control total. Eso no es sólo provechoso a nivel creativo, es decir que cada cuadro quede exactamente como lo dispone el realizador (sin tener que adaptarse a todas las contingencias de un rodaje en live action), sino también a nivel presupuestario. Sin muchos recursos, “se puede ir haciendo y filmando de a poco”. El tiempo es un recurso escaso y muy valioso en la realización audiovisual y su buen uso se manifiesta con creces en la enorme calidad del cortometraje.
“Hatker” transcurre íntegramente en una oficina, representada a través de una maqueta de dos metros por cuatro metros. Los objetos (las lámparas, los papeles, los elementos de trabajo, de un realismo impresionante) y los personajes están hechos en una escala de 1:6 (seis veces más chicas que su tamaño real).
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Para dar vida a los distintos personajes, modelaron a mano con masilla unas 600 caras con gestos distintos. “Eso se escanea con fotografía, y con un software se hace hace una impresión 3D y se pinta a mano”, contó Alejandro. “Con planillas se hace descomposición de movimientos y eso se usa de guía para animar. Eso permite saber cuántos frames necesito armar para que el personaje haga el gesto de levantar la mano y sacudirse”, sumó.
Para los cuerpos, se usan unos “esqueletos tipo Terminator” hechos especialmente para stop motion, cuyo nombre técnico es “armadura ball and socket” y los cuales tuvieron que encargar especialmente a distintas partes del mundo como Italia y China.
En épocas de desfinanciamiento de las políticas nacionales de apoyo a la industria cinematográfica, Alejandro resaltó la importante del acompañamiento del estado para el sostenimiento de la producción independiente. “Hatker” contó con el apoyo del programa Espacio Santafesino para su realización.
“Está bueno ver lo importante que es la producción local, que con muy poco apoyo logramos hacer algo que se va a ver en uno de los festivales internacionales más importantes del mundo. Esto demuestra que si se le diera más de apoyo, se podrían hacer cosas increíbles. En Rosario está lleno de profesionales muy buenos, que hacen lo que hacen con mucha pasión, no como si fuera un trabajo más”, aseveró el realizador. “El cine es industria y genera trabajo”, cerró Alejandro.